El empresario Roberto Aspiazu presenta su libro Crónicas de la historia
La pasión por la investigación ha llevado a Roberto Aspiazu Estrada a escarbar en diversos capítulos de la historia de nuestro país, trasladándolos de manera paulatina a artículos que ha venido publicando desde finales del 2012 en varios medios de comunicación nacional.
“El primer artículo que publiqué fue el de Atahualpa, motivado por el drama que supuso su captura y ejecución. Además, por el misterio que sigue rodeando el lugar de su sepultura”, indica el experiodista, quien inició su carrera en 1976 en Ecuavisa, y que actualmente se desempeña como director ejecutivo del Comité Empresarial Ecuatoriano.
Esa serie de artículos componen esta publicación que busca compartir tales episodios con las actuales generaciones, especialmente con los más jóvenes. “Crónicas de la historia abarca 41 temas narrados de manera sencilla sobre hechos y personajes trascendentales”, indica, aclarando que no se trata de un estudio académico inédito, sino del esfuerzo de un apasionado por el pasado ecuatoriano que desea “enseñar y deleitar” a sus lectores.
Melvin Hoyos, director de Cultura y Promoción Cívica del Municipio de Guayaquil, señala en el texto de presentación del libro: Esta obra es “para viajar leyendo, embarcado sobre la pluma de Roberto, quien como un moderno Virgilio nos conduce con su narrativa por los cielos y los infiernos de esa Divina Comedia que ha sido la historia de nuestra patria”. También destaca que la breve extensión de los relatos facilita la lectura.
Identidad con anécdotas
Este compendio de crónicas, que incluye varias fotografías e imágenes antiguas, busca satisfacer a cualquier ecuatoriano que desee conocer más sobre nuestro país, “para entender el ADN del Ecuador, de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos, para ayudar a transmitir la identidad nacional”, dice Aspiazu, nacido en Guayaquil en 1954.
Esta publicación busca que los habitantes de esta tierra tengamos una fuente confiable para entender, por ejemplo, algunos momentos clave del inicio de la Colonia española, cómo ocurrió el descubrimiento del río Amazonas, detalles de la independencia, la pugna ideológica entre liberales y conservadores...
También abarca las dificultades que supuso la evangelización de los indígenas en la lengua quichua, debido al choque de civilizaciones y la influencia que ejerció la Misión Geodésica francesa sobre la ilustración quiteña en la primera mitad del siglo XVIII. El lector podrá entender, además, las semblanzas de próceres civiles como José Joaquín de Olmedo, Pedro Carbo y Vicente Rocafuerte.
“Estas crónicas tienen el componente de anécdota, del dato insólito, para que la lectura sea más entretenida”, indica Aspiazu. Por ejemplo, la crónica El quichua y la evangelización comenta que, aunque los incas trajeron el idioma quichua a este territorio, su lengua original era un dialecto aimara. La nota Humboldt y su histórica visita a Quito cuenta que ese naturalista alcanzó fama mundial tras haber escalado el Chimborazo, ya que aunque no llegó a la cumbre, el volcán era considerado entonces la mayor elevación del mundo.
En la nota El mariscal de Ayacucho y la marquesa de Solanda dice: “Fue un romance al estilo de Hollywood cuando no existía todavía esa fábrica de sueño (...). A las pocas horas de la batalla del Pichincha, el 24 de mayo de 1822, ambos jóvenes –él de 27, ella de 17– cruzaron sus miradas por primera vez. Sucre formaba sus tropas victoriosas en la plaza de Santo Domingo cuando se sintió observado por una mujer con capucha. No tardó en averiguar que se trataba de Mariana Carcelén y Larrea, hija del Marqués de Solanda y de Villarocha...”.
“Lo principal es que los lectores disfruten del libro”. Pero también que aprendan datos confiables. Para ello, esta investigación nace de la revisión de diversas fuentes, entre ellos añejos “libros obtenidos de anticuarios quiteños”, de autores como el padre Juan de Velasco, Pedro Fermín Cevallos, Federico González Suárez y Jacinto Jijón y Caamaño.
También con experiencias
La extensa variedad de fuentes consultadas está explicada en una amplia bibliografía incluida al final del libro. Pero en la última crónica, titulada Recuerdos de la guerra del Cenepa, Aspiazu se atreve a narrar en primera persona sus experiencias como corresponsal en Ecuador de la cadena Eco/Televisa. E incluso cuenta cómo asesoró al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Ecuador para transmitir a los medios de comunicación internacionales la visión ecuatoriana de ese enfrentamiento bélico.
Roberto Aspiazu revela que Crónicas de la historia es el primer tomo de una serie de tres libros que espera publicar hasta el 2019, para lo cual cuenta con el apoyo de la Biblioteca Municipal. “Ya terminé de escribir el segundo tomo, que se llamará Hechos y personajes, y tendrá 33 historias. Espero publicarlo el año próximo. Y el tercer libro se llamará Memorias del ayer.
Este es el aporte que Aspiazu entrega para que las actuales generaciones de ecuatorianos entendamos mejor la identidad de nuestro país. (I)
La gesta libertadora
Extracto de la crónica Relatos de la gesta octubrina, en la cual Aspiazu narra los hechos del 9 de Octubre de 1820, ocurridos a partir de las 02:00: “El plan es simple: apresar a los comandantes españoles y apoderarse del parque y municiones de los distintos repartos militares, neutralizando cualquier acción armada de respuesta. Conocedores que el teniente coronel Manuel Torres Valdivia, jefe de la Brigada de Artillería, tiene debilidad por los juegos de azar, su segundo, teniente Damián Nájera (después capitán), lo conduce con engaño a una pieza donde su amigo Febres Cordero le comunica, en medio de su estupor, que está detenido. Con las llaves del parque en mano, el venezolano junto con una partida de 50 hombres se dirige con arrojo al (Batallón de) Granaderos (ubicado en Malecón entre Sucre y 10 de Agosto) tomándolo por sorpresa; y luego hace lo propio con la Brigada de Artillería (en la intersección de Clemente Ballén y Pedro Carbo) encontrando al oficial de guardia dormido. En la residencia del coronel Benito del Barrio, comandante del Granaderos, vecina al c0nvento de San Agustín en el cerro de Santa Ana, se produce una breve refriega con su guardia personal, pero “cacique” Álvarez con respaldo de caballería lo apresa, poniéndolo bajo custodia. Urdaneta acompañado por 25 efectivos y nueve jóvenes guayaquileños armados no tiene la misma suerte en el Escuadrón “Daule” (en la avenida Olmedo y Malecón) donde su jefe Joaquín Magallar intenta impedir la toma, produciéndose un cruce de fuego donde muere junto a ocho de sus leales. Sería la única sangre derramada por la revolución. Horas más tarde Villamil reclama a Urdaneta no haber evitado su muerte; este le responde con estoicismo: ‘El campo de una revolución no es una escuela de moral’. El gobernador Vivero es sorprendido vestido en su lecho y capturado por el resuelto teniente Rivero y un pelotón de Granaderos; siendo hombre de mar, al ponerse las botas resignado murmura: ‘¡Toma por gobernar en tierra!’. Al rayar el alba, que la musa de Olmedo inmortalizaría como la Aurora Gloriosa, la independencia está consumada”. (I)