El estrés y la vida

Por Lenín E. Salmon
02 de Agosto de 2015

La vida es complicada, nadie lo duda. Todos, todos los días, tenemos que enfrentarnos a situaciones que nos hacen salir de nuestra zona confortable y nos obligan a hacer ajustes en nuestras rutinas. El estrés puede venir de cualquier parte: pueden ser situaciones severas como problemas en el trabajo, o de salud, un matrimonio inestable o comparativamente tan intrascendentes como tener que disculparse por llegar retrasado a un compromiso, o tener que esperar más de la cuenta en la fila del banco.

Parecería algo a lo que deberíamos estar acostumbrados, pero nuestra naturaleza está configurada de tal manera que interpreta la situación estresante como una amenaza a nuestra existencia (así lo era para nuestros antepasados primitivos) y nos declara en emergencia, produciéndose alteraciones en el funcionamiento de nuestro cuerpo, de nuestra mente y de nuestra conducta. Estos cambios nos pueden ayudar a resolver realistamente el problema, atacándolo, retirándonos o negociándolo. Si los resultados no son los que esperábamos, podemos replantear nuestra posición e intentarlo de nuevo. El objetivo debe ser resolver la situación y regresar a nuestra zona de estabilidad.

Pero muchos de nosotros no nos manejamos adecuadamente frente al estrés y mantenemos el estado de emergencia más allá de su periodo útil, “forzando la máquina” y desgastándola innecesariamente. El precio que paga quien vive en continuo estrés es altísimo, porque literalmente pierde años de vida (estadísticamente de cuatro a siete) y los que sí vive están marcados por la depresión, la ansiedad, las obsesiones, reacciones que afectan su estabilidad en todos sus entornos.

El estrés también “apaga” el sistema inmunológico que, como la digestión (que también se altera), no es vital en un estado de emergencia. Esto abre la puerta a enfermedades potencialmente fatales. En realidad no existe un área libre de su efecto dañino, y la edad hace más vulnerable al individuo.

Mucho de lo estresante de la vida no lo podemos evitar, pero sí podemos controlar nuestra respuesta a su ataque. Una de las herramientas más eficaces para mantener nuestro equilibrio, o recuperarlo, es compartir nuestro momento de necesidad con alguien solidario, o un profesional, que nos aporte su objetividad y nos aliente en la búsqueda de alternativas, que siempre existen, pero la persona estresada puede haber perdido la capacidad para discernirlas. (O)

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