Elephant Nature Park: Desde la piel de Emmeline

05 de Julio de 2015
  • Amigas inseparables. Lek con la elefanta Jokia en el Elephant Nature Park, hogar para decenas de paquidermos rescatados.
  • Los elefantes son tratados con mucho cariño. Mientras más personas se involucren, esos animales estarán más conservados.
  • La guayaquileña Emmeline Manzur alimentando a los elefantes.
  • Amistad animal. Mae Jan Peng y Hugo, un habitante canino que siempre acompaña a los voluntarios.

Un santuario animal en Tailandia es hogar de decenas de elefantes rescatados. Una guayaquileña fue testigo de cómo estos animales han cambiado su vida.

Son los propósitos los que nos acercan a nuestro destino. Fue por eso que la distancia entre Ecuador y Tailandia se acortó para Emmeline Manzur, cuando ella decidió que quería hacer voluntariado con animales silvestres. “Venía planificándolo hace un tiempo. Quería una experiencia con animales silvestres y la causa de los elefantes es relevante y urgente. Leí excelentes comentarios de experiencias de otros visitantes al ENP y me aseguré de que fuera una experiencia ética. Me pareció bien organizado y, ya en el lugar, constaté que es así”.

Emmeline se formó en Turismo en la UEES y se especializó en Gestión Filantrópica en la Universidad de Montreal, por lo que sabe combinar muy bien el viaje y el voluntariado para ayudar a cambiar para bien una situación. Y con el propósito de que los lectores ecuatorianos se motiven a realizar este tipo de viajes conscientes, dentro o fuera del país, que intervengan en una causa o se involucren a mejorar una situación particular del destino que visitan. A continuación el relato de Emmeline facilitado por Connie Hunter:

Aún conservo en la muñeca izquierda la una vez blanca y ahora curtida pulsera que como bendición me colocó en la ceremonia de bienvenida el chamán junto con las mujeres más ancianas del pueblo.

Elephant Nature Park es hogar para decenas de elefantes rescatados en el sudeste asiático. Este exitoso proyecto rompe esquemas, a pesar de que a su fundadora, Sangduen Lek Chailert, le ha costado, según palabras de una de sus más cercanas colaboradoras, “sangre, sudor y lágrimas” ir a contracorriente en un medio en el que el dominio y uso de elefantes para innumerables fines data de hace 6.000 años. Contradictoriamente, si el elefante es la insignia de Tailandia, tal como ocurre en España con los toros, el maltrato al que llegan a ser sometidos rebasa la más cruenta imaginación humana.

Pero ¿cómo se acostumbra dominar a uno de los mamíferos más grandes y fuertes de la Tierra? Todo empieza en la más tierna infancia a través de una ceremonia llamada Pajaan, cuyo objetivo es “quebrantar el espíritu” del elefante para someterlo. Consiste en separar al bebé de su madre de manera definitiva a pocos meses de nacido. Nunca más se verán. Lo encierran en una jaula estrecha y lo mantienen de pie de manera permanente. Lo privan de agua y comida hasta por semanas.

Lo torturan continuamente con palos, látigos, cuchillos y ganchos, provocándole heridas que probablemente nunca cicatricen. Hasta niños participan de esta actividad dirigida por el chamán de la comunidad. El daño es severo e irreversible. Tomemos en cuenta que las madres de esta especie llevan a su hijo en el vientre entre 18 y 22 meses y luego los amamantan de 2 a 4 años de vida, por lo que dependen enormemente de sus madres.

Espíritu quebrantado

El nexo entre elefantes es de gran complejidad emocional. Forman lazos muy estrechos unos con otros en su estado natural. La confusión de un bebé elefante de menos de un año de edad sometido al Pajaan lo cambiará para siempre, se convertirá en un esclavo de por vida y hará lo que su dominador quiera para aminorar su sufrimiento. Hasta el 30% de elefantes no sobreviven al ritual.

Para los elefantes sobrevivientes, quienes viven de ellos habrán logrado su objetivo y los utilizarán como animales de carga en la explotación forestal  –prohibida ya en Tailandia y Birmania–, mendicidad a cambio de fotos y las más populares actividades turísticas como montarlos, participar de shows circenses y ponerlos a hacer las cuestiones más inverosímiles como dibujar o jugar fútbol, por ejemplo.

Todos, sin excepción, son elefantes cuyo espíritu ha sido quebrantado y viven en estado de esclavitud. Por eso Lek (que significa pequeña en thai) afirmó que “tras cada bella foto tomada con un elefante se esconde un gran sufrimiento animal”. Montar un elefante de visita en Tailandia (o en cualquier otro país) equivale a apoyar esta industria.

Los dominadores de los elefantes son tradicionalmente conocidos como mahouts, uno de los trabajos de peor reputación en Asia. Sin embargo, ENP es tan innovador en este sentido que los mahouts se convierten en cuidadores y tienen prohibición total de portar y emplear armas contra los elefantes.

Cada mahout de este santuario animal cuida de manera permanente y con amor al elefante que tiene a su cuidado, mostrando que es posible tener una relación afín, enriquecedora y una convivencia armoniosa con ellos.

Por ejemplo, Mae Jan Peng, una elefanta de 70 años liberada de la explotación forestal y del senderismo para turistas, es agasajada diariamente por su mahout, quien le coloca una fresca flor en la oreja derecha. Aparte de embellecerla, con esta flor busca cubrir una cicatriz provocada por un gancho durante su vida de esclavitud.

Los mahouts del parque tallan figuras en madera de los elefantes que tienen a su cuidado. Aparte de ser una actividad en sus tiempos de descanso, estas esculturas se convierten en un medio interesante de ingresos para ellos y sus familias.

Muchas manos para ayudar

Durante la semana que pasé allí junto con cerca de 60 voluntarios, cortamos mazorcas de maíz, lavamos calabazas y sandías, cortamos tallos de árboles de bananas, preparamos bolas energéticas con tamarindo, arroz, bananas, etcétera, para los elefantes mayores. También limpiamos el parque de restos de maíz, hojas de bambú, banano y heces de elefantes con palas y picos. Pero también hubo tiempo para bañarlos, alimentarlos y observarlos por horas haciendo lo que más les gusta con total naturalidad y libertad.

Ver al más pequeño de todos, el último elefante nacido del parque, es testimonio de que sí es posible dejar en la historia una etapa de dominación y pasar a adoptar nuevas formas de relacionarnos con los animales. Navaan nació hace casi dos años y si bien hay otro bebé en el parque, es este gordito con su chispa, ternura y picardía el que se roba las miradas de visitantes y voluntarios por igual. Corre, juega, se enloda, disfruta de su comida, toma leche del seno de su madre, sonríe, levanta la trompa, se engríe con su madre y tías, juega con el otro bebé. Son 400 kilos de peso, pura felicidad e hiperactividad que jamás serán sometidos a la tortura del Pajaan.

Lek Chailert y su esposo, Darrick Thomson (canadiense exactivista de Sea Shepherd), están revolucionando el medio. El turismo ético está convirtiéndose en tendencia y el panorama puede vislumbrarse positivo al constatar que ciertas empresas que ofrecían montar elefantes ahora invitan a caminar junto a ellos y cuidar de los que se encuentran discapacitados o son ancianos.

Me pregunto yo si como humanos somos incapaces de respetar a una de las especies más milenarias, emblemáticas y grandes que recorren la Tierra, ¿cómo vamos a respetar al resto de especies o a los seres de nuestra misma especie? Quizás fui a Tailandia y al Elephant Nature Park en busca de respuestas, en busca de la esencia misma de la vida. Allí comprendí que a lo que aspiramos para los elefantes es lo mismo a lo que aspiramos para cada ser del mundo y que es posible vivir armoniosamente con el resto de seres que pueblan este planeta.

Para Emmeline, no hay mejor recompensa que ver a los elefantes simplemente “ser” y recomienda: si viajan fuera y no hacen voluntariado, por lo menos eviten participar de actividades de explotación como montar elefantes en el sudeste asiático, o eviten asistir a shows u otras actividades de explotación animal. (I)

Más información en www.elephantnaturepark.org

  Deja tu comentario