Dramas médicos
Experiencias de llanto y risa
Juan Martín Hoyos es un médico colombiano que se formó profesionalmente en Guayaquil pero ejerce en San Luis Potosí, México. Su experiencia con la vida y muerte es diaria.
“Alguna vez en mis turnos nocturnos, que son nostálgicos generalmente, pasaba mi visita y me percataba que en la cama 332 permanecía vivo, pendiendo de un hilo un señor de edad avanzada con cirrosis por alcoholismo, desnutrido, conectado a un ventilador, con medicamentos para mantener su circulación, con ultraesquema antimicrobiano por presentar infección por un germen multirresistente, al cual pocas personas habían logrado vencer y con alimentación artificial. Ya con el tiempo el paciente había desarrollado falla renal y el microbio había progresado a septicemia. Pese a ello, noche a noche su esposa, sentada junto a su cama, esperaba con vehemencia la curación imposible de su esposo. Se notaba que ella no descansaba.
Aunque yo no fuera su médico, ver esa escena cada noche y sabiendo la nula posibilidad de sobrevivir, me acerqué a platicar y a escucharla. Le expliqué con calma el alto índice de mortalidad y le expliqué que ella ya había hecho todo lo bueno por él, que su médico y el hospital ya le habían dado todo lo que el caso podía necesitar, pero que lo único que le faltaba era “su oportunidad y su derecho a morir”. Le explique que debía orar tomándole su mano y, en voz solo para él, decirle que lo quería mucho y que no lo quería ver luchar de esa forma, que debía buscar la paz, que ya eran muchas semanas. Me levanté, la señora hizo lo mismo, me agradeció eternamente que le hubiera dedicado tanto tiempo y que se sentía más libre, más descansada, que pretendía orar y que había comprendido que se debía ‘desprender’.
Pero no todo es triste, explica el Dr. Hoyos. “Hay momentos muy graciosos, como el día en que el paciente de la cama 3, Marciano González me dice algo molesto: ‘Doctor, me tienen en ayuno desde ayer, yo ya tengo hambre, por favor, dé la indicación para que me traigan algo’. Entonces, en voz alta desde el lugar donde yo estaba me dirigí al encargado de alimentos y le dije: Oye ¿tienes alimentos para Marciano? Y me contestó: no doctor, solo tenemos alimentos para gente normal”.pE
Juan Martín Hoyos es un médico colombiano que se formó profesionalmente en Guayaquil pero ejerce en San Luis Potosí, México. Su experiencia con la vida y muerte es diaria.
“Alguna vez en mis turnos nocturnos, que son nostálgicos generalmente, pasaba mi visita y me percataba que en la cama 332 permanecía vivo, pendiendo de un hilo un señor de edad avanzada con cirrosis por alcoholismo, desnutrido, conectado a un ventilador, con medicamentos para mantener su circulación, con ultraesquema antimicrobiano por presentar infección por un germen multirresistente, al cual pocas personas habían logrado vencer y con alimentación artificial. Ya con el tiempo el paciente había desarrollado falla renal y el microbio había progresado a septicemia. Pese a ello, noche a noche su esposa, sentada junto a su cama, esperaba con vehemencia la curación imposible de su esposo. Se notaba que ella no descansaba.
Aunque yo no fuera su médico, ver esa escena cada noche y sabiendo la nula posibilidad de sobrevivir, me acerqué a platicar y a escucharla. Le expliqué con calma el alto índice de mortalidad y le expliqué que ella ya había hecho todo lo bueno por él, que su médico y el hospital ya le habían dado todo lo que el caso podía necesitar, pero que lo único que le faltaba era “su oportunidad y su derecho a morir”. Le explique que debía orar tomándole su mano y, en voz solo para él, decirle que lo quería mucho y que no lo quería ver luchar de esa forma, que debía buscar la paz, que ya eran muchas semanas. Me levanté, la señora hizo lo mismo, me agradeció eternamente que le hubiera dedicado tanto tiempo y que se sentía más libre, más descansada, que pretendía orar y que había comprendido que se debía ‘desprender’.
Pero no todo es triste, explica el Dr. Hoyos. “Hay momentos muy graciosos, como el día en que el paciente de la cama 3, Marciano González me dice algo molesto: ‘Doctor, me tienen en ayuno desde ayer, yo ya tengo hambre, por favor, dé la indicación para que me traigan algo’. Entonces, en voz alta desde el lugar donde yo estaba me dirigí al encargado de alimentos y le dije: Oye ¿tienes alimentos para Marciano? Y me contestó: no doctor, solo tenemos alimentos para gente normal”.pE
Enfermo con ánimo no está tan enfermo
¿Ernesto fue operado de la próstata a edad muy avanzada. Su apariencia física hizo pensar a los médicos y familiares que era necesario que se quedara más días en observación luego de la intervención. Una tarde, cuando sus hijas lo fueron a visitar, escucharon música y aplausos que salían de la habitación del paciente, la que era compartida con más personas. Al entrar, se encontraron a Ernesto con una guitarra, tocando y cantando, y los enfermos a su alrededor siguiendo la música con las palmas.
Su comportamiento le demostró a los médicos que el enfermo no solo podía, sino que debía irse a su casa, pues estaba alborotando a los demás.
Ese mismo día Ernesto se fue a su casa con una sonrisa de oreja a oreja, despidiéndose de sus compañeros de cuarto como si fueran sus grandes amigos. Y vivió casi 30 años más con la misma actitud. Ese hombre era mi abuelo.pE