Debemos sanar las heridas en el hogar
“Muchos hijos sanos de padres separados dan testimonio de que es posible recuperarse de las consecuencias de nuestro divorcio y convertirse en personas estables y satisfechas”.

* Ángela
Marulanda.
Algo que nunca olvidaré de esta experiencia fue que a partir del momento en que quedamos en tinieblas, porque la tormenta nos estaba bombardeando, comencé a experimentar una sensación de familiaridad con lo que ocurría, a pesar de que era la primera vez que vivía una catástrofe así. Pude comprender por qué me resultaba tan familiar cuando logramos asomarnos a la calle y, al vernos rodeados de escombros, uno de mis hijos exclamó: “¡Mamá, esto es como despertarnos en una pesadilla!”.
En ese instante comprendí que lo que me rememoró esa hecatombe era lo que había vivido nueve años atrás, cuando por primera vez amanecí sola con mis hijos en el hogar que habíamos compartido con mi esposo por más de once años de matrimonio. Todavía recuerdo que cuando los niños regresaron del colegio, vieron que su papá ya se había ido de la casa con todas sus cosas, y el terror y el dolor que reflejaban sus rostros llenos de lágrimas me mostraron que todos habíamos quedado tan destrozados como quedó mi vecindario a raíz de los estragos causados por los vendavales.
A pesar de los desastres causados por el huracán y de lo difícil que fue vivir por un buen tiempo en tanto caos, unos cuantos meses después empezamos a ver cómo todo se iba restaurando: las edificaciones se reconstruyeron con nuevas fachadas, los parques se renovaron, las vías se arborizaron y el orden regresó al vecindario. Unos tres o cuatro años más tarde, la ciudad lucía mejor de lo que habíamos estado antes de la catástrofe, y con el tiempo vimos que nuestro vecindario ganó mucho más de lo que perdió.
Algo similar le ocurrió a mi familia. A pesar de lo dolorosa que fue la terminación del matrimonio y del esfuerzo que exigió adaptarme a una condición tan distinta y desventajosa, a partir de nuestro rompimiento el ambiente de la casa fue menos tenso y más amable. Los niños comenzaron a sentirse más tranquilos que antes, cuando la hostilidad era evidente entre nosotros como pareja y yo vivía tan mortificada que los fastidiaba frecuentemente por cosas sin importancia. Al mismo tiempo, su papá se acercó más a ellos y empezaron a tener espacios en los que él se dedicaba a prestarles atención y a disfrutarlos, cosa que antes poco ocurría. Y él y yo pudimos establecer una relación más cordial y discutir nuestras diferencias de forma más tranquila.
Mi propia experiencia y la de muchos otros padres de familia a quienes he acompañado en el proceso de lidiar con la terminación de su matrimonio me han permitido comprobar que la mejor forma de ayudar a nuestros hijos a salir bien librados de esta dura situación es entender lo que significa para ellos nuestro rompimiento, cómo los afecta y, por ende, qué necesitan de nosotros para superarla.
Muchos hijos sanos de padres separados dan testimonio de que es posible recuperarse de las consecuencias de nuestro divorcio y convertirse en personas estables y satisfechas.
Hoy, años después de la separación conyugal, veo que las equivocaciones que más afectaron a nuestros hijos no fueron los errores cometidos por su padre o por mí durante nuestro matrimonio y subsiguiente divorcio. Fueron, ante todo, las actitudes y decisiones desacertadas que tomamos como resultado de la ira y la culpabilidad, así como de la ignorancia sobre qué hacer frente a las dificultades generadas por el rompimiento.
Si nos esforzamos en ayudar a sanar las heridas de los niños –no simplemente cubrirlas–, ellos tendrán la oportunidad de salir fortalecidos de esta experiencia.pE
* Tomado de su libro De la culpa a la calma.