El Buenos Aires de Cortázar

28 de Septiembre de 2014
Fernando Balseca, especial para La Revista

Según Diego Tomasi, de los 25.372 días que vivió Julio Cortázar, más de 6.000 los pasó en la capital argentina, pero esta ciudad identificaría para siempre la vida y la obra literaria del escritor.

En casi toda la obra de Julio Cortázar (1914-1984), que incluye cuentos, novelas y poemas, se puede encontrar a Buenos Aires. No podía ser de otra manera, pues allí vivían sus amigos de siempre. Luego de que fijara su residencia en París, volvió ocho veces a Buenos Aires en distintos periodos. En Buenos Aires pasó su infancia sin padre, allí hizo la escuela, donde lo llamaban el belgicano por haber nacido en Bruselas y por su modo de hablar. Allí se licenció como traductor de francés y de inglés. Finalmente, desde allí navegó para buscar renovados paisajes.

Amor y odio por Buenos Aires

Cuando Cortázar fue a la escuela secundaria bonaerense se dieron sus primeros acercamientos al jazz; también de esos años proviene su afición por el boxeo. De joven, empezó a tocar la trompeta, lo que molestaba al vecino de arriba. Cortázar fue maestro normal al terminar el cuarto año de secundaria, oficio que desempeñó con verdadera responsabilidad.

Los cortazarianos días porteños aparecen rigurosamente documentados en el libro Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar (Buenos Aires, Seix Barral, 2013), de Diego Tomasi, quien afirma: “El vínculo de Cortázar con Buenos Aires es central en la constitución de su personalidad, de su literatura, de su mirada del mundo. En sus palabras puede leerse, a lo largo de su vida, un constante tironeo entre el amor y el odio, entre la nostalgia y el desinterés. En Buenos Aires, Cortázar estudió, escribió algunos de sus más memorables cuentos, conoció a Aurora Bernárdez y a sus más entrañables amigos, y también se aburrió, se ahogó y necesitó irse. En Buenos Aires fue solo un visitante ocasional, durante años, pero también deseó y añoró ese modo de decir, esa aura porteña que tanto y tan bien utilizó en su obra. Y hacia Buenos Aires realizó el último de sus infinitos viajes”.

Perolandia

La cercanía y distancia de Cortázar con Buenos Aires definió el núcleo de toda su literatura. Cortázar llamaba “Perolandia” a Buenos Aires porque creía que la ciudad no podía separarse del peronismo, al cual él combatía. Hacia 1945 Cortázar ve a su ciudad como “la más linda de las capitales de la Tierra”, y, al mismo tiempo, se siente temeroso de la violencia política que el peronismo empezaba a sembrar en la gente.

En 1946 Cortázar obtuvo, por concurso, el puesto de gerente de la Cámara Argentina del Libro. Esto asienta su relación con Buenos Aires, pues, aparte de que debe leer libros no literarios y capacitarse en cuestiones oficinescas y de relaciones públicas, el nuevo gerente por las mañanas pasea por el centro de la urbe para encontrarse con los amigos. La ciudad, para Cortázar, son los amigos. Ya no dará más cátedras en universidades de provincia porque está buscando otro horizonte de acción.

En 1947 Cortázar siente necesidad de destinar el cobro por sus traducciones para comprar un pasaje para conocer Europa. Habla de no volver a la Argentina. En estos meses está escribiendo la novela Divertimento (inédita hasta 1986), en la que ya un personaje propone: “¿Vamos a hacer ejercicios verbales? Yo empiezo y doy la clave: relámpago. Ahí va. Relámpago, lago en la pampa, lago del hampa, lámpara de Melampo, mampara del campo, estampa y…”. Este juego se profundizará en 1963, con la publicación de Rayuela, una de las novelas más porteñas en la tradición argentina.

Pedido del padre

En 1949 Julio Cortázar recibe una carta extraña firmada por Julio Cortázar, su padre, a quien no había visto por treinta años, pues él abandonó el hogar para irse a vivir con otra mujer. Entre justificaciones por la injustificable ausencia, la misiva revelaba el pedido a su hijo de que dejara de firmar sus artículos y cuentos con el nombre de Julio Cortázar, pues a veces su padre era felicitado por textos que él no había escrito, lo que lo incomodaba. Por supuesto, en la respuesta que Cortázar remite al “señor Julio Cortázar” lamenta no poder complacerlo.

En 1950 se dirige por barco a Europa, cumpliendo su sueño. Para costear esta travesía ha vendido sus libros, incluso su colección de novelas detectivescas que tanto aprecia. En más de dos meses descubre la magia de París, Roma, Venecia, Siena, Ravenna, Padua, Florencia. Regresa a Buenos Aires solo para preparar su instalación definitiva en París.

¿Parisino? No, porteño

En 1951 recibe una beca de la Embajada de Francia en Buenos Aires, por diez meses, para estudiar las conexiones entre las literaturas francesa e inglesa. Ahora se ve obligado a vender sus discos de jazz. Pero esta ida es para siempre. Cuando vuelva a Buenos Aires lo hará como un visitante.

Hay quienes creen que Cortázar era ya parisino antes de llegar a París, pero, curiosamente, esa residencia en Francia le permitirá descubrirse como porteño, argentino y latinoamericano, a tal punto que su obra está saturada por la presencia de la urbe porteña, en su modo de hablar y sentir, tanto que Cortázar afirmó: “yo escribo argentino”.

En una de sus últimas vueltas, le contó a Martín Caparrós que el olor de Buenos Aires era algo distintivo: “es el olor de mi juventud, de mis vagancias adolescentes… Buenos

Aires quizá era el asadito en la obra, ese olor de la carne en el fuego, pero no solo eso… En fin, el punto es que este Buenos Aires es mi Buenos Aires, me han bastado dos días para recuperar rutinas, bajar a tomar mi desayuno, leer los diarios, tomar taxis y hablar con los taxistas”.

¿Quién más porteño en su literatura que Cortázar? En sus últimos viajes, Cortázar estaba conmovido en su Buenos Aires porque los taxistas no le cobraban, las jóvenes le regalaban flores en la calle, la gente se agolpaba en la vereda para saludarlo y festejar su presencia. Aunque nació y murió en Europa, Cortázar es el escritor de Buenos Aires.

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