Valorar a mamá

11 de Mayo de 2014
Sheyla Mosquera

Toda madre por el simple hecho de ser gestora de vida merece ser amada, respetada y considerada. El no sentirlo le provoca una infelicidad que no merece.

Muchas mamás son dulces, cariñosas, alegres y trabajadoras. También son exigentes, enojonas, aburridas, desastrosas e insoportables. Sin embargo, todas tienen algo en común, por la cual se las debe valorar: son gestoras de un nuevo ser que han llevado por nueve meses en el vientre.

Según la Real Academia Española, valorar es “reconocer, estimar o apreciar el valor o mérito de alguien o algo”. Por lo tanto, dice Enrique Pérez García, director del Instituto de Familia del Ecuador (IMF), valorar a mamá es reconocer y apreciar esas características propias que tiene, como delicadeza, comprensión, afectividad, fortaleza, amor incondicional, ánimo de perdonar y ante todo disposición a servir o a transmitir la fe, entre otras.

“Si nos damos cuenta de todo lo mencionado anteriormente –y la verdad quedándonos cortos en todo lo enumerado– comprendemos que es un inmenso compromiso de cada ser humano el dar valor a su madre. Y cuanto antes mejor”, asegura.

Para Margarita Toral de Martínez, máster en terapia familiar, la madre es el núcleo o matriz de donde cada hijo sale al mundo. Ella es el ser que lo ha estado desarrollando, alimentando y cuidando de manera cercana, no solo durante los meses de gestación, sino hasta después del nacimiento. Principal motivo por el cual se la debe valorar, amar y respetar.

Una madre, agrega, siempre transmite a sus vástagos la manera de sentir, de ser y forma parte de la identidad de los hijos. Esto, debido a la cercanía y a ese querer que les da. De ahí la pertenencia tan importante que los vástagos sienten y que es tan necesaria en el ser humano.

Cada madre, dice, posee un tipo de carácter diferente, y no porque sea madre debe ser perfecta y tener todas las cualidades y ningún defecto. Pues a pesar de los desaciertos, se la debe apreciar como tal. “No importa qué trabajo tenga o cómo sea como persona”.

Demostrar el afecto

Según Pérez, en toda la faz de la Tierra, la naturaleza de madre de una mujer sigue siendo lo que ha sido desde el inicio de la creación del mundo. Él también se anima a pensar que las infinitas expresiones de amor que existen en el mundo para la Madre del Cielo, la santísima Virgen María, mantienen en la mente y el corazón de cada hijo el valor que se merece cada madre.

El número de maneras de valorar a la madre, agrega, está en estrecha relación con la capacidad de expresión que tiene el ser humano. Por lo tanto, los límites están en la imaginación de cada persona. “Existen tradiciones, formas de hacer las cosas en cada familia, en cada lugar, que muestran prácticamente la forma en que cada hijo valora a su madre: regalarle flores, agasajarle con dulces, llevarle de paseo, escribirle un poema, hacerle un dibujo, ayudarle económicamente para su manutención, decirle palabras bonitas, compartir sus penas escuchándola, simplemente estando allí cuando lo necesita, entre otras”.

Todo lo mencionado anteriormente, afirma, son muestras prácticas de cómo un hijo valora a su madre. Sin embargo, todo aquello se puede resumir en una sola palabra: amor. Así entonces, “la manera en la que la valoramos es dándole amor, entendiéndose por amor el hecho de salir de nosotros mismos y servir a los demás, en este caso, a nuestra madre”.

Para Toral, los hijos no solo deben valorar a la madre, sino demostrarle el afecto. ¿Cómo hacerlo? Diciéndole un te quiero, acariciándola, abrazándola, entre otras expresiones. Pero si no viven con ella o están lejos, deberán llamarla para preguntarle cómo está, cómo se siente y en qué pueden ayudarla, sobre todo, porque el paso del tiempo hará que se vaya desgastando su salud. “La preocupación no puede ser constante, pero sí cada dos o cinco días. Es importante para que la madre sepa que el hijo está allí y que no se ha olvidado de ella”.

 

Hacerla respetar

Entre las tantas formas de que un hijo valore a su madre, dice Margarita Toral, está el no permitir que le falten a ella el respeto. Por ejemplo, si ocurre un problema entre su pareja y su madre es una situación difícil, porque está en medio de ambas.

“El deber como hijo es hacer sentir a la pareja cuán importante es su madre para él, porque es quien le dio la vida y si le falta el respeto, también lo está haciendo sufrir. Asimismo, el hijo deberá explicarle a su madre que ama a su pareja y que desea que se lleven bien, porque el no hacerlo lo lastima debido al gran amor que siente por su esposa o esposo”.

Por último, agrega, la madre política también merece el cariño, valoración y respeto por ser tal, no importa si es metida o antipática. Hay que reconocer que si la pareja es cariñosa, preocupada o responsable, mucho de eso ha dependido de la suegra. “El respeto que se da a la madre redunda beneficiosamente en los propios hijos y en las futuras generaciones”.

No abandonarla

Pérez explica que una muestra de valorar a la mamá es no abandonarla. El abandono es una actitud muy triste de parte de un hijo y se puede dar de varias formas: a) el físico, cuando no está junto con ella y tampoco se molesta en llamar por teléfono, escribir una carta, entre otras; b) la indiferencia, cuando estando físicamente con ella no conversan, no comparten algunos aspectos de sus vidas o no la escucha; c) el olvido, cuando definitivamente ha sacado del corazón y mente a su madre. La única forma de evitar esto es amar a la madre, poniendo en práctica aquellas acciones que mantienen vivo ese amor y que se enumeraron más arriba.

Aunque un hijo se case o tenga que irse a vivir a otro hogar, explica Toral, nunca dejará de ser hijo o hija, y por lo tanto la relación tiene que continuar. “Es cierto que tienen que darle prioridad al hogar que está formado o se está iniciando, pero sin olvidar de dónde viene y mantener esa relación que debe ser fluida, armoniosa y cariñosa”.

Evitar que sufra

Para hacer sufrir a una persona existen muchas formas y, en ocasiones, el ser humano ha dado muestras de una gran iniciativa en estos temas. Pero, explica Pérez, algo que hace sufrir sobremanera a una madre es no ver a su hijo feliz, trabajador, sirviendo a la sociedad y a su país, siendo buen alumno en la escuela o en el colegio, obteniendo un título profesional, siendo buen esposo y padre, sacando adelante a su familia.

Incluso, por el inmenso amor que tiene para sus hijos, una madre sufre cuando se da cuenta de que todos sus desvelos y sacrificios no han dado resultado. “Entonces, para evitar que sufra hay que practicar, sin claudicar, el cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre.

Toral asegura que la madre también sufre cuando observa que su vástago está yendo por mal camino, no obedece y se ha vuelto una costumbre en él. Asimismo, cuando le contesta groseramente, le alza la voz o la ofende, no solamente el día que estuvo de mal genio.

Esto se da porque lo observan en la televisión o en los medios sociales e incluso porque se han malentendido todos los derechos de los niños. Piensan que deben recibir todo: educación, alimentación, vestimenta, y que no tienen ningún deber. Por eso es necesario tratar de retomar con los hijos la importancia de que tienen deberes que cumplir y uno de ellos es agradecer y valorar a la madre.

Además, los adolescentes, sobre todo, siempre piensan que tienen la razón. Por ello creen que pueden decirle a la madre lo que les viene en gana, y eso no es así. Aunque ella se equivoque en algún momento, lo acertado es buscar la oportunidad para conversar de buenas maneras, así se puede llegar a consensos.

No obstante, debe concienciar de que al no respetarla y no hacerla sentir querida la está desvalorizando, lo que puede ser causa en el futuro de un gran arrepentimiento. “Un fuerte disgusto puede provocar una gran impresión a la madre y por ende un infarto”, dice Toral.

Asimismo, los hermanos deben aprender a llevarse bien entre ellos, porque hacerlo es una manera de valorar a la madre. El no hacerlo y vivir sin armonía le provoca infelicidad, ya que el deseo es que se apoyen, se ayuden y sean buenos hermanos.

Dejar los resentimientos

Pérez explica también que existen situaciones muy penosas que se han dado a lo largo de la historia de la humanidad y que, en el tiempo presente, no han dejado de existir: el abandono de los hijos, la disolución del vínculo matrimonial o el aborto, entre otros. Esto, agrega, puede dar lugar a que haya resentimientos de los hijos hacia sus madres, porque naturalmente se presenta el dolor con todos los sufrimientos que esto acarrea.

Ante esta situación, la respuesta de estos hijos debe ser aquella que está a la altura de la naturaleza humana: el perdón. “Expresión nada fácil de hacer realidad, pero que seguramente dará mejores frutos en quien ha sufrido este dolor. El resentimiento no es favorable para ninguna persona, así que, a pesar de lo que pueda haber sucedido, una persona debe luchar por seguir valorando a su madre”.

 

Martha figueroa y Bella Ríos
Grandes amigas y compañeras

Para Martha Figueroa, su madre, Bella Ríos, es el gran regalo que Dios le ha dado en esta vida. La adora por ser su mayor inspiración, gran amiga y compañera, y la admira por haberla criado con principios y valores, pero también con libertad para volar con responsabilidad y compromiso.

“Somos cinco hermanos y el trato que ella siempre ha tenido con todos ha sido el mismo. Nos ama y nos apoya en cada decisión que tomemos, con el mismo cariño y con la misma comprensión, dulzura, intelectualidad y sabiduría que la caracterizan”.

Incluso, dice Martha, su madre siempre está para cada uno de sus hijos, sin importar dónde se encuentren o qué estén haciendo. “Mis hermanos y yo tenemos los mejores poemas que nos ha podido regalar, aquellos que han sido elaborados por ella con tanto amor y bondad. Por eso, jamás dejamos de expresarle nuestro amor con un te amo, un abrazo fuerte, una llamada, una tarjeta o una flor”. (S.M.)

Alexandra Sánchez y Ana Parra
valiosos consejos a la distancia

“Somos muy afortunados los hijos que podemos tener una madre que a la vez es una compañera, tu mejor amiga, pero sobre todo un gran ser humano”, resalta Alexandra Sánchez sobre su mamá, Ana Parra. Lo que ella más valora de su madre es sentir que, a pesar de los años y de que ella y sus hermanos ya son adultos, para Ana aún es su prioridad darles su amor y su tiempo en calidad y cantidad, enseñarles a ser humildes y apreciar las cosas más sencillas o complejas de la vida. “Ha estado en los momentos más importantes de mi vida, aunque haya significado muchas veces millas de distancia”, cuenta Alexandra. Esto se debe a que Ana vive desde hace 9 años en Colombia, su país natal, donde además cuida de su madre de 89 años. Alexandra agrega que Ana en su faceta de abuela tiene empatía con todos los nietos y juega mucho con ellos, como con su hijo Gabrielito (en la foto). “Pero nunca nos desautoriza, le gusta la disciplina sin dejar de ser consentidora y cumpliendo el dicho ‘quien es buena hija, es buena madre’, ya que veo la misma actitud alegre y paciente con mi abuelita Rosita” (G.Q.).

david freire y Elizabeth garcía
muy parecidos

Que una mamá tenga un carácter estricto y firme también tiene sus ventajas. Así lo explica David Freire, de 20 años, quien asegura que la personalidad de su mamá ha sido una de sus fortalezas durante todos estos años. “Ella me enseñó a defenderme de las personas, sin necesidad de atacarlas, a saber que para demandar respeto, también hay que darlo”, comenta. Asimismo, él y su hermano han recibido grandes dosis de cariño de parte de su mamá, sobre todo en los momentos más difíciles. “Ella tuvo un tumor hace ocho años y fue una época bastante difícil. Luego de eso fallecieron tres miembros de nuestra familia”, recuerda David. “En todo momento, ella siempre estuvo allí para apoyarnos y nosotros también a ella, siempre hemos tenido esa relación recíproca”, expresa. Finalmente, David admite que muchos de sus hábitos actuales los ha heredado de su mamá, como la organización, la limpieza y el orden. (D.L.)

Juan Pino y Anneri Medina
Total capacidad de amar y apoyar

Existen padres que consideran a los hijos con capacidades especiales como “un mueble, un objeto en la casa. Piensan que un hijo ciego, sordo, mudo o cojo es inútil”. Son palabras de Juan Pino, quien agradece porque su mamá, Anneri Medina, fue todo lo contrario. Él comenzó a perder la vista a los 5 años debido a una enfermedad. “A los 17 ya no veía nada. En ese lapso mi mamá fue la única que me ayudó a ir al Asilo Mann a realizarme exámenes, a operarme, a madrugar para coger los tiques de atención. Ni siquiera mi papá me ayudaba en eso”, comenta este vendedor informal de 44 años. Aquella enfermedad también le afectó los huesos de la cadera. “Caminábamos juntos hacia el hospital. Como yo iba lento, descansando, ella me esperaba con paciencia, hasta me cargaba”, comenta sobre ella, quien en esos años laboraba lavando ropa, cocinando en casas particulares, vendiendo comida en la calle y un pequeño local en la esquina de su casa, y atendiendo una tienda de abarrotes. “Ella me apoyó para graduarme, para trabajar. Si no fuera por ella, aún estaría lamentándome en casa”. (M.P.)

 

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