Flamingos intrusos: Visitantes alados

Por Paula Tagle
14 de Febrero de 2016

“Una especie distribuida en las costas de Ecuador, Perú, Chile y Argentina, y en el sureste de Brasil. Este es el mismo flamingo que se observa en la península de Santa Elena, en las salineras de Mar Bravo”.

Visito la isla Floreana, en febrero, a las seis de la mañana. El sol apenas ha subido pocos grados sobre el horizonte, pero el calor y humedad son ya insoportables. Sin embargo, una especie aparenta disfrutar de estas condiciones: los flamingos de la laguna salobre.

Alcanzo a contar cincuenta adultos, activos, con la cabeza bajo el agua, extrayendo su alimento. En una islita de rocas diviso tres polluelos, blanquinosos, de patas largas, delgaduchos, y en la orilla norte, otros dos jovencitos, inamovibles, tal vez a la espera del retorno de los padres, que cuidan de ellos incluso por años.

Busco información en los libros, consulto con mis compañeros, y la verdad, el uso de nombres comunes es bastante confuso. Según unas fuentes, el flamingo que observamos en Galápagos es el flamingo común, pero en otras lo llaman flamingo americano, o incluso flamingo caribeño o flamenco rojo. Lo que importa es el nombre científico, Phoenicopterus ruber; phoenicopterus deriva de Fénix, por su color incandescente, similar al del ave mitológica.

El Phoenicopterus ruber anida en la costa de Colombia, Venezuela, en Trinidad y Tobago, la costa norte de la península de Yucatán, en Cuba, las Bahamas, las Antillas y en Galápagos. Es un ave que puede vivir hasta cuarenta años, mide de 120 a 145 centímetros de alto y pesa un aproximado de 2,8 kilogramos. La mayor parte de su plumaje es rosado, intenso, con patas igualmente rosadas, por completo.

¿Cuerpo enteramente rosado? ¿Patas totalmente rosadas? Contemplo la laguna de Floreana y reconozco dos individuos que no cumplen con estos requisitos. Recuerdo la canción de Plaza Sésamo: “Una de estas cosas no es como las otras, es diferente de todas las demás”. Tengo ante mí dos flamingos adultos, aparentemente más grandes, de patas blancas, con rosado apenas en articulación tibio-tarso (mal llamada rodilla). Y en lugar de poseer un plumaje enteramente rosado, solo lo presentan en el extremo de su cola. Tal vez ellos mismos no se han dado cuenta, e igual pasean por la laguna intentando hacer amigos, y alimentándose de las mismas larvas de camarón que los otros. Pero no me cabe duda de que se trata de una especie diferente.

Ya Tui de Roy, famosa fotógrafa de naturaleza, me había contado de la presencia de dos flamingos extraños desde noviembre.

Comparo mi observación con fotos de libros, y la descripción coincide con la de flamingos de Chile, es decir, Phoenicopterus chilensis, una especie distribuida en las costas de Ecuador, Perú, Chile y Argentina, y en el sureste de Brasil. Este es el mismo flamingo que se observa en la península de Santa Elena, en las salineras de Mar Bravo, por ejemplo.

Los chilensis, de 110-130 centímetros de alto son, según la literatura, un poco más pequeños que los ruber. Sin embargo, en esta laguna el día de hoy, los chilensis se ven más grandes que los ruber, al menos más robustos. Un detalle que no coincide con la descripción de los libros, aunque la diferencia de tamaño puede ser percepción mía.

¿Cómo y por qué llegaron a Galápagos? ¿Serán los únicos chilensis que nos visitan? Consulto con guías antiguos, y parece que hasta ahora nadie había descrito este avistamiento. Pero los flamingos ni se enteran; por el momento hay comida suficiente para ambos por igual, en esta gran laguna salobre, en una mañana cálida de febrero de un año ‘Niño’. (O)

nalutagle@yahoo.com

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