Neruda, siempre él
Este 2015 se cumplen 80 años de la publicación de Residencia en la tierra, obra del poeta chileno Pablo Neruda, nobel de literatura 1971. Salió a la luz en 1935, cuando el escritor tenía 31 años. Según el crítico argentino Saúl Yurkiévich, “Residencia en la tierra integra, junto con Trilce, de César Vallejo, y Altazor, de Vicente Huidobro, la triada de libros fundamentales de la primera vanguardia literaria en Hispanoamérica”. Gabriel García Márquez consideraba al chileno el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma.
“Desde Crepusculario hasta Residencia en la tierra, la poética de Neruda será un progresivo intento de liberar su imaginación de los controles racionales, de todo complejo cultural, de la historia, de la literatura, de la sociedad”, señala Yurkiévich. Neruda es como un poeta en estado puro. Un poeta que prefiere no teorizar. Me lo imagino como la antítesis de Octavio Paz, quien en cambio sí reflexionaba sobre la poesía, sobre la creación. O como la antítesis incluso de Jorge Luis Borges.
La vida de Neruda está íntimamente ligada a su creación poética. Vida y paisaje son inseparables en su obra. “La naturaleza agreste del sur de Chile se fijará indeleblemente en la imaginación del poeta para constituir su basamento primordial; no solo motivo reiterado de su obra, sino el casi permanente parangón de sus comparaciones, el vivero de sus asociaciones, la orientadora y alimentadora de sus visiones”, sostiene Yurkiévick. Se refiere a Temuco.
Hijo de un conductor de ferrocarril, Neruda nació en 1904 en Parral, una localidad rodeada de bosques, montañas y volcanes de clima lluvioso. Vivió allí desde los 2 hasta los 17 años de edad y comenzó a escribir en este lugar.
Yurkiévich dice que la poesía más inspirada de Neruda, la más entrañablemente suya, “implica una suspensión de la conciencia reflexiva, un estado de rapto, de enajenamiento”. Señala que en su obra, el poeta “recreará con frecuencia las imágenes atesoradas a través de su experiencia temprana, tratará de imitar la naturaleza en sus procesos creadores, de concebir sus poemas como si fuesen manifestaciones directas de la energía natural”.
La poesía de Neruda, según Yurkiévick, es siempre un retorno al origen, una reactualización de ese origen. Pero ese retorno no es doloroso. Neruda vuelve arrobado, envuelto por la naturaleza, por el paisaje casi infinito. Uno de sus poemas dice: “Lo primero que vi fueron/ árboles, barrancas/ decoradas con flores de salvaje hermosura/ húmedo territorio, bosques que se incendiaban/ y el invierno detrás del mundo, desbordado./ Mi infancia son zapatos mojados, troncos rotos/ caídos en la selva, devorados por lianas/ y escarabajos, dulces días sobre la avena,/ y la barba dorada de mi padre saliendo/ hacia la majestad de los ferrocarriles”.
Según Yurkiévich, la transformación ideológica que experimenta Neruda a partir de Reunión bajo las nuevas banderas, que data de antes de 1940, no implica un cambio de mitología. Sostiene que cambian quizá los objetivos de su poesía, los pretextos del canto, pero no sus móviles imaginativos. Afirma que “sus intuiciones básicas, su visión mítica, persistirán traducidas por idénticos símbolos, por las mismas metáforas de antes, que aplicará tanto a su épica como a su lírica, a su poesía política como a la de efusión subjetiva”.
Leyendo a Yurkiévich podría concluir que Neruda siempre fue fiel a esa concepción natural del mundo que se formó en sus primeros años de vida. Es como si Neruda hubiera estado condenado a escribir siempre lo mismo. Pero lo mismo era siempre diferente. Y, por lo tanto, único. (O)