Jaime Arcentales: El viverista medicinal

28 de Mayo de 2017
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Historia de Jaime Arcentales, quien asegura que la dulcamara salvó la vida de su esposa y ahora vive elaborando productos a base de dicha planta y otras.

Jaime Arcentales en su vivero ubicado en Durán.

Hace catorce años, una planta transformó su vida. Le ocurrió a Jaime Sídney Arcentales León, agrónomo manabita de 49 años. Su historia me la cuenta, a cielo abierto y bajo el sol, en Durán, ciudadela Panorama, donde está su vivero de plantas medicinales, donde reina la dulcamara –cuyo nombre científico es Kalanchoe gastonis bonnieri-.

Recorremos el sitio y él pondera las propiedades que le asigna a cada una de sus plantas, algunas nativas y otras traídas del extranjero, como: jotunia, apodada planta pescado por su olor a filete de pescado fresco; ginseng que ayuda a las personas carentes de energías, se utiliza su flor y semillas; lima limón que oriunda del Tíbet, regula el sistema inmunológico; más allá está insulina, su nombre científico es Justicia secunda y la deben consumir los diabéticos.

Ese mediodía, sudando la gota gorda, me enteró que el talinum es lo máximo para adquirir energías. También que con la chop suey, de origen chino, se combate la cirrosis hepática o que un té preparado con hojitas de la anderrera ayuda a regenerar la mucosa gástrica.

Sin olvidar a moringa, planta energética, o la morera, cuyas hojas sirven como extracto para elaborar cremas, champú, etc.

En su vivero, además hay diversos árboles frutales: ciruelas, cerezas, limones, guanábana, etc. Los fines de semana lo visitan sus hijos y nietos. Arcentales además cultiva palmas de diversos países, es su hobby. Pero asegura que su misión es propagar plantas medicinales y elaborar con ellas extractos para que la gente se cure.

Entre la vida y la muerte

Una enfermedad mortal cambiaría su vida. Cuenta que catorce años atrás a Antonia Balladares, la madre de sus hijos, le detectaron cáncer en ovario, útero y había desarrollado una metástasis. Ella residía en Quito, pero se establecieron en Guayaquil tras una mejor atención médica, especialmente en Solca –Sociedad de Lucha Contra el Cáncer–.

“Veía que día a día se iba extinguiendo su vida. Se estaba quedando en osamenta nomás”.

Cuenta que por su profesión de agrónomo, dieciocho años, él laboraba en un proyecto de reforestación en Cosanga, Napo. Un obrero que trabajaba en la instalación del oleoducto Villano Baeza sufrió un accidente en los dedos de la mano que se le hinchó como un guante de box, al día siguiente lo trasladarían a Quito para que reciba atención médica. Pero esa noche, una señora del campamento calentó la savia de una planta y se la colocó como emplaste. Al día siguiente la sorpresa fue que la herida estaba totalmente desinflamada. “La mano que antes era negra, estaba rosada. La señora me dijo esta planta cura el cáncer”.

Esa planta, asegura Arcentales, era la dulcamara, cuando lo recordó fue cuando se lanzó a buscarla por diversos sitios de Guayaquil y la terminó encontrando en el Malecón Simón Bolívar como planta decorativa.

“Le empecé a darle a mi señora y a los tres meses desapareció todo: las hemorragias, el dolor, la inflamación, las fiebres y el color amarillento de la piel que llegamos a pensar como dice la gente: que cuando el enfermo se pone bien es porque se va a morir rápido”, testimonia increíblemente Arcentales. Asegura que a su esposa le volvieron a hacer radiografías, resonancias y una tomografía computarizada y que sus ovarios que antes estaban con quistes y los miomas que tenía en el útero, todo estaba bien.

¿Qué explicación dieron los médicos?, pregunto. “Que no tenía cáncer, que era algo inexplicable. Se curó tomando la plantita. Todas las mañanas comía un pedacito de la hoja de dulcamara”, responde.

Desde entonces se dedicó a la propagación de los beneficios de la dulcamara. Se hizo entrevistar en el programa Cosas de casa en TC Televisión, donde hizo público las propiedades de dicha planta, que según él, cura el cáncer, miomas, quistes, leucemia.

La gente tras la planta empezó a llegar a su casa. El agrónomo Arcentales comenzó a venderla a 5 dólares afuera de Solca. Lo hacía todos los días desde las cinco y media hasta las siete y media de la mañana. Se trasladaba en bus, llevando dos bandejas con las plantas. Después iba a trabajar en el vivero. Hasta que un día del 2003 asaltaron el bus y lo despojaron del dinero para pagar el arriendo y pensiones de sus hijos.

Tras ese asalto decidió alquilar un pequeño local en la Atarazana –frente al Tribunal Electoral, donde funciona todavía– para vender las plantas. Fue su primera tienda bajo el nombre Dulcamare que es la marca de sus productos. Desde entonces elabora más de setentas productos: cápsulas, jaleas, jarabes, geles y diversos extractos a base de la dulcamara y otras plantas medicinales. Asegura que dedica el 25% de su producción a la ayuda social, principalmente a niños con capacidades especiales, autismo, leucemia, microcefalia, entre otros.

De sus cuatro hijos, dos son médicos: Esteban Javier y Paúl Alexander, el tercero Sídney David es químico farmacéutico y el cuarto Juan Sebastián es chef.

En Quito funciona un local de Dulcamare y en Guayaquil seis, siendo el principal el ubicado junto a la iglesia de San Francisco en Vélez y Chile. En Durán a más del vivero de 400 metros cuadrados, funciona el laboratorio que siempre está elaborando nuevos productos.

“Nuestro principal sueño es curar al mundo entero con la dulcamara”, manifiesta.

Hoy, catorce años después, Sídney Arcentales no olvida cuando él con una bandeja al hombro repleta de platas, pregonaba por las calles ardientes de Guayaquil: “¡Habla boca abierta, lleva tu dulcamara!”. (I)

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