Menos espacio para Matilda: Una gata diva

12 de Febrero de 2012
  • Matilda es la gatita de raza ragdoll, de unos cinco años, que vive en un hotel de lujo en Nueva York.
  • El Hotel Algonquin es un emblemático establecimiento que combina elegancia de corte clásico y una céntrica ubicación en Nueva York.
  • En su silla favorita, Matilda es toda una celebridad. Incluso hay quienes que, sin ser huéspedes, la van a visitar de vez en cuando.
James Barron - The New York Times

La gata es el miembro más joven de una dinastía de gatos que empezó en los años treinta en el lujoso Algonquin de Nueva York. Y, aunque actualmente goza de fama y cariño, las autoridades le han puesto límite a sus andanzas en el hotel.

¿Qué demonios es esto? Rodearon el vestíbulo del hotel Algonquin con una valla eléctrica invisible.

El hotel espera tener contento al departamento de salud de la Ciudad de Nueva York al evitar que su gata residente, que parece una diva, deambule donde se sirven alimentos y bebidas.

La gata Matilda, una ragdoll (muñeca de trapo, es una raza de gato) de más o menos cinco años, no hizo comentarios. Interrumpió una entrevista, metiéndose debajo del mostrador de la recepción del hotel después de una sola pregunta y dejando al reportero con más: ¿es más mordaz que Dorothy Parker? ¿Más ingeniosa que Noel Coward?

Hubo una vez, antes de su época, en la que también fueron dueños del lugar. Sin embargo, a diferencia de ellos, Matilda no era asidua de la Mesa Redonda. Gary Budge,  gerente general del Algonquin, contó que ella paseaba por el comedor, en el extremo norte del vestíbulo, solo en raras ocasiones.

Se instaló la valla eléctrica a finales del verano, después de que alguien llamó al 311. ¿Un amante de los perros? ¿Un perro? El departamento de salud declinó informar.

Sin embargo, tomó medidas y envió una carta al Algonquin en la que decía que alguien alegó que “es posible que haya ocurrido, o esté ocurriendo, una posible violación al artículo 81 del Código Sanitario de la Ciudad de Nueva York o del inciso 14-1 del Código Sanitario del Estado de Nueva York, aplicables a establecimientos que sirven alimentos en las instalaciones mencionadas con anterioridad”.

Es probable que E.B. White, quien conoce bien el hotel en Midtown Manhattan, se hubiera quejado por la puntuación del escrito. Y quién sabe qué habría dicho sobre la ortografía, aunque de seguro que la palabra “instalaciones” no habría pasado inadvertida. “Los elementos del estilo”, el cual escribió junto con William Strunk, Jr., contiene esta entrada: “¿Por qué las cárceles, los hospitales y las escuelas de pronto se convierten en 'instalaciones’?” ¿Qué hay de los hoteles? De regreso a la carta. La siguiente oración es: “La queja alega que se observó a un animal vivo en la instalación”.

Esa sería Matilda. Budge dice que, incluso, el Algonquin tiene una directora ejecutiva de la gata, Alice de Almeida. (Su tarjeta de presentación le concede el cargo de asistente ejecutiva).

Matilda es tal celebridad en el Algonquin que la comercializa. Anuncia el “Amigos de Matilda”, un paquete de dos noches, que incluye dos cocteles en la parte del vestíbulo vedada a Matilda y una gata de peluche como ella.

Budge dijo que el paquete representa aproximadamente 1% de la ocupación anual del hotel. “Y eso solo es el paquete”, dijo, y agregó: “Tenemos personas que no se alojan aquí, pero llegan para ver a Matilda”.

Matilda es la más reciente de una larga línea de gatos Algonquin que se remonta a  1930. Al primero, uno callejero que entró por el acceso en la calle West 44th, se le conocía como Rusty o Hamlet. Desde entonces, a cada gato lo ha sucedido otro con el mismo nombre: Hamlet para los machos y Matilda para las hembras.

Algunos de los predecesoras de la actual Matilda tuvieron responsabilidades reales. Considérese lo que pasó en 1970, cuando se registró la dramaturga Mary Chase, quien vivía en Denver. En ese entonces, su nieta estudiaba en la Universidad de Columbia. Chase invitó a su nieta y su compañera de habitación a tomar el té. Estaban muy metidas en la conversación cuando apareció un ratón en la habitación de Chase.

Llamó al servicio a cuartos y le dijeron algo así: “Solo abra la puerta. Mandaremos al gato de inmediato”. Poco después  se abrieron las puertas del ascensor. El gato salió caminando (uno de los Hamlet). Disfrutó de un bocadillo vespertino en el cuarto de Chase, y ella y sus invitadas retornaron a disfrutar del té.

El Algonquin dice que Matilda nunca sube más allá del primer piso. Sin embargo, después de recibir la queja por escrito, enfrentó un dilema: no podía darse el lujo de perder a Matilda, pero tampoco de que la reportara al departamento sanitario.

La solución fue el tipo de sistema de confinamiento de mascotas que evita que los perros vayan más allá del jardín de los dueños.

Budge dijo que la idea fue “acondicionar” a Matilda a permanecer “en una zona más, digamos, neutral del vestíbulo, donde no hay servicio de alimentos y bebidas”; el área bastante estrecha de la puerta principal, pasando por la recepción, hasta los elevadores.

Eso explica los transmisores del tamaño de un Frisbee, ocultos bajo las mesas de café y los sillones orejeros. “Si Matilda entraba en la parte equivocada del vestíbulo, por decir, a la hora del coctel, recibía una vibración”, dijo Budge. No del tipo que los clientes sienten con sus martinis. “Lo experimentó unas cuantas veces” en sesiones de entrenamiento, dijo Budge. “Entendió el mensaje”.

Susan Craig, una portavoz del departamento de salud, señaló que la carta sobre Matilda se “generó automáticamente” y que la dependencia “no encontró evidencia para sustentar la queja”. Comentó que durante una inspección reciente, el hotel explicó al detalle la valla eléctrica, cuyo “perímetro (está) fuera del área de servicio de alimentos para contener a la gata”.

“Nuestro inspector en seguridad alimentaria reconoció eso”, escribió Craig en un correo electrónico, “y concordó en que los gatos deben mantenerse alejados del comedor, la cocina y otras áreas de preparación de alimentos”.

A pesar de todas las menciones en artículos periodísticos, el departamento nunca ha aludido a Matilda en los informes de inspección del restaurante del Algonquin. (The New York Post reportó en noviembre que a Matilda le habían puesto una correa o la habían desterrado a zonas privadas del hotel, después de que el departamento entregó un “recordatorio” al Algonquin de que no se permite que los animales estén en las áreas de servicio de alimentos. La correa, que no estuvo amarrada, era parte del entrenamiento que le dieron mientras se instalaba la valla invisible).

Pronto Matilda no será un problema. El Algonquin cerró en enero para hacer renovaciones que durarán cuatro meses. Matilda se mudó a un hogar temporal, a “un exclusivo spa para gatos”, la casa de Almeida en Queens.

En el Algonquin, Matilda ha tenido el armario de abrigos del maletero, donde hay una silla que le gusta. Sin embargo, ¿quién necesita eso cuando se puede holgazanear sobre el carrito para equipaje? ¿O en la recepción cuando, en un diciembre, se registró una huésped que llevaba un abrigo de piel de leopardo? “Espero que sea imitación”, dijo Almeida.

 

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