‘Sin folclore’ : A propósito de los intercambios culturales

01 de Abril de 2012
  • Árbol de quinua, Juana Córdova, 2008.
  • Los invitados: (i) Juana Córdova, María Inés Plaza, Charles Schumann, Fabiano Kueva, Ana Vera y Lucía Falconí.
  • Estaré en casa para la cena, instalación de Isabel Haase, 2011.
  • Humboldt 2.0 video instalación de Fabiano Kueva, 2011.
  • Río, instalación de Wolfgang Stehle. Al fondo, cuadro de Monika Humm.
TEXTO Y FOTOS MARÍA INÉS PLAZA, desde Múnich

Del 10 de marzo al 13 de abril se exhibe en la Galerie der Künstler en Múnich la muestra Pangaea, Múnich-Quito: 4 artistas ecuatorianos, 4 artistas alemanes, y en el medio, la figura de Alexander von Humboldt. En el 2013 será expuesta en la Flacso (Quito).

Organizar una exposición de arte conlleva una serie de complicados requerimientos: encontrar un lugar adecuado para las piezas, encontrar una forma de diálogo entre los discursos reunidos, encontrar el dinero necesario, y así pronosticarle un futuro a las obras involucradas (sea hablar de ellas, venderlas, que se propaguen por sí solas). En el caso de ‘Pangaea – Intercambio de artistas München-Quito 2012/2013’, todo esto costó más de año y medio. Para explicarlo hay que situar el contexto de todo el ajetreo dado: Múnich.

La capital de la provincia de Baviera, al sur de Alemania, tiene un Kulturreferat (una división administrativa para las artes visuales –la música, el teatro y demás instituciones públicas culturales están subvencionadas por sus respectivos fondos, también otorgado por la ciudad– dentro de lo que son las funciones del municipio).

A su vez, el Kulturreferat tiene a su disposición un presupuesto y un número de espacios en donde se pueden repartir a los artistas, un apoyo imparcial y necesario para su desarrollo profesional. En ese sentido, son los artistas que viven y trabajan en Múnich los aventajados. Esto tiene sus pros y sus contras, pero sucede lo mismo en todas las urbes: cada una tiene sus circuitos de intelectuales, sus buenas cosechas y correspondientes conflictos.

Los artistas ‘Pangaea’

Dentro de estos circuitos ha circulado Lucía Falconí (Quito, 1962). Ella ha dedicado su trabajo a la manufactura y a lo ornamental, vivió en Múnich alrededor de 20 años, cursó la Kunstakademie obteniendo reconocimientos de fundaciones estatales como la de Bezirk Oberbayern, E-On o Cusanuswerk y ha buscado la manera de mantener el vínculo con Múnich y varios de sus actores. Entre ellos, Mónica Humm y Wolfgang Stehle, dos artistas con las cuales Falconí armó Pangaea.

Una de las responsables de curar portafolios en el Kulturreferat es Doris Stecher, quien aceptó el proyecto para uno de los más generosos espacios de la ciudad, la Galerie der Künstler. Y es con esta luz verde con la cual Falconí separa la selección de artistas para ser invitados a participar dentro de esta muestra.

Falconí, quien dice no tener conocimientos de lo que se produce en Ecuador, fue asesorada por la curadora e historiadora de arte Mónica Vorbeck. Y es así como Juana Córdova (Cuenca, 1973), Nicolás Kingman (Quito, 1980) y Fabiano Kueva (Quito, 1972), quienes con la ayuda de la Embajada de Ecuador en Alemania y una beca del Kulturreferat para la producción de las obras llegan a la Villa Walberta, residencia para artistas extranjeros, subvencionada por el municipio de Múnich, claro está.

La vaga alusión a la división de los continentes con ‘Pangea’ como título de la muestra resulta a ratos, una excusa casi obvia. Un naturalista y geógrafo alemán que fue a darle nombre a la fauna ecuatoriana, artistas de ambos países que reúnen con sus obras un hilo conductor que remite una y otra vez a los estudios de Humboldt, siglos después.

Lo que buscaron Falconí junto con Humm y Stehle, sin embargo, tiene un propósito mayor, y es el de tomar en cuenta las obras de artistas con una trayectoria madura y obras que sigan un ritmo y un discurso personal, sin repetirse, “sin folclore”, como quiso Falconí, (quizás con eso se refería a una obra menos populista y más discreta) para así lograr una relación formal con la obra de artistas de Múnich.

Recorrido

Al entrar a la galería una pequeña instalación de Ralph Kistler (Olching, 1969), Social Netwalks, un video filmado a vista de pájaro desde un balcón en la plaza de una ciudad X (podría ser Guayaquil o Tenerife). Kistler adultera el video agrupando a las personas por su comportamiento y apariencia; primero vemos una serie de personas con mochilas viajeras, luego hombres arrastrar canastas de botellas, luego mujeres en cinta, todos en diversas direcciones.

Kistler, quien bien podría observar curiosamente cual turista un paisaje urbano desde su habitación de hotel, juega con la referencia a Humboldt y la catalogación de

especies.

Esta y las fotografías de Nicolás Kingman, mostradas en la última sala de la exposición, encierran la elipsis discursiva, acerca de la mirada paseante del extranjero. El origen del artista se convierte en ambas piezas en un elemento relativo; es más una fascinación hacia lo lejano lo que aquí se trata de representar.

Humboldt también

 

Fabiano Kueva cuenta lo opuesto, en su video-instalación Humboldt 2.0. El artista viste ropa cual hombre del siglo 8 y relata un paseo imaginario por los lugares que Alexander von Humboldt visitó durante su expedición. Con irónica exageración, Kueva coquetea con fórmulas añejas sobre la construcción colonialista de la imagen importada de un país como Ecuador, alcanzando cierto transvestismo con su lacónica intención de burlar amaneradamente el clasicismo con el que la cultura fue resumida a objeto de exploración en épocas de conquista intelectual, como a la que perteneció Humboldt.

Habría que mencionar que Alexander von Humboldt no fue un particular a quien se le ocurrió visitar una tierra tan exótica para aquel tiempo; la familia entera se veía involucrada en las altas élites de Prusia. Su hermano Wilhelm fue primer ministro y fundador de la Universidad Humboldt de Berlín (hoy una de las universidades más importantes a nivel mundial), mientras el rey Federico el Grande se dedicaba a armar la isla de los museos con tesoros egipcios, grecos y romanos, es decir, los ajenos.

De territorios remotos se apropia también Isabel Haase (Viena, 1975), con su instalación Voy a estar en casa para la cena, la cual resulta casi como un intento fallido hacia el país del nunca jamás, donde los niños perdidos volaban con Peter Pan.

Los destellos pueriles en la obra de Haase se relacionan asimismo con el idealismo romántico a fines del siglo XVIII y las expediciones científicas que resultan casi un escapismo a la vida burguesa europea. Es por ejemplo el caso de la mayoría de las obras de Haase, en donde se pueden ver muebles instalados bajo agua y la artista durmiendo o conviviendo con sus artefactos bajo la superficie, escondida.

Monika Humm (Bad Griesbach, 1962) y Wolfgang Stehle (Múnich, 1965) optan por un acercamiento a la dicotomía entre naturaleza y civilización por una vía abstracta, buscando armonía en el espectro de aquella incesante confrontación entre lo orgánico y lo artificial. Importante para ambos es la experiencia humana frente a los dos ambientes.

A pesar de la intencionada elegancia en la mayoría de las piezas dentro de ‘Pangaea’, la sutileza resuelta en la obra de Juana Córdova, Árbol de quinua de un laborioso acabado manual, se convierte en el eslabón clave que conecta la muestra entera. La quinua, planta de la familia de las Quenopodiáceas, es también la última obra del gran cuerpo de piezas botánicas hechas por Córdova.

De hojas tiernas y de abundantes semillas, ha servido para los europeos como medicina (quinina) contra la malaria, como base para el agua tónica, destilada por el médico alemán Johann Gottlieb Benjamin Siegert, quien pertenecía como general a las tropas de Simón Bolívar en Venezuela y lo desarrolló en producto comercial en 1830.

El valor histórico de la quinua se mezcla con el valor personal de la artista: es de la región donde crece la planta, donde ella se crió. La discreta Intimidad que evoca la pieza se interrelaciona con los intereses de los demás artistas en este sentido.

Grata invitación

 

La inauguración que dio lugar la noche del 9 de marzo llenó la galería; inesperado para una exposición en Múnich de bajo perfil. El embajador Jorge Jurado viajó desde Berlín para abrir el evento de forma diplomática, comentando las obras, confesando primero que su percepción es de un espectador normal.

La visita de Charles Schumann fue, asimismo, una agradable coincidencia. El señor Schumann, dueño del elegante bar que lleva su nombre, Schumann’s, llegó con curiosidad, sin acompañante, y en un traje de terciopelo, rojo oscuro. La chef ecuatoriana Liliana Cobo, quien trabajó para él casi diez años (quien ahora cursa la universidad de Slow Food en la región de Piemonte), y sus memorias de su visita a la plaza San Francisco de Quito fueron sus referencias. Preguntó si es que yo era artista, respondo que no, pero historiadora de arte. Preguntó por los artistas, a quienes señalé.

Su entusiasmo con pocas palabras en español terminó por invitarnos a todos a almorzar en su bar. “¡Vengan el miércoles!”. Charles Schumann nos recibió al mediodía con sorprendente amabilidad; nos pidió que olvídaramos el menú sobre la mesa, pues él cocinaría algo especial para todos.

A propósito de los intercambios culturales, el encuentro con el “Donjuán de Múnich” funciona como colofón a los propósitos de las residencias artísticas, que en principio buscan la recepción de un público diferente, y a su vez tornear los discursos tomando el contexto como elemento clave para el entendimiento de cada obra.

Sin ningún otro motivo más que el de contar de lo suyo –lo gourmet y el buen licor– Schumanns escuchó a los artistas hablar sobre su trabajo. Esto demuestra de manera informal la necesidad de acoger lo extranjero como un parámetro bilateral entre lo desconocido y lo propio, reafirmando a su vez lo personal de cada historia.

 

  Deja tu comentario