Qué hacer al saber de un caso de abuso

04 de Octubre de 2015

En quien sospecha o tiene certeza de un caso de maltrato de cualquier tipo recae una responsabilidad inesperada: ser apoyo y encontrar la ayuda adecuada. ¿Cómo reaccionar en esta situación?

La psicóloga Alison Carper, columnista de la sección de opinión del The New York Times, cuenta el proceso de recuperación de un paciente y amigo. “Cuando hablaba del pasado, era tan frío que parecía que no estaba hablando de su historia. Eso era lo que él quería creer y hacer creer. Le gustaba citar la primera línea de su poema favorito. “No tengo madre ni padre, tomo a la luna y al sol como mis cuidadores”. Sin embargo, si la esposa arrugaba el ceño, él se congelaba. Y si escuchaba una discusión en la calle, permanecía tenso por horas.

El hombre había elegido olvidar casi todas las ocasiones en que había sido excesivamente castigado (su hermano las recordaba), pero una de ellas la tenía clara como el día, pues había sido en público, y un extraño se había acercado al padre para llamarle la atención. El niño quedó impresionado. Había tenido un testigo.

Con esa pista, Carper sintió que necesitaba ser testigo del trauma. “Si alguien más hubiese estado presente y hubiese mostrado empatía y humanidad, las cosas hubiesen sido diferentes para él, incluso si el abuso no se detenía. Ese testigo le habría ayudado a entender que el comportamiento de los padres no era su culpa, que no era un niño malo ni enfermo y que su necesidad de amor era natural”. De haber recibido esos mensajes, en la adultez podría experimentar tristeza, pero el miedo no lo atormentaría.

El poder de un testigo

Ser testigo podría ayudar a la persona a sanar, como en el relato de Carper, y también a visibilizar y “romper el círculo del abuso”, como señala la psicóloga clínica y orientadora familiar Mónica Llanos Encalada. ¿Cómo desarrollar esa capacidad de respuesta?

“El amor y el respeto al otro se desarrollan sobre la base del amor y respeto por uno mismo. Con esa seguridad emocional se es capaz de identificar, discriminar y rechazar cualquier tipo de atropello hacia uno y luego hacia los demás”, explica Llanos. Pero sin ella, “podemos ser observadores pasivos, lo cual puede convertirnos en cómplices silenciosos. Pensamos que no es nuestro problema; sin embargo hay que saber que todos somos responsables de intervenir oportunamente a favor del abusado”.

Hay tipos de abuso muy expresivos y claramente tipificados, dice Llanos, como la agresión sexual y física. Pero no todas las agresiones son visibles. La mayoría se produce en forma gradual y sistemática; en cualquier contexto, relaciones laborales, familiares, de amistad y de pareja, el abusador tiene ventaja física, moral, afectiva o psicológica frente al otro, a quien hace sentirse responsable del maltrato.

La psicóloga educativa y orientadora familiar Toyi Espín de Jácome aclara que el abuso sexual no solo tiene que ver con el contacto físico. “Incluye el tratar de mirar el cuerpo desnudo del menor, exhibicionismo o exponer al niño a pornografía”.

Como algunas señales de abuso, Llanos menciona sumisión absoluta e incondicional, sacrificio del propio bienestar, intereses y decisiones, inestabilidad, temor, inseguridad. La Organización Mundial de la Salud reconoce que ciertos tipos de abuso requieren altos niveles de sospecha y estar familiarizado con las señales verbales, físicas y de conducta.

La psicóloga Estefanía Paz, del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam), indica que en los niños se puede observar ciertos cambios de conducta: tienen mucho miedo, se orinan, tienen conductas sexualizadas con sus compañeros en la escuela: los tocan, les levantan la falda. Este tipo de interacciones indican que probablemente están siendo testigos o están sufriendo algún tipo de abuso sexual. Espín añade: agresividad o pasividad extrema, dificultad al caminar o sentarse, rechazo a cambiarse de ropa, tener pesadillas y huir de casa.

Creer, denunciar y proteger

Paz también explica que en el momento en que se sospecha de abuso, en especial en el caso de niños, lo mejor es preguntar. Y si hay una respuesta, hay que afirmarle a la persona que se le cree y que se va a buscar la ayuda pertinente y realizar la denuncia para obtener medidas de protección. Al creerle, se construye la confianza de la persona.

No es necesario investigar ni presionar por detalles, porque eso corresponderá a las autoridades competentes. No dar muestras de estar horrorizado, enojado ni indignado (la persona podría tener mucho temor y sentimientos de culpa y vergüenza). Espín afirma que es importante enseñar a dejar esa falsa culpa, a perdonarse a sí mismo y a quien agredió (pero apartándose de esa persona) y trabajar en psicoterapia conductas agresivas y otras secuelas.

Es mejor recomendarle que recuerde su derecho a tener una vida libre de violencia, sugiere Paz, y que hay personas dentro y fuera del hogar que pueden actuar, si se decide contar lo que está pasando.

El Cepam dispone de equipos preparados para brindar asistencia (gratuita en todos los casos) en el área psicológica y legal y de trabajo social en sus oficinas (av. Domingo Comín, junto al mercado Caraguay y en la Fiscalía de la Merced, General Córdova y Víctor Manuel Rendón). Las sesiones de terapia se extienden por el tiempo que cada persona considere necesario.

La pirámide del abuso

El Reporte Global de Prevención de la Violencia 2014, de la Organización Mundial de la Salud, establece que las mujeres, los niños y los ancianos llevan la mayor parte de las agresiones no fatales, sean físicas, sexuales o psicológicas.

En el informe, que reúne información de 133 países y estima que representa al 88% de la población mundial, un cuarto de los adultos dijeron haber recibido abuso físico cuando eran niños, una de cada tres mujeres había soportado violencia física o sexual de su pareja en algún momento de su vida y uno de cada 17 adultos mayores habían sufrido abuso durante el último mes.

Si se lo mira como una pirámide, debajo de los casos de muerte, los más visibles, están las numerosas búsquedas de ayuda en emergencias médicas o legales. En el tercer grupo están los que solo salen a relucir en las encuestas, que puede que no sean reportados. No todos quieren divulgar sus experiencias, ni siquiera en entrevistas confidenciales, así que en el fondo están quienes sufren o han sufrido abuso en silencio, con problemas de salud y consecuencias sociales que a menudo son de por vida y no entran en las estadísticas oficiales.

Cuando el testigo es un niño

Una de las más recientes preocupaciones son las estrategias de intervención para niños que son testigos de violencia doméstica y que podrían reproducir, de adultos, relaciones disfuncionales.

Estos niños, no todos, pueden presentar una serie de síntomas de conducta, emocionales y sociales y retrasos en desarrollo físico o cognitivo. Ellos necesitan adquirir habilidades para evitar ser involucrados en los conflictos violentos entre sus padres y buscar ayuda.

Espín dice que la violencia doméstica es aprendida, y que los niños, niñas y adolescentes que presencian estas escenas, aunque solo sean amenazas de abuso físico, quedan marcados emocionalmente. Se deprimen, son hipersensibles, tienen miedo y se vuelven agresivos, adoptando las mismas conductas que observaron en sus padres. “Hay pensamientos negativos, de intento de suicidio, y pueden llegar incluso a ejecutar este acto”.

La ayuda debe ser similar que en el abuso sexual: buscar ayuda profesional para trabajar el tema de la violencia con toda la familia, mejorar la autoestima, hacer conciencia en el menor de que no es culpable de lo que sus padres hacen.

Espín considera que todas las personas que han sido víctimas de violencia doméstica pueden beneficiarse de este acompañamiento. “Sí es posible salir del círculo de violencia, si tan solo hay decisión y voluntad para que los cambios se efectúen. Es mejor empezar ahora para evitar arrastrar a más personas a esta problemática”. (F)

 

El descuido es maltrato

La OMS esboza la siguiente definición sobre lo que es el abuso: “todas las formas de maltrato físico, sexual, descuido, tratamiento negligente o explotación comercial y de cualquier tipo, que resulten en daño real o potencial a la salud, supervivencia, desarrollo o dignidad del niño, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder”.

Es decir que incluye acciones y omisiones de los cuidadores que causan perjuicio a los niños. Entre ellos está el descuido, no proveer para el pequeño en una o más de las siguientes áreas: salud, educación, desarrollo emocional, nutrición, vivienda y condiciones de vida seguras. El descuido no es pobreza, pues ocurre cuando los cuidadores tienen una razonable fuente de recursos y eligen no compartirlos con los niños.

Las manifestaciones incluyen no cumplir recomendaciones de salud ni buscar atención médica apropiada, privar al niño de alimentos que resulta en hambre y en dificultad para que crezca. Preocupa también la exposición de los niños a drogas y falta de protección a peligros del ambiente. Abandono, supervisión inadecuada, pobre higiene y dejar a los niños fuera del sistema educativo son más evidencias de descuido.

Los padres en esta situación suelen tener relaciones sociales fragmentadas, poca habilidad para soportar estrés y para contactar asistencia social. Además, carecen de información y tienen expectativas irreales del desarrollo del niño. Muestran irritación y enojo frente al comportamiento infantil, y son menos afectuosos y más hostiles con sus hijos.

Con seguridad emocional somos capaces de rechazar cualquier tipo de atropello hacia nosotros y luego hacia los demás; sin ella, podemos convertirnos en observadores pasivos”.
Mónica Llanos Encalada

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