Larga vida al Principito

25 de Septiembre de 2011
Clara Medina

Me enteré de la existencia de El Principito por el cantante Fernando Ubiergo. Hace muchos años, cuando todavía no era periodista, sino una joven estudiante de colegio, leí una entrevista que le hicieron al cantautor chileno en este Diario. Cuando le preguntaron por su libro preferido, él respondió que el de Antoine de Saint Exupery, por la gran filosofía que contenía, y citó una frase que me deslumbró: “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

No había internet en esa época, así que no pude googlear de inmediato para buscar más información, sino que anoté el título del libro y el nombre de su autor en un papel. Fui tan pronto como pude a la librería, con unos cuantos sucres, y así tuve entre mis manos El Principito. Era más delgado de lo que imaginaba –lo creía voluminoso– y más famoso de lo que pensé. Había sido traducido a una infinidad de idiomas.

Lo leí con emoción y hasta subrayé la frase que Ubiergo había citado en la entrevista. Me enteré, seguidamente, de que su autor, fallecido en un accidente, era francés y de que había sido aviador como el narrador de la historia.

Desde entonces ha pasado mucho tiempo, pero este pequeño libro, que se lo etiqueta como literatura infantil, me sigue pareciendo fundamental. Y entrañable. Por eso he vuelto a él cada cierto tiempo. En cada nueva lectura se activan otras visiones.

En una reciente que hice, me detuve en el rey y sus reflexiones sobre el poder durante su encuentro con el Principito. “Solo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar”, decía. Y continuaba: “La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables”.

También reparé en los lazos afectivos que se crean con la constancia, con el día a día, y que el zorro, uno de los personajes principales del cuento, califica como domesticar: “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!”.

Si hoy o mañana lo vuelvo a leer, quizá repararé en otros detalles. De Ubiergo no he vuelto a escuchar sus canciones, pero recuerdo particularmente una, Cuando agosto era 21, que tanto me encantaba, y también esas palabras suyas, que me llevaron a El Principito, una obra que se publicó en 1943 y que tras casi 70 años, sigue tan honda, tan profunda en esa aparente sencillez. Larga vida a este Principito.

claramedina5@gmail.com

“Diez Mujeres”, un libro para ellas

Marcela Serrano reúne en su última novela a diez mujeres, quienes sin ningún pudor se desnudan una a una en una sucesión de monólogos que le sirven a la escritora chilena para reflexionar sobre el rol femenino y advertir que aún hoy, en el siglo XXI, las mujeres deben estar con “los ojos muy abiertos”.

Fiel al mundo femenino Marcela Serrano vuelve a él una vez más y publica Diez Mujeres, 20 años después de su primera novela, Nosotras que nos queremos tanto (1991), pero en esta ocasión en lugar de reunir a un grupo de mujeres amigas contándose historias, la autora decidió enfrentarlas a su terapeuta.

“Los tiempos están tan duros, el mundo está tan feo que correspondía más que fueran pacientes alrededor de una psiquiatra que amigas instaladas frente a un lago de vacaciones contando historias", aseguró.

Se trata de Francisca, Mané, Juana, Simona, Layla, Luisa, Guadalupe, Andrea, Ana Rosa y Natasha (la décima mujer, la terapeuta), de origen ruso y judío, que ha pasado toda su vida buscando a una medio hermana, Hanna, y quien finalmente las dejará volar solas.

“Este personaje es una denuncia", subraya Serrano, quien ahonda con Layla, una periodista de raíces árabes que viaja a Gaza a conocer sus orígenes, en el trauma de la violación, un “daño que no tiene reparo”, afirma la escritora. EFE

  Deja tu comentario