El Castillo de Montecristo: Es una realidad

06 de Enero de 2013
Teresa Gutiérrez Chávez - (yuri-leopardi@wanadoo.fr)

El lugar que sirvió de inspiración a Alejandro Dumas sí existe en un hermoso rincón parisino.

Si me hablan de Los tres mosqueteros, imagino a D’Artagnan bajo los rasgos físicos del actor Michael York, quien encarnó al ilustre espadachín en la versión cinematográfica de 1973; aunque, asimismo, se me venga a la mente la tortuga de dibujos animados, que florete en mano y al grito de “D’Artagnan al ataqueeeeeeee...”, se lanzaba al rescate de todo aquel que estuviera en peligro.

En ese mismo orden de ideas, Alejandro Dumas padre, el autor de la célebre novela de capa y espada, que nos deleitara de niños o adolescentes, y la igualmente famosa El conde de Montecristo no podía tener otras características fisonómicas que las de Gérard Dépardieu: blanco, cabello lacio rubio y ojos azules, ya que el actor francés interpretó el papel del escritor en la película El otro Dumas.

Datos

Alejandro Dumas escribió más de 300
novelas, dramas, tragedias y poemas

Los diferentes bustos y fotos reunidos en el castillo de Montecristo me mostraron un Dumas mulato, de pelo negro ensortijado y ojos negros, por cuanto descendía de un marqués de origen francés, propietario de una plantación en la isla hoy llamada Haití, y de una esclava negra africana, Marie Césette du mas (de la finca).

El Castillo de Montecristo

En 1844, tras el éxito de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, el prolífico hombre de letras compró un vasto terreno en la comuna de Port-Marly, uno de los lugares más hermosos de la región parisina, a fin de convertir su sueño en realidad. Deseaba morar en un castillo renacentista que tuviera vista a un pabellón gótico rodeado por un estanque, en medio de un parque con senderos y una tupida y abundante vegetación que ocultara rocas y cuevas, y cuyos claros dejaran entrever las cortinas de agua de las cascadas.

Desde su inauguración, el 25 de julio de 1847, el lugar se convirtió en el punto de convergencia de las personalidades de la época. Dumas organizaba suntuosas recepciones y comidas gastronómicas que él mismo minuciosamente elaboraba. El parque entero se llenaba de gente invitada y de quienquiera que apeteciera unirse al jolgorio, del que también participaban los numerosos perros, gatos, papagayos, buitres y monos que vivían allí.

Aquel fastuoso tren de vida y la anárquica administración de sus finanzas lo llevaron en poco tiempo a la bancarrota. La persecución a la que lo sometieron sus acreedores lo obligaron a vender sus muebles y objetos de valor e hipotecar el castillo. Tiempo después, sirviéndose de un amigo testaferro lo adquirió por 30.000 francos, aunque su precio real superaba los 200.000. Merced a dicha estratagema pudo seguir viviendo allí hasta el 10 de diciembre de 1851, fecha en que se exilió en Bélgica para escapar de sus 153 acreedores.

Visita el castillo

Empezamos en el Castillo de If, pero no aquel que se halla frente a los costas marsellesas y donde Dumas hizo que el conde de Montecristo, su personaje, viviera su cautiverio, sino por el pabellón de estilo gótico, que el escritor bautizó de esa manera y utilizaba como gabinete de trabajo. El pintoresco castillo semeja una casita de chocolate y frutas confitadas. Los títulos de sus obras, grabados sobre placas blancas, y las níveas imágenes esculpidas en piedra de algunos de sus personajes novelescos y teatrales cubren por entero las fachadas, produciendo la impresión de una nubecilla de azúcar impalpable espolvoreada sobre la pieza de repostería.

Un pequeño puente de piedra permite franquear el estanque y llegar hasta delante del pabellón. Debido a su exigüidad, está prohibido acceder a su interior. A través de una puerta de vidrio transparente nos asomamos al que fuera su aposento de escritura. Se cuenta que antaño era una habitación púrpura y oro, con cielo raso azul sembrado de estrellas y paneles pintados en las paredes.

Hoy solo está su mesa de trabajo, esa sobre la que ininterrumpidamente llenaba páginas y páginas durante doce horas diarias, completando una cada quince minutos. Sin embargo, los historiadores afirman que, incluso a tal ritmo, el tiempo no le hubiera alcanzado para escribir las más de 300 extensas obras (novelas, dramas, tragedias, melodramas, poemas…) que publicó.

Al parecer, y no era secreto en la sociedad de su época, un grupo de 63 “colaboradores” le ayudaban en la tarea. De ahí que se le llamara el negro de los negros. Uno de ellos, un historiador de nombre Auguste Maquet, a quien esa relación terminó hastiando, lo llevó a juicio. El juez falló a favor de Dumas, alegando que los escritos de sus “colaboradores” estaban bien documentados y estructurados, pero que les faltaba el estilo propio del escritor.

A pocos pasos se yergue el Castillo de Montecristo. Sobre los dinteles de las ventanas de la planta baja, sendos medallones con los rostros en alto relieve de Lamartine, Chateaubriand, Sófocles, Homero, Virgilio, Byron, Shakespeare y otros autores de renombre abrazan el edificio. El de Dumas acoge a los visitantes desde la parte superior de la puerta de entrada. En el frontispicio aparecen también su divisa personal J’aime qui m’aime (quiero a quien me quiere) y las armas de sus antepasados.

Adentro se exhiben ejemplares del siglo XIX de sus obras, facsímiles de sus cartas y varios retratos de familia. El comedor se abre hacia el jardín a través de amplios ventanales, y la luz que penetra realza un busto en mármol del autor. Los trofeos dispuestos en el salón ponen de relieve su pasión por la caza, mientras que la edición original de su Gran diccionario de cocina (1873) da testimonio de sus innegables talentos culinarios. Un menú salido de sus manos se componía de 7 entradas, 3 o 4 asados, varias legumbres y 11 postres.

En el segundo piso, un salón de té de estilo morisco sorprende por la exquisitez de su decoración: arabescos finamente cincelados en estuco adornan el techo y las paredes, vidrieras de colores embellecen las ventanas y diversos muebles de madera tallada ostentan su sobria elegancia oriental.

Dumas viajó a Túnez en 1846 y quedó maravillado ante el mausoleo que el sultán se estaba haciendo erigir. Logró convencerlo de que le cediera en el acto a su escultor, pues una cámara mortuoria no revestía el mismo carácter de urgencia que la habitación de un hombre en vida. Poco después regresaba a Francia, acompañado del escultor, el hijo de este y otros artesanos tunecinos.

Dumas en el Panteón

El viernes 29 de noviembre del 2002 Dumas regresó a su amado castillo, tras haber permanecido 130 años en el cementerio de Villers-Citterêts, la pequeña localidad donde había nacido. Por decisión del entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, sus restos mortuorios pasaron la noche en el Castillo de Montecristo antes de ser trasladados a París y enterrados en el Panteón, junto a otras grandes figuras de la historia francesa. Un manto de terciopelo azul con el lema de los mosqueteros: “Uno para todos, todos para uno” cubría su féretro.

Amigos de Alejandro Dumas

A raíz del exilio de Dumas en Bélgica, la propiedad poco a poco cayó en el abandono: el agua, que se infiltraba por las grietas de los tejados, deterioraba el interior y el parque solo era un jardín mustio, lleno de matorrales. Hacia 1969, la sociedad civil inmobiliaria que alquilaba el castillo desde hacía varios años, proyectaba destruirlo para construir 400 viviendas. Frente a tal amenaza, dos entidades se crearon para salvarlo: los municipios de Port-Marly, Marly-le-Roi y Pecq, reunidos en un Sindicato Intercomunal, y la Sociedad de los amigos de Alejandro Dumas, un grupo que actualmente cuenta con cientos de adherentes en Francia y el mundo.

En 1985, el rey de Marruecos Hassan II financió la refección del salón morisco. Gracias a ese trabajo mancomunado, podemos hoy visitar los dos castillos y descubrir los rincones ocultos del florecido jardín.

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