En Baja California: Encuentros cercanos

17 de Marzo de 2013
Texto y fotos: Paula Tagle

Las ballenas grises del Pacífico este visitan todos los años esta parte de México, adonde llegan a parir. Este es un relato que confirma el nexo natural del hombre con la naturaleza.

¿Será que en la soledad y el silencio del desierto nos escuchamos mejor, nos contentamos con menos, que es en el fondo, mucho? Baja California me recuerda a Antoine De Saint-Exupery, perdido en el Sahara, en “el paisaje más hermoso y más triste del mundo… donde el Principito apareció sobre la Tierra”, poblado del mismo tipo de dunas que hoy recorro. Geológicamente se conocen como barján, dunas en forma de croissant con los cuernos apuntando en la dirección que corre el viento.

Es difícil avanzar hasta el Pacífico, la arena abate con fuerza contra mis poros. De un lado está el Canal de Soledad, al oeste el mar abierto, y yo cruzando la isla Magdalena, en Baja California Sur.

El cielo es de celeste acuarela, la tierra aparenta estar privada de existencia. Pero la vida persiste, se aferra a un suelo que ve menos de 10 centímetros de lluvia al año, y sin embargo alberga cactus, sesuviums y a gente que ha aprendido a recoger los frutos de la pitahaya, a comer nopales y, sobre todo, a cosechar peces, conchas y crustáceos. Aquí migran cada año, de febrero a marzo, las ballenas grises del Pacífico este. Vienen con un propósito: parir. Y así la laguna Magdalena puede albergar hasta 200 ballenas que hacen de sus aguas someras su hogar.

También llegamos los visitantes a ser testigos de un fenómeno que empezó a reportarse desde inicios de 1970. Un pescador de la laguna San Ignacio tuvo un primer encuentro “amigable”. Hembra y ballenato se acercaron a su panga para dejarse acariciar. Se corrió la voz, y hoy miles de turistas arriban a estas tres lagunas en la costa occidental de Baja California, de norte a sur, Guerrero Negro, San Ignacio y Magdalena, a tener un encuentro cercano con la ballena gris.

Hacer amigos

¡Y vaya que yo lo tengo! La madre presenta una marca en la frente, compuesta de balanos amarillentos; la nombro Estrella de la mañana. El pequeño está todavía libre de parásitos; su nombre, Ocaso. Esto es un ir y venir embarcados en el bote (Zodiac), de la madre y ballenato, de las olas y la marea. Hay que inducir confidencia e incentivar la curiosidad con todo tipo de comportamiento. Hay unos que deciden salpicar agua cuando el ballenato asoma, yo les enseño a mis pasajeros a decir ballena en español.

Es un largo proceso que demanda interés, y es de ambas partes; hacer un amigo no ocurre de un momento al otro. Es lo que el Zorro explica al Principito cuando le pide que lo domestique. “Solo se conocen bien las cosas que se domestican” –dijo el Zorro– “debes tener mucha paciencia… Primero te sentarás un poco lejos de mí… yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada… los ritos son necesarios”.

A veces transcurren horas sin grandes emociones. Se navegan millas con las ballenas a pocos metros de distancia; ellas nadan, saltan o “espían”, pero sin llegar a resumir el paso último, el de dejarse tocar. Sin embargo, con Ocaso y su mamá finalmente ocurre, y por su entera voluntad.

El ballenato cede ante la curiosidad, la madre decide confiar, y entonces el pequeño se acerca a la proa, directo, nos mira, me mira, levanta la cabeza, la pone frente a mis manos que se estiran, como si fuera a tocar las estrellas. Y es una fiesta, nos volvemos locos, saltamos de un lado al otro del bote, gritamos, cantamos, la tocamos y hasta la besamos. La madre contempla desde lejos, en guardia. En algún momento eleva nuestro bote emergiendo parcialmente del agua, como queriendo jugar (o advertirnos que está atenta), y luego ella ya no resiste la tentación y se acerca también para que la acariciemos.

Casi exterminadas

Esta especie de ballena se conoció como “pez diablo” durante los terribles años de su cacería. En 1846, un par de barcos balleneros que entraron a la bahía para descansar luego de la temporada de cacería de cachalotes en el Pacífico oeste descubrió la abundancia de ballenas grises; mataron de una sola vez 19 individuos. Desde entonces hasta 1940 se cazaron brutalmente, tanto que su número disminuyó a 250 especímenes. Los balleneros herían primero al ballenato para que la madre se acercara, y eran batallas feroces en las que las hembras en varias ocasiones colapsaron barcos y mataron gente, por eso el sobrenombre.

México fue de los primeros países en protegerlas, y se estima que su población se ha recuperado a más de 20.000 individuos.

¿Por qué se acercan? ¿Nos han perdonado? ¿Lo olvidaron al paso de una generación, ya que las ballenas grises viven hasta 60 años? ¿Será que son poco inteligentes? ¿O más bien tanto que muestran curiosidad inusual?

Ignoramos muchos detalles de estos seres que se alimentan en el mar de Chucki y de Bering y que recorren 6.000 millas náuticas para traer al mundo a sus bebés. La madre ayuna durante los largos meses que ocupa el viaje y el entrenamiento del ballenato. Porque luego de que nace, se queda hasta ocho semanas en la laguna haciéndose fuerte, amamantándose para luego cubrir otra vez las 6.000 millas de regreso a los sitios de alimentación.

Bromeo con los pasajeros de que voy a escribir el “Manual para ganar el corazón de una ballena”. Paso uno, sonreír; paso dos, salpicarles agua en la frente; paso tres, hablarles en español, porque después de todo son ballenas mexicanas; paso cuatro, mostrar cordialidad; paso cinco, cantar una dulce canción; paso seis, darles un nombre, como hizo el Principito con su Zorro; paso siete, mirarlas a los ojos, y entonces, así no se dejen tocar, seguro que ellas nos habrán tocado el alma para siempre.

Recordando otra vez las palabras del Zorro: “Lo que hace más importante a tu rosa (en este caso, tu ballena) es el tiempo que tú has perdido con ella… Eres responsable para siempre de lo que has domesticado…”.

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