Poniendo límites saludables

22 de Julio de 2018
Dayse Villegas

La distancia que cada persona necesita para sentirse cómoda y segura no se puede promediar, pero las reacciones son evidentes: muecas, rigidez, brazos cruzados.

Todos tenemos una burbuja invisible. Cuando alguien se nos acerca más allá de esa área, especialmente sin permiso, mi cuerpo va a tomar distancia, explica la psicóloga clínica Glenda Pinto Guevara. “En la corteza cerebral frontal y parietal tenemos nervios que se activan cuando alguien se acerca demasiado, con la consecuente reacción de alejamiento o rigidez”. Esto es normal. Lo preocupante es que la persona, aunque se sienta mal, crea que no debe decir nada.

La incomodidad también podría ser un indicador de que el algún momento, la persona fue violentada en su intimidad. Y los causantes más frecuentes suelen ser las personas más cercanas, incluyendo los padres. “Alguien ha pasado el límite de lo corpóreo”.

El valor de la intimidad

Pero el espacio personal no se reduce a lo físico, sino que es también el tiempo dedicado exclusivamente a nosotros mismos, a conectar con quienes somos y lo que necesitamos. Es, dice Pinto, una función básica del cerebro para la supervivencia y la identidad. “Hacer este ejercicio es valioso”, dice Pinto, “porque nadie como usted para saber qué prefiere y hasta dónde”. Sin esto no podemos establecer una intimidad saludable con alguien más, en la que ambos puedan expresar lo que les gusta y les disgusta.

La especialista define la intimidad como la conexión que uno tiene consigo mismo, sabiendo lo que siente y lo que quiere. “El problema es que tenemos muy poco diálogo con nosotros mismos”. La muestra es que la mayoría de las personas que buscan ayuda profesional porque tienen dificultades para relacionarse, al ser instruidas a meditar, se sienten incómodas, porque no están acostumbradas a escucharse.

Hay un vacío importante en la psiquis de la mayoría de las personas. Vivimos en una cultura que nos exige rapidez, desempeño, continua adaptación. Y de la misma manera tratamos las relaciones. Con el tiempo, podemos formalizar una relación sin haber desarrollado verdadera intimidad. Se asume la decisión de convivir, y se producen roces naturales que se viven como desengaños, decepciones e incomodidad. “Decimos: él o ella ya no es como cuando lo conocí. Ahí viene el fracaso de las relaciones”, dice la psicóloga, cuando caen las expectativas porque desde el comienzo no hubo una buena estructura.

¿En qué momento poner límites?

Son los padres quienes guían este aprendizaje en los niños: le indican cuándo marcar una pauta, respetar hábitos de higiene emocional y mental, no saturarse ni maltratarse, no permitir ser abordado de maneras inadecuadas. “El chico tiene que aprender sus límites, decir no cuando algo no le viene bien o no le es apropiado. Y conocerse de a poco”.

Pinto comenta que actualmente los niños son criados por alguien que los cuida, no siempre un familiar, que no le dará la atención plena que necesita. Cuando no, son entretenidos con equipos electrónicos. No media una formación emocional adecuada y su sistema se contamina de creencias perjudiciales.

Trazando límites saludables

¿En qué áreas es necesario poner un alto? En el trabajo. “Deje de trabajar a un tiempo razonable, no se lleve trabajo a casa, no trabaje en las noches, fines de semana ni feriados”, dice el autor y radiodifusor estadounidense Alan Cohen, fundador de la Fundación Holistic Coach. Diga no a pedidos de hacer más de lo razonable. Empiece y termine sus reuniones a tiempo. Dé su número de teléfono e email profesional solamente, no el personal ni el de la casa.

También en las relaciones personales. “Esté con amigos y familia por su gusto, no por obligación, costumbre, culpa o miedo. Cree distancia de personas criticonas, demandantes o negativas. No entre en conversaciones desgastantes o no productivas”.

Traslade esto al espacio físico: establezca un lugar en la casa para retirarse o salga para relajarse y reflexionar.

Cuide su tiempo. Asista a las reuniones y encuentros que acordó previamente. Deje espacio entre una y otra para que no esté siempre apurado.

¿Qué hay del dinero? No cree deudas insanas. Diga no cuando vea que la persona bien puede hacerlo de manera independiente.

Viva el romance, pero no le dé el poder sobre usted a su pareja. Permanezca íntegro, con los pies en la tierra, antes que dejar que el drama consuma su energía y le haga olvidar su paz interior, gozo y eficiencia. Lo mismo aplica para la vida sexual.

Dificultades para acercarse

El otro lado de no saber respetar los propios límites es la desconfianza a tener cercanía con los demás. “Mis años de terapeuta y la literatura clínica sugieren que lo que más determina la capacidad para la intimidad es las circunstancias de la niñez”, indica el doctor Leon Seltzer, profesor del Queens College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Los años formativos nos enseñaron cuánta confianza poner en los otros. Si percibimos a nuestros cuidadores como poco confiables, eso nos enseñó que el mundo en general no era digno de confianza, y que solo podíamos contar con nosotros mismos. Porque el prerrequisito para un vínculo cercano es estar dispuesto a ser vulnerable.

Seltzer comparte tres situaciones en que el niño aprende a no confiar:

1. Cuando los cuidadores

hicieron sentir al niño descuidado, reprobado o rechazado, en suma, no amado. Las quejas, las humillaciones y las altísimas expectativas pueden hacer que el niño llegue a la conclusión de que no merece amor. En adelante, darse a conocer a otros será visto como peligroso, por miedo a decepcionarlos.

2. Cuando el niño tuvo una experiencia de abandono y resolvió no volver a depender emocionalmente de nadie. Aunque los padres no se hayan ido de la casa, si el niño creció en un hogar caótico e impredecible, con adultos volátiles u obsesionados consigo mismos, sentirá que está solo y que tiene que criarse solo.

3. Cuando uno de los padres trató de envolver o absorber al niño. Es el extremo opuesto al abandono, no por ello menos abusivo, porque violenta los límites generacionales necesarios para el buen desarrollo, al no permitir al niño ser su propia persona. A partir de eso cualquier otra relación cercana parecerá intimidante.

“En los primeros 5 años de vida, cualquier cosa que se enseñe al niño, queda como una impronta, difícilmente se va a borrar”, dice Pinto, resaltando la importancia del contacto directo de padres e hijos. “Así irá creando hábitos que serán difíciles de instalar más tarde”. Es el momento de establecer mucho contacto emocional, para que el niño se familiarice con las emociones y no les tenga temor.

Es fundamental enseñarle que es amado y siempre va a ser aceptado por los padres. Ellos, especialmente la madre, son la primera fuente de intimidad de los niños. Esa conexión le garantiza qué es importante, qué es bueno, qué es digno. El castigo y la vergüenza quitan esa dignidad. El niño llega a creer que lo merece. “Al crecer, buscará lo mismo, porque la intimidad que le enseñaron en la primera infancia fue desastrosa. Cuando su pareja u otros lo maltraten les parecerá que es parte del amor, así lo aprendió”.

SEÑALES DE ALERTA

¿Cuándo hay un problema de espacio personal?

- Cuando a pesar de no estar feliz en una relación, o en el trabajo, se lo acepta porque “es lo que me tocó vivir”.

- Cuando hay maltrato sutil: no comer bien, no descansar lo suficiente, no tener un ‘horario de atención’ para los demás. Pero también es aceptar atenciones que no deseamos: comer sin apetito porque no queremos que el otro crea que lo rechazamos.

- Cuando hay sensación de culpa ante la idea de separar un tiempo y lugar personal.

- Cuando hay dificultad para estar a solas, pensar, relajarse. Dese 5 minutos solo para concentrarse en respirar, no para resolver un problema. Conforme tenga higiene mental, estará más dispuesta para tender el trabajo y a los que necesitan de usted. Use recordatorios hasta recobrar el hábito de hacer una pausa y atenderse.

 

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