El último lector

Por Hernán Pérez Loose
12 de Febrero de 2017

Cuando leímos sobre el fallecimiento del escritor argentino Ricardo Piglia, acaecido en Buenos Aires el pasado 7 de enero, no pudimos dejar de recordar su interesante obra literaria, incluyendo sus novelas: Respiración artificial, El camino de ida o La ciudad ausente. Pero lo que más recordamos de él fue un breve, pero fascinante ensayo sobre el lector, El último lector (editorial Anagrama, Barcelona. 190 páginas) que en 2015 fue reeditado. ¿Quién es, al fin de cuentas, este personaje? ¿Qué le sucede al lector mientras lee? ¿Qué define a un lector, y qué es él en realidad? Estas preguntas resultan cruciales en momentos en los que la práctica de la lectura parece vivir amenazada por el facilismo electrónico con el que accedemos a volúmenes insospechados de información. En vida, Piglia insistía en considerar a la literatura como una suerte de artefacto cultural productor de ficciones, capaz de desafiar y vencer el monopolio que el Estado tiene en materia de relatos. Así, la lectura se le presentaría al lector como una promesa de liberación.

El camino escogido por Piglia para acercarnos a este enigmático ser que es lector es el de analizar a algunos escritores que fueron antes que nada lectores, y de personajes de novelas que los encontramos leyendo libros. Jorge Luis Borges podría ser la imagen del último lector, el que quemó sus ojos a la luz de una lámpara. “Yo soy ahora un lector de páginas que mis ojos ya no ven”. Walter Benjamin sería otro, intentando escaparse con sus libros a cuestas.

Según el autor, muchas veces los textos han convertido al lector en un héroe trágico, un empecinado que pierde la razón porque no quiere capitular en su intento de encontrarle un sentido a lo que lee. El lector adicto, el que no puede dejar de leer, nos recuerda Piglia, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto. Ellos personificarían la compleja presencia del lector en la literatura. “Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, sino una forma de vida”.

El autor examina también el caso de Hamlet, leyendo un libro luego de encontrarse con el fantasma de su padre; de Don Quijote, leyendo el falso Quijote de Avellaneda, donde aparecen aventuras que él nunca vivió; las lecturas de Ana Karenina, y Madame Bovary, que les permite a ellas imaginar que otra vida sí es posible; así como las lecturas de Bouvard y Pécuchet; y la construcción del Ulysses de Joyce, al que le dedica un capítulo.

El libro que comentamos puede ser adquirido en librerías locales, u ordenándolo a la casa editorial. (O)

hernanperezloose@gmail.com

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