¿Cómo enseñarles danza a quienes no ven?
Era como si un grupo de mecánicos estuvieran en torno a un motor, hablando de su funcionamiento. Mana Hashimoto, coreógrafa y bailarina invidente, era la jefa de mecánicos y su cuerpo era el motor.
Hace poco, en un taller sabatino, Hashimoto se encontraba rodeada de cuatro estudiantes de la Escuela de Música Filomen M. D’Agostino Greenberg, una institución comunitaria para ciegos y débiles visuales en Nueva York. Ellos seguían sus movimientos con las manos: uno de ellos tocó su vientre, otro tenía la mano sobre la cabeza de Hashimoto y uno más recorría con los dedos el brazo estirado de la bailarina a medida que comenzaba una larga flexión hacia atrás y hacia abajo.
“¿Dónde están tus pies? ¿Está uno frente al otro?”, preguntó Andrew Zhang, de 22 años, quien perdió la vista por completo en un accidente durante su infancia.
“Puedes tocarlos”, respondió Hashimoto, tomando su mano y colocándola sobre su espinilla. “Están en una posición natural”.
“Ajá”, “Ah” y “Ooooh” fueron las respuestas en coro de los participantes, gracias a la combinación del tacto y las descripciones verbales que suscitaban pequeñas revelaciones.
Hashimoto bailaba al ritmo de Bridge Over Troubled Water, la coreografía de danza contemporánea para la canción de Simon y Garfunkel que presentó el viernes en el Museo Metropolitano de Arte como parte de la colaboración anual del museo con el Colectivo Lighthouse (la organización sin fines de lucro de la asociación de padres de la escuela de música).
Este es el primer año que habrá danza y el taller del tacto de Hashimoto era la preparación de los estudiantes; alrededor de veinte personas formaron parte de dos talleres independientes.
La obra de Hashimoto consiste en demostraciones de danza, sin que el público las observe necesariamente. Sus presentaciones y talleres acercan la danza, un medio con un sólido componente visual, a quienes no tienen el sentido de la vista, al mismo tiempo que les brinda una nueva experiencia a los espectadores que pueden ver.
“Creo momentos de quietud y oscuridad para comenzar a ser conscientes del resto de los sentidos que tenemos”, dijo Hashimoto, quien conecta el tacto, el sonido y en ocasiones los aromas con un espacio para la interpretación y los movimientos que lo ocupan.
Hashimoto nació en Japón con capacidad visual absoluta. Durante su adolescencia estudió para convertirse en bailarina de ballet clásico y entonces su vista comenzó a deteriorarse a causa de una atrofia del nervio óptico. Los médicos le aseguraron que no perdería la visión por completo y se mudó a la ciudad de Nueva York para continuar con sus estudios de danza hace aproximadamente veinte años. Al cabo de doce meses, su vista desapareció por completo.
Afirmó que, por un momento, creyó que tendría que renunciar a la danza. ¿Cómo vería a los instructores? ¿Cómo sabría la posición de los demás bailarines? ¿Cómo evaluaría sus propios movimientos en los espejos del estudio? Una amiga le sugirió que tomaran clase juntas, de modo que Hashimoto pudiera memorizar y refinar sus movimientos a través del tacto y de instrucciones verbales. Cuando una profesora se conmovió hasta las lágrimas al observarlas interactuar como una sola, Hashimoto comprendió que tenía algo diferente que ofrecer a este arte.
Ahora necesita de muy poca ayuda para actuar: un bastón para ubicarse en el escenario y ya sea una cruz con cinta adhesiva o un pequeño trozo de alfombra para definir su espacio de danza y dirección. La mayoría de sus interpretaciones son como solista, en parte para evitar choques con otros intérpretes.
En otro taller que dirige algunas veces al año, ‘Bailar sin ver’, Hashimoto invita a su mundo a las personas que pueden ver y a las que tienen una discapacidad visual. Los participantes (quienes pueden ver cierran los ojos o se colocan vendas) exploran el espacio dancístico de Hashimoto, tomando nota de cómo reverbera el sonido más allá de los muros, al mismo tiempo que sienten las texturas y la disposición del espacio.
Durante la presentación final, los espectadores pueden escuchar el sonido de la danza y sentir la ráfaga de viento conforme la bailarina transforma el espacio.
Para Hashimoto, el tacto añade una capa más a las descripciones verbales.
En el taller de la escuela de música, Madeline Mau, de 11 años, a quien su limitada visión le permite percibir la luz, sombras y colores brillantes, imitó los movimientos que sentía a través del cuerpo de Hashimoto. Afirmó estar agradecida de que ella le permitiera tener ese acceso a su cuerpo y espacio personal.
“He traducido la danza en algo que comprendo, en lugar de que sea solo un medio visual”, dijo Mau. “Había muchas emociones: soledad, felicidad, amor”. (NYT)