Los Aprendizajes
Hace poco, por invitación del Copol, participé, junto con la doctora Susana Cordero, el escritor Ernesto Torres y otros expositores, en una mesa redonda sobre la incidencia de la literatura en la educación y en la vida. Compartimos experiencias en torno a ese hecho. En mi turno, intenté responder de qué manera la literatura ha incidido en mí y de qué modo me aportó la lectura en la etapa colegial. De múltiples maneras, pienso. La más concreta quizá sea que la literatura me dio la posibilidad de reconocerme. De volver la mirada a la raíz.
Soy montuvia y mis primeros años de vida transcurrieron en la finca familiar de la provincia de Los Ríos. En el bachillerato –con el paso del tiempo me convertí en una montuvia urbana, aunque a menudo vuelvo al campo–, mediante las asignaturas de Castellano y Literatura me acerqué a la narrativa ecuatoriana de la década del 30, a los autores que escribían del cholo y del montuvio.
Descubrí que hablaban de gente inventada por ellos, pero que, de alguna manera, también estaban hablando de mí. Conocía la vida rural. Esas historias no me eran ajenas. Sabía bien qué era un machete o un matapalo. Mis primeros recuerdos infantiles tienen el sonido de la cigarra, insecto que al atardecer canta y ese canto se convierte en un zumbido. O de los cocuyos, que emiten una luz en las noches montunas. Algunas de mis compañeras nunca habían ido al campo. Yo, en cambio, tenía dos mundos: el rural y el urbano. Sin embargo, al rural lo juzgaba poco interesante. ¿Habría alguien que lo prefiriera, pensaba?
Mediante la literatura entendí que la montuvia no era esa vida que a nadie le interesaba. Era la vida que unos escritores habían decidido contar. Y de la que muchos, quizá, querían conocer. El profesor de Literatura así lo explicaba. Era un señor que amaba enseñar. Que intentaba tender puentes de comprensión. De modo que influida por los libros que leí, y también por sus clases, empecé a compartir pequeñas historias del campo. A escribirlas. Tal vez así me hice periodista. Quizá allí nació mi vocación de contar.
¿De qué forma la literatura toca a los jóvenes de ahora? ¿Qué les dice? Y, sobre todo, ¿de qué y para qué les sirve? Hace un par de meses estuve invitada a una cita con jóvenes lectores. Noté que eran chicos dispuestos a opinar y a escuchar. Quiero creer que la literatura hace entender y aceptar que hay múltiples formas de ser, de sentir y de pensar. Comprender que las certezas, que las verdades únicas y tajantes, lejos de ser una garantía, posiblemente sean una trampa para el ser humano. Necesitamos un mundo menos prejuicioso y más compasivo, y deseo imaginar que la literatura y la lectura pueden aportar tal vez en ese sentido. Por ese motivo busco compartir la literatura. Compartir lo que leo. Conversar. Dialogar.
Creo que si volviera hoy a los clásicos del 30, tal vez me fijaría en cuestiones que son parte de mis preocupaciones actuales. Quizá. Eso sí, de algo estoy segura: aunque los libros sean los mismos, siempre podemos encontrar en ellos algo nuevo. Esa es la maravilla. (O)
claramedina5@gmail.com / @claramedinar