Beber agua de las pozas en la montaña de los inmortales

24 de Noviembre de 2013
Tienlon Ho - The New York Times

En China, millones de personas visitan una serie de acuíferos que emanan agua cristalina y bebible. Según los locales, tienen propiedades únicas.

El sol había bajado y el aire seguía caliente cuando tragué las últimas gotas de mi cantimplora. Mi compañero y yo escalábamos el paso sur de Laoshan, una montaña de granito manchado por el sol y oasis ocultos, que se eleva por encima del mar Amarillo en la costa oriental de China.

El sendero empieza en Dahedong, una aldea a la sombra de una gran presa, y sube por empinadas terrazas de campos de té, antes de serpentear por un arroyo seco, donde hay un montón de rocas suspendidas en medio de la ladera. Cuando las tocaba para enderezarme, parecían quitarme la humedad de la piel para guardarla. No había llovido en dos meses y hasta las piedras tenían sed.

A lo largo del camino florecían los lirios como destellos anaranjados, y excursionistas anteriores a nosotros habían marcado el camino atando listones rojos a las ramas de los árboles, como se hace en los templos chinos. El bosque nos dirigió con el suave susurro de mil oraciones. Con todo, de alguna forma, nos perdimos.

Es fácil manejar por el distrito escénico de Laoshan a lo largo de la costa desde la ciudad de Qingdao, más o menos 30,6 kilómetros al oeste. Unos dos millones de visitantes llegan cada año para ascender por los picos de la montaña, los que están llenos de morrenas (piedras y barro acumulados por un glaciar) de formas extrañas que parecen pilas de libros o cuernos curvos. Brotan cedros, olmos y pinos alrededor de las pálidas rocas de la montaña, con frondosos penachos verdes, alimentados por profundos acuíferos subterráneos, recargados con agua de lluvia. El agua se filtra a través de los estratos y luego sube desde las grietas en el granito hasta unas pozas claras, azul celeste, que se encuentran por toda la montaña.

Inmortalidad

Esta belleza sobrenatural no pasó desapercibida para los taoístas que hace unos tres mil años consideraron a la montaña el hogar de los inmortales, seres elevados, tan ajenos a las inquietudes mundanas que su piel no muestra las arrugas de la preocupación. Aunque la mayoría de los templos se perdieron por las revoluciones y el tiempo, monjes vestidos de azul y blanco todavía cuidan los extensos jardines del Palacio Taiqing, un templo taoísta que ha estado en la base de la montaña por dos milenios, desde la dinastía Han occidental. Casi ese mismo tiempo, los monjes han atribuido su buena salud a que beben agua de Shenshui Quan, el Manantial de los Inmortales, un ojo de agua que todavía alimenta a los jardines del templo.

Aquí hay una historia de una época en la que la montaña no tenía agua y morían de hambre los aldeanos. Un espíritu bondadoso le dio a un campesino un recipiente mágico que multiplicaba cualquier cosa que se le pusiera adentro, y se salvaron los aldeanos. Cuando funcionarios codiciosos llegaron a confiscar el tesoro, el campesino saltó desde la cumbre y aparecieron manantiales de agua dulce donde cayeron su cuerpo y las esquirlas del recipiente.

Para la dinastía Qin y siglos después de ella, los emperadores hicieron peregrinajes aquí con la esperanza de encontrar a los seres que controlan al viento y la lluvia, y ofrecen esos regalos.

Pasé los días antes de mi excursión deambulando por la ciudad de Qingdao, que está tan cerca de Laoshan que en una mañana clara sus picos parecen un espejismo dorado que se balancea a la distancia. Para la mayoría en la ciudad, Laoshan ya no es un lugar físico, sino un símbolo de todo lo que no es urbano. Eso hace que la montaña sea una marca muy comerciable. En la parte vieja de la urbe, los vendedores ambulantes a lo largo de la escalinata de Huangdao ofrecen hongos aromáticos y cerezas dulces cultivadas en las laderas de Laoshan.

El producto más conocido de la ciudad es la cerveza de Tsingtao, que se llama igual que ella y todavía pregona sus raíces en la montaña. En 1903, la cervecería Nordic Brewery Co., con respaldo británico y alemán, hizo sus primeras bebidas ligeras usando una receta con malta morava, lúpulos bohemios y bávaros y agua de manantial de Laoshan. Después se conectó una tubería desde el acuífero de Laoshan directamente a los pozos en los terrenos de la compañía. Hoy, Tsingtao produce tanta cerveza en sus cervecerías en toda China –122 millones de barriles al año– que el agua de Laoshan se reserva solo para la que se hace en Qingdao.

Todavía queda un pozo original, un hoyito rodeado de piedras hexagonales detrás de los activos muelles de carga de la cervecería; ya no se usa y no es parte del recorrido oficial. Una guía trató de evitar que fuera. “Tenga cuidado con los fantasmas”, me dijo mientras se alejaba.

Sabía que un temor a los pozos es una superstición china común, inculcada por las abuelas y los libros de historia que detallan los finales malos de las concubinas. Pero cuando me asomé escépticamente por la boca del pozo, subió una ráfaga fría desde las profundidades y me rozó la mejilla como si hubieran sido dedos gentiles.

Agua cristalina y limpia

El sol se ponía detrás de las faldas de Laoshan cuando tomamos una curva del sendero y el suelo polvoso se convirtió en lodo compacto. El lodo rodeaba una poza verde cobre tan ancha y tan profunda como una alberca, el Prinzenbad o baño de la princesa, según la inscripción en una roca junto a ella que hicieron unos emprendedores alemanes cuando tenían salones de cerveza y un sanatorio en la montaña a principios del siglo XX. El agua estaba clara pero caliente y quieta.

Al día siguiente fuimos al mirador Beijiushui. Pasamos por una cadena de pocitas, cada una de un tono cada vez más saturado de azul, conforme nos acercábamos a la fuente Chaoyin Pubu. Al final del sendero miramos hacia arriba. Un hilo de agua surgía de las rocas a unos seis metros de altura y luego caía a una poza color zafiro.

Río abajo, la gente se agachaba en la orilla de la poza, maravillada por el agua límpida, y daba sorbos profundos de la que tenían en las manos ahuecadas. Llegué abajo y llené mi cantimplora. La bebí durante el recorrido de regreso a Qingdao, mientras el cielo se abría y empezaba a llover.

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