Ya no es modelo a seguir: Constitución de EE.UU.

29 de Abril de 2012
Adam Liptak (The New York Times)

Algunos especialistas estadounidenses aseguran que el principal cuerpo legal de la nación, que ha servido para la creación de otras constituciones en otros países, ha perdido ‘utilidad’ hasta en casa.

La Constitución de los Estados Unidos ha visto mejores días. Seguro, es el documento fundador de la nación y su texto sagrado. Y es la constitución nacional escrita más antigua aún en vigor en cualquier parte del mundo. Sin embargo, está declinando su influencia.

En 1987, en el bicentenario de la Constitución, la revista Time calculó que “de 170 países que existen hoy, más de 160 redactaron cartas basadas directa o indirectamente en la versión estadounidense”.

Un cuarto de siglo después, el panorama es muy diferente. “Pareciera que la Constitución estadounidense está perdiendo su atractivo como modelo para los constitucionalistas de otras partes”, según un estudio nuevo de David S. Law, de la Universidad Washington en San Luis, y Mila Versteeg, en la Universidad de Virginia.

El estudio, que se publicará en junio en The New York University Law Review, está lleno de datos.

Los autores codificaron y analizaron las disposiciones de 729 constituciones adoptadas por 188 países de 1946 al 2006, y consideraron 237 variables relativas a diversos derechos y formas de hacerlos cumplir. “Es claro que entre las democracias del mundo”, concluyeron Law y Versteeg, “las similitudes constitucionales con EE.UU. van en caída libre”.

Opiniones

En 1960 y 1970, las constituciones democráticas en su conjunto se parecían más a la de Estados Unidos, pero se revirtió ese curso en 1980 y 1990. “El comienzo del siglo XXI, no obstante, vio el comienzo de una caída pronunciada que continúa hasta los años recientes para los cuales tenemos información, al grado en que las constituciones de las democracias mundiales son, en promedio, menos parecidas a la Constitución de Estados Unidos ahora de lo que eran al final de la Segunda Guerra Mundial”.

Hay muchas razones posibles. La Constitución estadounidense es lacónica y antigua, y garantiza relativamente pocos derechos. El compromiso de algunos magistrados de la Corte Suprema para interpretarla de conformidad con su significado original del siglo XVIII podría enviar la señal de que es de poco uso actual para, por decir, un país africano. Y la influencia en decadencia de la Constitución podría ser parte de un descenso general en el poder y el prestigio de Estados Unidos.

En una entrevista, Law identificó una razón central de la tendencia: La disponibilidad de sistemas operativos más recientes, más atractivos y más poderosos en el mercado constitucional. “Nadie quiere copiar el Windows 3.1”, dijo.

En una entrevista por televisión durante una visita reciente a Egipto, la magistrada Ruth Bader Ginsburg, de la Corte Suprema estadounidense, pareció concordar. “No recurriría a la Constitución de Estados Unidos si estuviera elaborando una en el 2012”, indicó.

Recomendó, en cambio, la Constitución sudafricana, la Carta Canadiense de Derechos y Libertades o la Convención Europea sobre Derechos Humanos.

Los derechos consagrados en nuestra Constitución son poco generosos, según estándares internacionales, y están petrificados en ámbar. Como escribió Sanford Levinson en el 2006, en Nuestra Constitución antidemocrática: “La Constitución de Estados Unidos es la más difícil de reformar de cualquier existente hoy en el mundo”. (Yugoslavia solía tener ese título, pero no funcionó como país).

Comparaciones

Otros países cambian rutinariamente toda su Constitución, sustituyéndola cada 19 años en promedio. Por una extraña coincidencia, Thomas Jefferson, en una carta de 1789 dirigida a James Madison, dice que cada Constitución “vence naturalmente al término de 19 años” porque “la Tierra le pertenece siempre a la generación viviente”.

Hoy, el traslape de los derechos consagrados en la Constitución y los más populares en todo el mundo es contradictorio.

Los estadounidenses reconocen derechos que no se protegen ampliamente, incluidos el derecho a un juicio expedito y público, y son atípicos al prohibir que el gobierno establezca una religión. Sin embargo, la Constitución estadounidense está desfasada en relación al resto del mundo al no proteger, al menos no en tantas palabras, el derecho a viajar, la presunción de inocencia y el derecho a la alimentación, la educación y la salud.

Tiene sus idiosincrasias. Solo el 2% de las constituciones del mundo protegen, al igual que nuestra Segunda Enmienda, el derecho a portar armas. (Nuestros hermanos en armas son Guatemala y México).

La estatura mundial en decadencia de la Constitución estadounidense es congruente con la disminuida influencia de la Corte Suprema, que “está perdiendo el papel central que tuvo alguna vez entre los tribunales de las democracias modernas”, escribió Aharon Barak, a la sazón, presidente de la Corte Suprema de Israel, en The Harvard Law Review en el 2002.

Muchos jueces extranjeros dicen que ahora es menos factible que citen decisiones de la Corte Suprema estadounidense, en parte, por lo que consideran su provincianismo. “EE.UU. está en peligro, creo, de convertirse en una especie de páramo jurídico”, dijo el magistrado Michael Kirby, del Alto Tribunal de Australia en el 2001.

Comentó que mejor recurre a India, Sudáfrica y Nueva Zelanda. Barak, por su parte, identificó a una nueva superpotencia constitucional: “La legislación canadiense”, escribió, “sirve como una fuente de inspiración para muchos países”.

El estudio nuevo también indicó que es posible que la Carta Canadiense de Derechos y Libertades, adoptada en 1982, tenga más influencia que su contraparte estadounidense. Esta es más amplia y menos absoluta. Consagra derechos iguales para las mujeres y los discapacitados, permite la discriminación positiva y mandata que se informe de sus derechos a los detenidos. Por otra parte, equilibra esos derechos respecto de “tales límites razonables” que “se puedan justificar ostensiblemente en una sociedad libre y democrática”.

Claro que hay límites a la investigación empírica basada en la codificación y el conteo, y hay más en una Constitución que sus palabras, como le dijo el magistrado Antonin Scalia al Comité Jurídico del Senado estadounidense. “Toda república bananera del mundo tiene una declaración de derechos”.

“La declaración de derechos del antiguo imperio del mal, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, era mucho mejor que la nuestra”, expresó, y agregó: “Nosotros garantizamos la libertad de expresión y de prensa. Qué bien. Ellos garantizaban libertad de expresión, de prensa, de manifestaciones callejeras y protestas, y llamaban a cuentas a cualquiera al que se atrapara tratando de suprimir la crítica contra el gobierno. ¡Es maravilloso!”.

Y concluyó que “claro, solo son palabras sobre un papel, lo que nuestros artífices habrían llamado garantía de pergamino”.

 

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