Buena nota por error: Tiempos universitarios

Por Gonzalo Peltzer
30 de Noviembre de 2014

“Agradezco al cielo que haya tocado el apellido después de la mitad del alfabeto porque aprendí más oyendo exámenes que en las clases o en los libros”.

Fachada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Estudié Economía Política para examinarme como alumno libre –sin cursar la materia– en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Eran épocas locas de la Argentina. Ahora sé que épocas locas son casi todas las que viví, pero en aquellos años teníamos esperanzas, aunque pasábamos a los ponchazos de ser idiotas útiles de la izquierda montonera a la derecha sindicalista legionaria. Nos acostumbramos a las asambleas y al gas lacrimógeno y a los tiroteos y a las bombas. Un día repartieron armas en la cantina de la planta baja, pero a mí no me dieron porque tenía cara de buenito.

Me encontré en el examen final con un amigo uruguayo que estudiaba en Buenos Aires porque en Montevideo las cosas andaban también complicadas. La mesa examinadora estaba convocada en el instituto que controlaba aquella cátedra. La sala estaba llena de estudiantes alrededor de una mesa grande. El tribunal se había instalado a un lado, sobre un estradito en el que había una mesa más chica.

En la pared de sus espaldas presidía la sala un gran mapa de la República Argentina. Nos sentamos en un banco corrido, dando la espalda a la pared lateral, a mitad de la sala. De vez en cuando hacíamos comentarios, pero nos habremos puesto cargosos porque el profesor que presidía el tribunal nos miraba de vez en cuando. Entonces nos callábamos un rato. Pero volvíamos a la charla alentados por algún error del que rendía en ese momento o para contestarnos antes entre nosotros, como en los concursos de la televisión. Los exámenes orales en la facultad eran una amansadora, pero agradezco al cielo que haya tocado el apellido después de la mitad del alfabeto porque aprendí más oyendo exámenes que en las clases o en los libros.

“-¡Peltzer, haga el favor de callarse!” me gritó ya cansado el profesor canoso, colorado y regordete. Y dijo algunas cosas más sobre el respeto a los profesores y estudiantes que sonaban a bochazo inminente. Ahora debía enfrentarme a un profesor enojado que para colmo había hecho gala de conocerme, aunque era la primera vez que lo veía.

Subí al cadalso poco después del altercado. No tuve ni tiempo de pedir perdón ni de rezar mis últimas oraciones. En cuanto me senté, aquel hombrecito me contó que gracias a mi padre acababa de ganar un juicio descomunal... Había confundido a mi padre con un primo lejano, juez civil, que había fallado a favor de un cliente en una causa complicada que explicó con detalle en ese momento. Y expresó su amistad con este pariente que tiene hijos de edad y pinta bastante parecidas a los de nuestra rama de la familia. Intenté con timidez aclarar el error, pero el verdugo se había vuelto tan verborrágico que no me dejaba meter ni un monosílabo. Lo dejé seguir, con un vértigo de muerte, hasta que nos abocamos a mi ejecución.

Me señaló entonces el mapa a sus espaldas. “Si la línea de la oferta va de Salta a Bahía Blanca y la de la demanda va de Misiones a Neuquén, ¿dónde queda el precio?” preguntó. “En Córdoba” contesté y me puso un nueve.

Supongo que el punto que falta para el diez fue la penitencia por hablar con mi amigo uruguayo, porque el examen fue impecable.

gonzalopeltzer@gmail.com

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