El escritor nómada

08 de Enero de 2012
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Una travesía a lo largo de la vida y literatura del guayaquileño Leonardo Valencia, el escritor nómada afincado en España.

Esa tarde, el escritor está junto al río que crece. Una cafetería, al lado del Guayas con su marea en alza, es el escenario para conversar con Leonardo Valencia Assogna que hace 41 años nació en Guayaquil, pero desde 1998 reside en Barcelona, España. Antes –a partir de 1993– vivió en Lima, Perú.

El mes anterior llegó a visitar a su familia, a participar en el conversatorio El arte de escribir ficción y a la presentación de la cuarta edición de La luna nómada, su libro de cuentos progresivos. Libro que edición tras edición crece como la luna y cuyos cuentos han sido traducidos a varios idiomas y forman parte de antologías internacionales.

Es su única colección de cuentos y cada edición es diferente porque Valencia le incluye nuevos relatos, en esta última fueron cuatro a más de un Decálogo progresivo  sobre el oficio de escribir cuentos. Además ha publicado las novelas: El Desterrado, El libro flotante de Caytran Dolphin y Kazbek.

Sin olvidar su libro de ensayos El síndrome de Falcón. También es profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona y en el Laboratorio de Escritura. Colabora en El País de España y en la página editorial de Diario EL UNIVERSO.

La literatura, una máquina del tiempo

Hay bastante sobre qué conversar. Valencia pide un capuchino helado para aliviar el calor húmedo de Guayaquil. Lo primero que salta como un pez es La luna nómada del que cuenta que se fue convirtiendo en un libro de cuentos progresivos porque después de la primera edición él siguió escribiendo relatos sobre nomadismo y desarraigo: “En realidad nunca fue una idea prevista, más bien fue una situación en que me encontré porque podría hacer un nuevo libro con otro título pero tenía la sensación de que traicionaría al original y que los nuevos podrían caber en el mismo libro”. Así fue como a partir de la segunda edición le fue incluyendo nuevos cuentos y la luna se fue llenando.

¿Este libro es para ti como una condena o un goce continuo?, pregunto porque la mayoría de los escritores después de publicar su libro no quieren saber nada de él y más bien piensan en el próximo. Valencia confiesa: “Me cuesta mucho deshacerme de mis manuscritos. Para mí, el hecho de publicar significa casi un desgarramiento, me gusta convivir con el texto. Porque mientras el libro se está escribiendo es completamente mío y estoy en la escritura. Me da una fuerza enorme y me permite seguir viviendo saber que tengo ese espacio propio. Me cuesta deshacerme del libro y por eso, de alguna manera, publico pocos libros. Y para completar tu pregunta: Escribir, en mi caso, es un goce”.

Le ocurre con todos sus libros. Él establece que en la literatura es posible corregir los errores, pero en la vida hay una sola oportunidad: “La maravilla de la literatura es que tú puedes volver a visitar ese lugar y revivirlo como en una máquina del tiempo, cosa que en la vida no podemos hacer”, reflexiona este apasionado del oficio de escribir. Cree que su Decálogo Progresivo es válido no tan solo para el cuento sino que para la escritura en general y que lo llamó progresivo porque piensa expandirlo.

La tarde avanza, pero a cuesta de un sol agónico. Pese a su primera novela El Desterrado, que escribió en Lima entre 1993 a 1998, y a su larga permanencia en el exterior, Leonardo Valencia se considera nómada. “Porque el término desterrado tiene una connotación de exilio forzado. El nomadismo es una actitud libre. Nómada es aquel que por sí solo desea moverse por el mundo y a lo mejor volver a pasar por el sitio de donde partió. Todos somos nómadas. Lo sedentario es una idea, en todos los sitios estamos temporalmente”.

En el 2006 dio a conocer su novela El libro flotante de Caytran Dolphin, en donde aparece un Guayaquil desvastado por las inundaciones y que además dio origen a un experimento de escritura por internet. “Yo lo llamo mi libro más personal porque siempre he estado vinculado al agua, mi casa daba al estero Salado y en mi infancia me fascinaba y también me asustaba que la ciudad se inundara”, comenta que después de la publicación del libro surgió el experimento de que el lector pudiera añadir y crear nuevos textos ingresando a la página: www.libroflotante.net. Experiencia novedosa en esa época pero que no modificaba el libro físico.

Cuando la conversación cae en El síndrome de Falcón que generó cierta polémica entre la intelectualidad ecuatoriana en torno al papel y compromiso del escritor, Valencia expone su posición: “Creo que un escritor no puede ser un apático frente a los problemas de su país pero eso no significa que su obra literaria tenga que someterse a esa finalidad. Puede escribir lo que quiera con absoluta libertad y por otra parte debatir, escribir artículos, incluso ser muy partícipe pero no expresarlo de manera explícita”.

Otras lunas, otras tiempos

Valencia declara que es un gusto reflexionar y participar como columnista de la página editorial de Diario EL UNIVERSO: “Discutir y dialogar de eso se trata, creo que los artículos tienen que formar parte de un diálogo con la sociedad a la que pertenezco aunque esté fuera, pero la conexión es tal hoy en día que me alegra que me lean por internet los ecuatorianos que andan por todo el mundo”.

Cuenta que actualmente sus actividades están centradas en el Laboratorio de Escritura que es una pequeña escuela que imparte cursos presenciales y virtuales de escritura. “Es un gran placer porque a mí me apasiona la literatura, compartirla, hablar sobre ella, explorarla, descubrirla –expresa con entusiasmo– y mejor hacerlo con gente que está interesada realmente y no solamente dar una cátedra a 50, 60 o 100 alumnos que a veces no les interesa. Para mí es como una especie de gimnasia diaria y cuando trabajo con los textos y proyectos de mis alumnos le pongo la misma energía que aplico a mis propios escritos”.

Confiesa que escribe una novela que iba a ser corta como su última Kazbek –publicada en el 2008– pero que se le ha ido alargando, pese a ello espera terminarla el próximo año. Paralelamente escribe un libro de ensayos sobre arte.

Y esa tarde caía más aún. Era el momento preciso del fin de la entrevista. Pero de pronto la conversación dio un salto al pasado. Fue cuando Leonardo Valencia, el hoy escritor nómada, cuenta que su padre escribía poesía y que su madre en Italia trabajaba en una imprenta.

En su casa reinaba una pasión por el libro, que heredó Valencia Assogna. “Creo que la mayoría de los escritores comienzan como lectores”, asegura y lo dice porque: “Desde muy chico leía pero jamás me obligaron. Yo era un niño muy tímido y me gustaba estar ahí en la biblioteca, porque era muy fresquita y lo que empecé leyendo fue poesía”.

A sus 12 años descubrió la gran poesía francesa traducida por poetas ecuatorianos como Filoteo Samaniego, Gonzalo Escudero, Jorge Carrera Andrade, entre otros. ¿Y escribiste poesía?, le pregunto y el actual narrador con cierta sonrisa nostálgica responde que sí cometió algún pecadito poético. “Pero soy muy autocrítico y cuando leo no me gusta nada de lo que escribo de poesía”.

En su adolescencia empezó a escribir cuentos, narraciones. Pero nunca pensó en ser escritor. Fue un poco antes de ingresar a la universidad, donde iba a estudiar filosofía pero optó por leyes. “Me di cuenta que tenía muchos escritos y que en el fondo era un escritor, inédito, pero un escritor. Creo que fue hacía los 18 años que supe que tenía que dedicarme a la escritura. No fue fácil, me tomó muchos años”, recuerda ese atardecer Leonardo Valencia. El resto de su historia ustedes ya la saben y más aún si han leído sus libros.

Esa tarde cuando el sol cae, las aguas del río Guayas se tiñen de plateado porque en el cielo reina la luna. La luna nómada.

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