la revista
 

E especial

El origen de nuestro caos
Los planos del Guayaquil de comienzos del siglo pasado nos muestran cómo la ciudad creció de manera armoniosa, hasta mediados de la década del cuarenta.

ARQ. JOHN DUNN INSUA
Para el ojo bien entrenado, toda ciudad es un libro abierto. El conjunto de sus componentes cuentan su historia. Al igual que las fotos de las personas, los planos antiguos de las ciudades revelan su juventud y los achaques de su vejez. Los planos viejos de Guayaquil, junto con sus fotos y las crónicas de sus habitantes, nos sirven para entender el porqué de la ciudad que habitamos hoy.

Durante el siglo XX, Guayaquil dio una serie de pasos fundamentales para su desarrollo como metrópoli; pero –desafortunadamente- no fueron dados con base en estudios urbanísticos bien sustentados. Los intereses políticos del momento y los eventuales intereses económicos de algunos particulares siempre interfirieron en el desarrollo óptimo de la ciudad. De esta forma, compaginando los planos con los hechos históricos, podemos sacar un resumen breve de los hechos urbanos mal ocurridos y podemos analizar ahora cómo debieron haberse realizado.

Si bien muchos pueden argumentar que no vale la pena estudiar los hechos ya consumados, es conveniente una revisión interpretativa de los mismos, a fin de evitar que nuestra ciudad repita en el futuro los errores cometidos en el pasado.
Los planos del Guayaquil de comienzos del siglo pasado nos muestran cómo la ciudad creció de manera armoniosa, hasta mediados de la década del cuarenta. En aquella época la ciudad comienza a enfrentar una escala elevada de migrantes provenientes de los campos. Sin embargo, este evento no trajo entonces ninguna repercusión dramática en su desarrollo, pues el crecimiento de la ciudad siguió de manera relativamente ordenada, sin una complicación que no se pudiera superar con tiempo y recursos capitales.

Se puede ver que mayores repercusiones tuvieron las infraestructuras mal implementadas. La principal de ellas es el desarrollo del actual Puerto de la Ciudad. Antes de la construcción de Puerto Nuevo, Guayaquil era un solo ente mezcla de ciudad y puerto. El malecón era el lugar en que el comercio naviero y la ciudad se nutrían mutuamente. El desarrollo de los nuevos terminales portuarios, lejos de los sectores comerciales de la ciudad, produjo un divorcio entre ambas. No es una coincidencia entonces que los antiguos espacios de actividad comercial contiguos a la ría se vean hoy ocupados por las actividades de comercio informal que hoy realizan las Bahías.

La muerte del barrio del Astillero fue otro duro golpe para la ciudad. Hasta los años sesenta, ese sector había tenido una continua evolución natural, del astillaje de naves de madera a la actividad industrial de Guayaquil. La lógica urbanística sugeriría que las áreas industriales deberían estar contiguas a los puertos, pero ese no fue el caso guayaquileño. En nuestra urbe se dio una polarización entre un puerto instalado en el sur y las nuevas fábricas construidas en el norte, junto a la vía a Daule.

Los problemas están a la vista: incremento del tránsito pesado en el interior de la ciudad; asentamientos informales de la mano de obra que busca estar cerca de sus áreas de trabajo (los Guasmos junto al puerto; Mapasingue y Prosperina junto a la vía a Daule), tugurización, contaminación de áreas naturales colindantes, etcétera.

No son problemas únicos de nuestra ciudad. Londres, París, Buenos Aires y Ciudad de México los han tenido, y los han superado. ¿Cómo? Muy sencillo. Todas aquellas ciudades aprendieron de sus errores pasados e incorporaron en sus planes de desarrollo urbano un elemento esencial: el sentido común.