Prepararse para la jubilación

05 de Noviembre de 2017
Dayse Villegas

No es el fin de la productividad, la independencia ni la actividad; es un tiempo para cumplir metas.

No existe una edad determinada para empezar a planificar la etapa de la jubilación, pero un buen momento puede ser entre los 35 y los 45 años o incluso antes.

“Es parte inevitable de la vida, no podemos dejar de proyectarla, sin dejar de vivir el presente”, dice la psicóloga clínica Silvia Cordero Encalada. La jubilación, enfatiza, debe ser una etapa de plenitud, enfocada en el descanso, las oportunidades para hacer otras actividades y disfrutar de la familia. Suena bien, ¿verdad?

Para que así sea, usted debería tomar la decisión una vez que tenga en claro varios puntos. Primero, cuáles son los pros y contras: va a tener un ingreso perenne, pero sin aumentos, decimoterceros ni vacaciones. Es un paso inevitable, pero usted puede estar preparado para lo que viene como consecuencia. “De aquí a cinco años, lo que yo recibo será lo mismo y probablemente, no me va a alcanzar”, aporta Ernesto Secaira, psicólogo con experiencia en el área de Recursos Humanos.

No actúe solo

¿Tiene pareja? Esta es una decisión de los dos, afirma Secaira. “Se debe consultar con el otro, ya sean compras, ventas o inversiones, porque el beneficio (o los riesgos) son para los dos”.

Es una decisión que se toma con metas en mente. “Jubílese, pero poniéndose una meta, la cual no es quedarse en casa sin hacer nada, sino desempeñar sus funciones en otra cosa, con menor desgaste”.

El psicólogo sugiere que usted:

-Trate el tema en una reunión familiar, o por lo menos con su cónyuge. Una pregunta importante es: ¿el otro va a seguir trabajando? ¿Con los ingresos de ambos van a poder vivir bien?

-Programe con al menos 5 años de anticipación a qué va a dedicarse: abrir un negocio propio, apoyar al negocio de la pareja, tener su estudio u oficina en casa.

-Asegúrese de que está al día en sus deudas. “Piense que en adelante usted ya no va a trabajar para pagar, sino para vivir tranquilo”.

-Su prioridad, en adelante, será su salud. Luego, disfrute junto a su pareja de metas personales que no han podido realizar antes, como viajes.

-Será una buena oportunidad para salir de casa y, finalmente, tener tiempo de reunirse con su grupo deportivo, cultural, social, religioso. ¿A qué grupos pertenece ahora? Mantenga el vínculo.

-Sería una buena oportunidad para volver a estudiar. “Si siempre fue su meta, cúmplala. Si antes no pudo por alguna razón, ahora tiene tiempo y el apoyo de su familia: hágalo. Al resto le tomará dos años, a usted cinco, no importa”.

Secaira explica que pensar en todo esto con tiempo puede incluso aligerar el choque que se produce cuando la decisión de la jubilación no es suya, sino de su empleador. Si esto sucede, vuélvase a su familia para mantenerse activo: de acuerdo con su área o su experiencia, asista a alguno de sus hijos, dé una asesoría; eso ayudará a que el cambio sea menos brusco.

Atención a la salud

Las áreas de atención prioritaria en esta etapa deben integrar lo familiar, médico, psicológico, espiritual y social, así como emprender una actividad de interés postergada. Es fundamental realizar rutinas de prevención, como el diagnóstico y el tratamiento temprano, para evitar consecuencias emocionales y físicas.

Para una vejez de calidad, aconseja Cordero, cultive desde la juventud, de ser posible, los siguientes aspectos:

-Alimentación saludable (frutas, vegetales, semillas, etc.).

-Gimnasia mental (lectura, escritura, crucigramas, ajedrez, operaciones matemáticas sin calculadora).

-Ejercicios físicos.

-Disfrutar de las relaciones familiares y de pareja.

-Cultivar amistades.

-Ahorrar para la etapa de retiro.

Para la familia

Su grupo familiar (esposo, esposa, hijos), se beneficiaría de una terapia grupal, en la que se revise la relación entre todos y se confirme que todos aceptan que llegó el momento de ayudar al padre o madre jubilado.

“Pero la forma no es decir: Ya no hagas nada, no te preocupes, yo te mantengo, lo cual puede suceder si los hijos son solventes”, advierte Secaira. Hay que encontrar formas de apoyarlo en familia. ¿Cuáles han sido los intereses perennes de su familiar jubilado? Conversen para hallar la manera de ayudarlo a emprender algo relacionado, sin presión y sin preocupaciones económicas. El mensaje es: No estás solo. Se le da la seguridad de que sigue siendo útil, con menor carga.

Sentirse capaz y útil está muy ligado a la autoestima. A veces, eso dependerá de cosas que usted está acostumbrado a hacer y que tendrán que disminuir en intensidad con el tiempo. Pensar eso puede llegar a molestarle. Para reconciliarse con esta idea, Secaira propone hacer una diferencia entre poder y deber. “Tal vez usted puede manejar, pero llegará un momento en que no deberá hacerlo”. Todo depende de su estado de salud.

Cordero recomienda que, junto con su familia, elaboren una lista de lo que usted hará de manera independiente y aquello en lo que necesitará apoyo, de acuerdo con su condición o realidad de salud. Así evitará sentir que pierde el control de su vida. Esa lista se completa con:

-Números de emergencia en varias áreas de la casa.

-Adaptar espacios físicos en la casa que no impliquen dificultades para movilizarse.

-Manejar un calendario anual de control de los especialistas (neurólogo, psicólogo, etc.) necesario para el bienestar integral.

-Vivir una vida espiritual más activa.

La mayoría de los trabajadores en nuestro medio, dice Secaira, no hacen este tipo de reflexiones, sino que esperan seguir trabajando hasta que las fuerzas y capacidades se agoten. Cordero hace notar que sujetarse a horarios fijos de 8 horas no es lo recomendable. “No espere a desarrollar una enfermedad grave o una incapacidad por edad para empezar a vivir con plenitud”.

En esta etapa, las condiciones de trabajo, en caso de que usted desee continuar en su empleo actual, no deben sujetarse a un jornada laboral larga, sino que debe ser un horario que le permita realizar otras actividades para su desarrollo integral.

Aprender a ser viejo

Por Robert Safdie, autor del libro Aquí mando yo

Tengo 87 años.

Día a día, me encuentro con personas de mi edad o bastante más jóvenes, y en algunas, la expresión del rostro y la actitud me hacen pensar en una palabra aterradora : resignados.

¿Resignados por qué? ¿Por no entender que, según el proverbio, jamás hay que lamentar hacerse viejo porque a muchos se les ha negado este privilegio’?

¿Y resignados a qué? ¿A convertirse en un pozo de dolencias, más psicológicas que físicas, y esperar a cruzar la última frontera sin haber sido, hasta el final, activos y sobre todo útiles?

Pensar así es quitar lo esencial a la palabra vida, cuando existen tantas formas de disfrutar integralmente de ella.

En su libro Cincuenta y tantos, el doctor Juan Hitzig se refiere a investigaciones de gerontología que demuestran que alrededor de los cincuenta años se encuentra el Punto de Inflexión Biológica, que define en qué forma envejeceremos.

Y comenta que “el cerebro es un músculo fácil de engañar: si sonríes, cree que está contento y te hace sentir mejor”.

Un gran ejemplo de longevidad intelectual son las monjas de Mankato, una recóndita comunidad de Minnesota, EE. UU., donde muchas de ellas superan alegremente los 90 años con una asombrosa agilidad mental: compiten en concursos, dictan charlas, resuelven pasatiempos, desarrollan actividades manuales, conversan de todo y nada con sus semejantes y, de esta forma, revitalizan permanentemente los conectores del cerebro que tienden a atrofiarse con la edad.

Podemos hacer lo mismo y olvidarnos de la famosa tercera edad, periodo de la vida supuestamente lleno de ventajas y privilegios que nadie respeta.

Pero antes, es imprescindible identificar claramente la diferencia abismal entre dos conceptos: ser mayor y ser viejo.

El primero es consecuencia del paso de los años que nadie puede detener, pero el segundo refleja el estado de alma, mediante el cual demostramos si formamos parte de los viejos de menos de 50 años o de los jóvenes de 80 y más.

La edad no hace retroceder al ser humano. Por lo contrario, lo hace crecer en sabiduría y experiencia.

Algo que, por cierto, deberían tomar muy en cuenta algunas culturas empresariales obsoletas que ponen un límite de 40 años a las contrataciones de personal y separan, sin contemplación, por haber llegado al supuesto límite de edad, a colaboradores quienes deberían seguir activos, no solamente por su excepcional pericia, sino para formar talentos humanos jóvenes y convertirlos en ejecutivos de indudable proyección.

El desarrollo humano requiere tiempo, y en su obra Fuera de serie Malcolm Gladwell plantea la regla de las 10.000 horas, que según el autor “es el tiempo mínimo que necesita aplicarse a una misma actividad para alcanzar la maestría’’.

Parece, entonces, que querer seleccionar personal con una comprobada experiencia en un cargo, pero que no pase de los 25 a 30 años, se asimila a un intento de resolver la cuadratura del círculo.

En definitiva, que seamos activos o jubilados, nuestra efímera presencia en esta tierra no es más que una incesante y ansiosa búsqueda de la felicidad y solo la alcanzan los que saben cómo envejecer bien, valoran en todas las etapas de la vida a los que lo logran y, sobre todo, respetan y motivan a los que a veces pierden la fe en seguir viviendo de verdad.

Pablo Picasso tenía razón: “Lleva mucho tiempo aprender a ser joven”.

 

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