Jesús María Amilibia: ‘La monarquía es como Disneyland’

10 de Junio de 2012
  • Jesús María Amilibia
  • Portada del libro de Amilibia publicado en abril de este año.
  • La familia real en la ficción de Amilibia: ¿una inspiración para la sátira?
PATRICIA VILLARRUEL desde Madrid para La Revista

Una nueva novela española visiona un escenario socio-político que se acerca a la crisis más espantosa...

La historia pudiera resultar en algo premonitoria si no fuera porque su autor, Jesús María Amilibia, no comulga con eso de los vaticinios. No profetiza, ficciona. Pero lo cierto es que en Érase una vez un príncipe republicano, una novela satírica sobre la monarquía que el periodista bilbaíno de la cosecha del 43 acaba de publicar, se aprecia un puñado de guiños maliciosos a la España actual. Macón (escenario del relato) ilustra la versión más esperpéntica del país europeo.

Primera premonición. España, en recesión, se desangra en estos días atenazada por la dictadura de los mercados. En la postal de Macón, la nación que atraviesa la II Gran Crisis, se ven “niños harapientos y mocosos rebuscando entre los escombros cables de cobre o cañerías de plomo”. El estado del bienestar es asunto del pasado, los recortes de plantilla se suceden un día sí y el otro también, y las pérdidas de la banca son una cruz en la espalda de todos.

El libro se construye en torno a una doble ficción. A Amilibia el argumento le sobrevino a modo de obsesión. Tenía una imagen, una foto fija, de un imposible merodeando en la cabeza: la abdicación de un príncipe al trono para favorecer la llegada de la república. Menuda utopía.

La idea fue madurando a lo largo de esos paseos matinales en los que el autor suele internarse con las primeras luces del alba por el Madrid más castizo. Lleva siempre bolígrafo y papel. Garabatea en una que otra servilleta. En ocasiones hace anotaciones en los periódicos.

La novela encontró así acomodo en su cabeza tres años atrás, cuando el gobierno socialista auguraba que España no se acercaría al precipicio y cuando hablar de rescate sonaba a sacrilegio (“Los brotes verdes de la recuperación están a punto de llegar a la economía española” llegó a anunciar la optimista exministra de Economía Elena Salgado).

Érase una vez... (recuperando la premisa de la doble ficción) es la historia de Richard Lod, un escritor venido a menos que publica una novela sobre la muerte del rey de Macón. Amilibia lo describe como el “típico falso progre que presume ser de izquierdas y anarquista, pero que cuando gana dinero lo saca del país y lo único que quiere es vivir bien, fuera de España. Un egoísta”. Es la suya una crítica al poder que corrompe (siempre).

Lod hereda de su creador la ambición de escribir un libro que lea mucha gente. Y lo consigue porque las circunstancias de la muerte del monarca se producen como las describe en la obra que lleva apenas unas semanas en el mercado. El iluminado que ven unos y al que elevan a los altares es un conspirador contra la corona para otros.

El éxito le permite, al menos, abandonar su trabajo de guionista en el programa ‘Testimonios vivos’ y enterrar su paso por Sálvame María, la emisora de la iglesia más rancia. Dos fuentes que servirán al periodista para plantear una crítica acerada e irónica al fanatismo en la religión católica (la que le queda “más cercana”) y a la telebasura (“lo que vende es el cotilleo infame, el que insulta. No sé hasta dónde puede llegar”).

El éxito de Lod, sin embargo, opaca el recuerdo de su relación frustrada con Lucía. Debido al declive de la pareja, Amilibia ilustra otra de las realidades de la sociedad contemporánea: suben las separaciones y se reducen los casamientos. Entre 1998 y el 2010 el número de divorcios se triplicó en España, de 35.834 a 102.933; mientras que los matrimonios pasaron de 207.041 a 167.247.

Reyes y devaneos

“Ni bien salen las parejas de la iglesia y les echan el arroz, ya saben que terminarán separándose”, exclama el autor. No es su caso. Desde hace 36 años vive con Ketty Kauffman, periodista argentina afincada en Madrid y especializada en crónicas del corazón. ¿Su secreto en época de rupturas a granel? Si Amilibia no cree en las profecías, menos en las recetas. Quizás, opina, “tiene que ver con la amistad y la admiración. Cuando la mujer deja de admirar al hombre que tiene a su lado o viceversa, se produce un resquebrajamiento”. Es lo que ocurre en Érase una vez...

También, como en la relación de los monarcas Juan Carlos y Sofía de España, el matrimonio entre sus altezas de Macón era un asunto de conveniencia, de interés para la institución acordado por sus padres. “Ella no escogió a su príncipe ni el príncipe la eligió a ella”.  Y, por supuesto, los cuernos son moneda corriente (en la historia real también).

“La infidelidad de los maridos, fueran príncipes o reyes, era algo que se heredaba como la corona, los títulos, las joyas de la familia, las tierras o la hemofilia”. La única opción: tomárselo con filosofía porque viene en el pack, “junto a las casas en la Costa Azul y en los Alpes Suizos, los Rolls y las escopetas de caza, los perros y los Rubens”, narra el escritor.

“La infidelidad de los maridos, fueran príncipes o reyes, era algo que se heredaba como la corona, los títulos, las joyas de la familia, las tierras o la hemofilia”.
Jesús Amilibia

Sofía lo ha hecho (al rey se le adjudican relaciones extramaritales con periodistas, actrices como Sara Montiel, modelos, señoras de la aristocracia...). España también.

La justificación de Amilibia: “Es un pueblo de bragueta ligera, a lo de las amantes no se le otorga mucha importancia. Se considera lógico que los Borbones sean infieles y hasta que tengan hijos bastardos”. Un ejemplo: el caso de Leandro Alfonso Luis de Borbón Ruiz, fruto del affaire entre el rey Alfonso XIII y la actriz Carmen Ruiz Moragas.

Cuando Érase una vez... se hace un hueco en el ordenador del escritor no estallaba aún el escándalo de corrupción que involucra al yerno del rey, Iñaki Urdangarín. La corona no había entrado en barrena, pero el armazón que durante este tiempo ha protegido a la monarquía parece resquebrajarse. Es débil y frágil. Segunda premonición.

Las nuevas generaciones apenas recuerdan el papel que jugó don Juan Carlos en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. La fractura múltiple de su cadera en una caída en Botswana mientras participaba en una cacería de elefantes en plena debacle económica, con la prima de riesgo batiendo récords y el desempleo imparable, colmó la paciencia de muchos. El rey pidió perdón. Y su rostro,  con un gesto algo infantil, parecía la de un niño arrepentido después de cometer la peor de las travesuras.

¿Qué nos queda por ver de la monarquía? “Su desaparición”, responde Amilibia con ese tono socarrón tan suyo. “Será difícil, pero está llamada a dejar de existir”.

Resulta insensato, desde su óptica, alicatar en una misma frase las palabras modernización y monarquía. “Son términos opuestos. La monarquía lo que hace es modernizar decorados. Es como Disneyland, un parque de atracciones que gusta mucho a la gente”.

Duda Amilibia de que el príncipe Felipe termine reinando. España, siempre se dice, es más “juancarlista que monárquico”, pero él, por supuesto, aboga por el advenimiento de la república, “más sensata, lógica, democrática”. Cuestión de ética y estética.

 

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