¿Ella está loca?
La escritura como memoria está presente en la novela La loca de Gandoca, de la escritora costarricense Anacristina Rossi (1952). En el último párrafo del libro puede leerse: “Odiabas los boleros, Carlos Manuel”. Esa es también la frase con que se inicia la obra. Así, el lector se entera de que todo aquello que ha leído, esa historia narrada en 193 páginas, es escrita por Daniela, una mujer de clase acomodada de Costa Rica, que vuelve a su país sola y con un hijo, luego de vivir en Europa, y que se embarca en una jornada de lucha por la conservación del Refugio de Gandoca, amenazado por el capitalismo, por los intereses económicos y por las construcciones en nombre del progreso.
A la par, el lector conoce su vida personal, cruzada por un matrimonio asolado por la violencia doméstica, el alcoholismo y, finalmente, el luto. Ella escribe su historia, porque le sugirieron que lo hiciera, “para que no se deshaga en el aire, como el grito melancólico del curré”. Daniela acepta. Con ello, le otorga valor a la palabra escrita, porque “la palabra es la historia”. La novela tiene una estructura circular.
El Refugio de Gandoca es uno de los grandes parques naturales de Costa Rica. En este territorio, Daniela, que se casa con un hombre que conoce en la empresa de su hermano, construye su casa. Ese lugar tiene un especial significado: a más de ser una reserva natural, es el sitio donde empieza su romance, el espacio que adora Carlos Manuel (así se llama su esposo) y por eso él la lleva allá para declararle su amor. Allí comienza su relación. Allí se instalan luego de casados y nacen los hijos. Pero pronto llegan los problemas: grandes compañías, avaladas por las autoridades del país, comienzan a construir hoteles, discotecas, urbanizaciones y demás edificaciones que amenazan el ecosistema. Todo se volverá cemento y ruido. Daniela lucha, se opone, va denunciando las atrocidades de institución en institución, de autoridad en autoridad. Recibe evasivas, silencios, y, posteriormente, amenazas. Nadie quiere hacer nada. Su lucha estorba. Se torna incómoda. Buscan descalificarla llamándola “loca”, “la loca de Gandoca”.
En esta obra se exhibe el concepto problemático que se tiene de progreso: se lo entiende como construir grandes edificaciones y llevar a los entornos rurales lo que se tiene en la ciudad. Progreso es, desde esta lógica, dejar atrás lo natural, que es concebido como sinónimo de atraso. También se expone el desconocimiento que existe sobre la importancia de la conservación de la naturaleza, no solo por parte de las clases dirigentes, sino incluso por parte de los nativos. Daniela, en contraposición, encarna una conciencia ecológica, de preservación y de apego a los lugares. ¿Por qué el Refugio de Gandoca lo siente como suyo? ¿Cómo logró crear un vínculo tan hondo con ese espacio?
La protagonista es aplastada por la maquinaria burocrática, por la incomprensión, pero también por una vida matrimonial que se desborda: su esposo es alcohólico y su felicidad inicial se transforma en un infierno.
Aunque La loca de Gandoca toca temas vigentes y muestra estrategias narrativas que hacen que el lector sepa que está dentro de una novela, lo cual rompe con una estructura plana, tiene ciertos aspectos ingenuos. En la relación con Carlos Manuel se cuela un tinte telenovelesco. Esa parte tiene un tono bolerístico y no es gratuito que Daniela rememore a su esposo con un bolero, pese a que este odiara esa música.
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