Ni alba ni atardecer: Un cine sin carnaval

Por Groucho
01 de Enero de 2017

“Los cinéfilos ansían personajes con los cuales quieren sentirse identificados... Los cineastas deberían proponer algo distinto...”

Ana Cristina Barragán, directora de Alba; y Sebastián Cordero.

El cine ecuatoriano goza de buena salud, supuestamente. La verdad es que no termina de nacer y quizá por eso la gente no va a verlo. La masa quiere entretenimiento, amenidad, factores que no tienen por qué estar reñidos con la profundidad. Los cinéfilos ansían personajes con los cuales quieren sentirse identificados, pero no encuentran aún esos arquetipos. Dos películas demuestran por qué las salas de cine pasan vacías con dos o tres alumnos universitarios obligados a consumir películas que son artesanías y no obras de arte.

Con la competencia de Netflix, HBO y el cine comercial, los cineastas ecuatorianos deberían proponer algo distinto y lo único que hacen es alejar al público con sus guiones repetitivos y poco originales como vemos en los dos estrenos más importantes de este año que se va.

Alba ha sido promovida como el nacimiento del nuevo cine ecuatoriano, pero la verdad no llega ni siquiera a ser atardecer. Se trata de un filme pretencioso, ampuloso, intelectualoide, seudopsicologista... un verdadero somnífero esta historia de la niña de 11 años que padece un problema de comunicación y que tiene que quedarse a vivir con su padre Igor porque su madre está agonizando en el hospital. La historia está llena de silencios, momentos que pretenden ser poéticos, una cámara a lo Lucrecia Martel que se pone a intimar en todo momento con el personaje principal que, oh sorpresa, obedece al mismo nombre del filme. Trece premios en 27 festivales internacionales supuestamente lo avalan. Podrá haber ganado todas las preseas posibles, pero se trata de una historia que va a todas partes menos al cine de autor. Alba representa el anochecer de la cinematografía ecuatoriana. Un personaje chato, predecible, la niña freak y el lugar común de la primera menstruación que se efectúa en público. Las niñas que le hacen bullying. La amiga de cursos superiores que se acerca a ella para paliar su soledad.

Lo mejor de la cinta es la inclusión del tema musical setentero Eres tú.

Un gran fracaso este año fue ver el crepúsculo de Sebastián Cordero. En Sin muertos no hay carnaval insiste en la colaboración con su actor fetiche Andrés Crespo, quien nunca abandona el mismo estereotipo en todo filme que aparece. Pirotécnica visual. Acciones truculentas. Nadie le ha hecho tanto bien al cine ecuatoriano como san Sebastián, y tanto mal al mismo tiempo. Sus postales edulcoradas de las zonas marginales de Guayaquil quedan bien en un documental o en un reportaje periodístico. Es imperdonable que Sebas haga una historia tan inverosímil como truculenta.

El director que ganó alguna vez un premio al mejor guion inédito en Sundance comete errores infantiles como el no desarrollar las subtramas del fútbol y de la atracción entre el personaje de Daniel Adum y la asistente de la fiscalía. La película pasó sin gloria ni pena en las carteleras comerciales durando poquísimas semanas. El público, que nunca se equivoca, aplaudió de manera tímida en la avant première de Guayaquil. Cordero es un pionero pero a la hora de la hora sigue solo con las ratas (personajes marginales) cuando pisa su tierra.

Supuestamente el cine ecuatoriano está mejor que nunca, pero está a años luz de ganar un Óscar. Seguimos haciendo historias vacuas, anodinas, incipientes y que solo son interesantes para un puñado de intelectuales de la capital. Si así escampa que por favor llueva. (O)

ojosecosec@gmail.com

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