Los peligros de la sobreprotección

Por Lenín E. Salmon
25 de Septiembre de 2011

Nadie en la naturaleza es más desvalido que un niño al nacer. Dejado a su suerte es muy improbable que sobreviva. Afortunadamente la misma naturaleza ha dotado al ser humano, y a muchas especies animales,  de la predisposición instintiva de proteger al infante y guiarlo hasta que pueda valerse por sí mismo.

Una vez alcanzado este nivel de madurez la relación de dependencia vital termina y el joven comenzará a buscar su espacio para desarrollar una vida autónoma.  Pero el ser humano ha alterado este orden de cosas y el “nivel de madurez”  se ha convertido en  algo variable, optativo, negociable.  Lo peor de todo es que esta etapa se retrasa no solamente por comodidad de los hijos, sino por el exceso de protección de parte de los padres.

Muchos padres erróneamente piensan que sus hijos merecen tener una vida más fácil por disponer de abundantes medios económicos, o tratan de amortiguarles las asperezas del camino haciendo esfuerzos imprácticos cuando ya no  les corresponde hacerlos.  El resultado neto de estas y otras intervenciones de igual categoría, lejos de causar un beneficio, les retrasa a los hijos el enfrentamiento con la realidad, única forma de aprender a crecer y manejarse a la altura de las circunstancias.

El padre que sufrió extremas necesidades en su infancia y ahora, al ser pudiente, quiere que su hijo esté “por encima de todo y de todos porque lo merece” es más pobre que antes porque no aprendió nada, lo único que tiene es dinero.   Un hombre que no aprendió a levantarse de pequeñas caídas porque sus padres lo auparon, no podrá levantarse de caídas mayores cuando sus padres ya no estén cerca (en el peor de los casos el hijo se lo reclamará como un derecho, porque así se lo enseñaron). 

Por supuesto que existen casos excepcionales:  un hijo que nace con un impedimento físico o mental necesita de apoyo extra; sin embargo,  aun así, una vez alcanzado su nivel de funcionamiento apropiado, lo ideal es permitirle actuar lo más independientemente posible.

Procrear un hijo es fácil, pero se requiere mucha sabiduría para construir un hombre de bien.

lsalmon@gye.satnet.net

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