Aquellos juegos de antaño

09 de Octubre de 2016
  • Ollas encantadas
  • Palo ensebado, 1970.
  • Exhibición de carritos infantiles, 1928.
  • Torneo de cintas, 1970.
  • Ensacados.
Belén Zapata, para La Revista

Palo ensebado, carricoches de madera y ensacados eran las actividades que se destacaban en las fiestas octubrinas de antaño.

“Guayaquileño madera de guerrero, bien franco, muy valiente, jamás siente el temor. Guayaquileño de la tierra más linda, pedacito de suelo de este inmenso Ecuador”. Al son de la composición del maestro Carlos Rubira Infante, la Perla del Pacífico celebra sus 196 años de independencia, acompañada de parada militar, conciertos, presentaciones musicales, desfiles náuticos y por la avenida 9 de Octubre. Pero en la urbe porteña no siempre se acostumbró a festejar de esta manera, los juegos tradicionales tenían un espacio importante en la agenda octubrina.

En tiempos anteriores, era común ver a niños y adultos participar de juegos como el torneo de cintas, ensacados, palo ensebado, huevo en la cuchara, atracones, carricoches de madera, ollas encantadas y campeonatos de indorfútbol. Estas actividades que están ligadas a su historia, cultura y tradición no son más que ejercicios recreativos o pasatiempos que se transmiten de generación en generación, de los cuales muy pocos perduran, sobre todo, en los barrios guayaquileños y planteles educativos.

Para el historiador Ezio Garay Arellano, los juegos tradicionales eran incentivados por los maestros a través de la materia Moral y Cívica que luego se llamó Lugar Natal. Recuerda que en las fiestas de octubre desde 1957 hasta 1970, se acostumbraba a cerrar las calles y colocar guirnaldas de papel cometa de colores, aunque no participaba de los juegos, observaba cómo se desarrollaban estas festividades en los barrios aledaños de la calle Esmeraldas hacia el sur.

“Algo que concitaba nuestra atención y nos llenaba de fervor cívico en esos años y que hoy ha desaparecido es que toda la ciudad estaba engalanada, luciendo en sus ventanas y balcones la bandera azul y blanco, corríamos en casa a colgar en el balcón esquinero de la sala al amanecer, ni bien nos levantábamos, puesto que a eso de las 6 o 7 de la mañana se escuchaban hasta la casa las salvas de los cañonazos del fortín del cerro Santa Ana que saludaban a la ciudad en su magna fiesta octubrina, (…) estoy hablando de hace más de 50 años, cuando todavía la urbe no contaba con los edificios de varios pisos que hoy tenemos”, dijo.

En cambio, para la historiadora Jenny Estrada, las fiestas octubrinas comprendían una serie de actos de carácter cultural, social, artístico y sobre todo cívico, donde la participación de los barrios tenía mucha importancia. Cuenta que se conformaban comités, encargados de planificar, llevar a cabo el programa de festejos y recoger cuotas entre las familias del sector. “Las señoras del barrio presentaban la mesa del bufé criollo, donde no faltaba el caldo de salchicha (manguera), la fritada, el chancho hornado, las butifarras, las papas rellenas, los pastelillos de ostión y el comeibebe de badea”, indicó.

Los historiadores Garay y Estrada coinciden en la necesidad de difundir y motivar estas actividades y el civismo a los guayaquileños que involucren a medios de comunicación, autoridades educativas, gremios, entre otros.

Estrada indicó que los barrios han perdido esa fuerza e identidad que por tradición les otorgaba el pueblo. Sin embargo, considera que aún hay tiempo de emprender una campaña para tratar de sembrar en nuevas generaciones los conocimientos de nuestra historia.

Actualmente, las nuevas generaciones no demuestran interés en mantener estos juegos o costumbres del Guayaquil de antaño, ante esto Ezio Garay afirmó que “la ciudad duerme un letargo indiferente en el que no se involucra el habitante citadino, prefiere adoptar costumbres foráneas, no se identifica con la ciudad. Hemos perdido la valentía y los trasnochadores, la mayoría de sus habitantes se fueron a lugares distantes a encerrarse en ciudadelas, perdimos nuestra antigua algarabía de los locales de 9 de Octubre y de sus bulliciosos barrios, hoy somos tan fríos como el cemento de sus calles y sus abandonadas edificaciones”.

Juegos tradicionales

Torneo de cintas Se colocaba una soga delgada o alambre resistente, templada y amarrada sus extremos en palos verticales o postes. De la soga pendían en un pequeño carrete la argolla y parte de la cinta, que era prestada por vecinos o donada por las niñas del barrio. Participaban niños y jóvenes en bicicletas que portaban un alambre pequeño para ensartar la argolla de la cinta. Los niños hacían malabares para ganar el juego.

Carricoches de madera Carros de madera construidos artesanalmente por los padres de los participantes. Eran dos, uno guiaba el carricoche y el otro empujaba. Los pequeños eran los que más disfrutaban de este juego.

Ollas encantadas Durante varias décadas de los siglos XIX y XX, las ollas encantadas eran el número más esperado de las fiestas familiares que agasajaban a los más pequeños de las celebraciones barriales de la ciudad. Las ollas eran de barro, rellenas de caramelos, monedas y papel picado de colores. Quien tenía la ardua labor de romper la olla era alentado por los demás menores. Esta tradición fue cambiando con el tiempo. Actualmente se la llama “piñata”, hecha de cartón y con figuras de personajes. Se celebran en cumpleaños y el niño tira de una cuerda para romper la piñata.

Palo ensebado Es también conocido como “cucaña” en otros países de América Latina. En Guayaquil es el juego más popular en los barrios y consiste en subir hasta la punta de un palo afirmado en el suelo, de varios metros de altura, cubierto de manteca, aceite o grasa, con el fin de hacer más difícil el ascenso de los participantes. Los afortunados de subir ganaban billetes de distintas denominaciones, paquetes de galletas, latas de atún, caramelos, juguetes, etcétera, que eran obsequiados por los vecinos de la barriada.

Huevo en la cuchara Juego común para las fiestas octubrinas. Esta actividad se basa en colocar un huevo en una cuchara de metal y ponerla en la boca caminando o tratando de correr con las manos atrás hasta llegar a la meta. Siempre cuidando que el huevo no se caiga. Al paso de los años, empezó a cambiar el juego, pues se utilizan la cuchara y un huevo de plástico.

Ensacados El participante debe meterse en un saco atado a la cintura y saltar. Quien llega primero a la meta es el ganador por supuesto. En esta actividad es normal que los participantes se tropiecen, se caigan y la gente que mira la competencia disfruta entre risas. De este juego se desarrolla el que actualmente conocemos como carrera de tres piernas, consiste en amarrar las extremidades inferiores con tiras de soga o correa. Los participantes debían ir al mismo paso para llegar a la meta.

Atracones Consiste en comer máchica con guineo. Al terminar de degustar, el participante debía enhebrar el hilo en la aguja. Al tener la boca llena, se les hacía difícil a los competidores recurrir a la saliva para poder meter el hilo en el agujero. Los presentes disfrutaban de este juego popular.

Partido de indorfútbol Durante las tardes en Guayaquil, este deporte se realizaba con frecuencia, pero en las fiestas octubrinas se convertía en grandes competencias barriales. A veces no era una auténtica pelota, sino era hecha de trapo o de caucho. La cancha era una cuadra y se medía el arco con piedras. Así eran los partidos de fútbol tradicionales en la urbe. Sin embargo, esta tradición aún se mantiene en pocas zonas, aunque otros concurren a jugarlos en las canchas. (I)

Fuentes: Libro Qué chévere, de Germán Arteta.
Fotos: Archivo EL UNIVERSO.
Entrevistados: Historiadores Ezio Garay Arellano y Jenny Estrada.

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