Evocando a Saramago

Por Clara Medina
18 de Octubre de 2015

Hace más de cinco años, un José Saramago de 88 años, afectado por la leucemia, dejaba el mundo terrenal. Era junio de 2010. En 1998 había ganado el Nobel de Literatura por el conjunto de su obra. Llevaba, pese a su avanzada edad, una vida no solo comprometida con la literatura, sino con los derechos humanos, con la libertad. Con todo lo que edificara a la humanidad.

José Saramago (1922-2010), escritor y dramaturgo portugués.Saramago viajaba, ofrecía conferencias, opinaba. Su palabra tenía un peso ético, al igual que su literatura, mediante la cual reflexionaba sobre la sociedad contemporánea.

Ensayo sobre la ceguera, por ejemplo, novela que este 2015 cumple 20 años de publicada, es una indagación en aspectos como la deshumanización en que vivimos, en el velo que nos cubre los ojos y la mente, y que, aunque veamos, nos impide ver, analizar, ser solidarios. En la novela, una epidemia de ceguera blanca afecta a la población, pero el trasfondo que puede intuirse es que pese a que tengamos en perfecto estado nuestra visión, igualmente estamos ciegos, obnubilados por el egoísmo, por el deseo de dominar, por obtener poder, lo cual nos impide desarrollar la fraternidad.

Había nacido en Azinhaga, Portugal, el 16 de noviembre de 1922, pero Saramago escogió como su lugar de residencia Lanzarote, España, junto con su esposa, la periodista y traductora española Pilar del Río.

Aunque hoy el escritor ya no esté, en realidad sigue estando a través de obras como Ensayo sobre la ceguera y muchas otras (El hombre duplicado, La caverna, etcétera), que vale leer. Sería una forma de homenaje a este gran señor, que en su entrañable libro autobiográfico Las pequeñas memorias evocaba su infancia y su vida junto a sus abuelos analfabetos, a quienes calificaba como las personas más sabias del mundo, porque él tenía claro que la escuela, la universidad, solo pueden dar instrucción. “La educación tiene que ver con la sociedad civil y con la familia. La persona más instruida puede tener una educación pésima”, señalaba. No pudo haberlo dicho mejor.

El nobel de literatura estaba convencido de que la sabiduría, ese conocimiento profundo, no tiene que ver con cuántos libros se ha escrito o leído, sino con la capacidad de honrar la vida. Por eso, siempre volvía a los ancestros: “Si algo importante puedo decir de ellos, es que a estas alturas yo sigo siendo el nieto de mis abuelos”. (O)

claramedina5@gmail.com
Twitter: @claramedinar

  Deja tu comentario