Ni exterminio ni tortura: Encierros letales

Por Gonzalo Peltzer
06 de Octubre de 2013

“Para colmo las cárceles se han convertido en universidades del delito, caldo de cultivo de terribles enfermedades y cámara de tortura...”.

Una sola vez estuve en la cárcel. Fue en la Unidad Penitenciaria 13 de la provincia de Buenos Aires, en Junín. Hablé con varios presos –internos los llaman– y todos eran inocentes. Después me explicaron que hasta los más contumaces delincuentes declaran su inocencia ante quien los quiera oír, siempre que no sean otros internos: ante ellos son lo peor.

En las cárceles el orden de jerarquía lo establece la gravedad del delito que purgan, así que para adentro es mejor ser peor. Por suerte no es necesario entrar en una cárcel para conocerlas: hay excelentes películas que las muestran tal cual son.

Quizá sea desde entonces que tengo la convicción de que las cárceles no sirven para nada y que ahí están los perejiles, aunque sean homicidas, ladrones, violadores, piratas del asfalto, contrabandistas o narcotraficantes. Los verdaderos delincuentes andan sueltos por la calle, algunos ocupan cargos públicos y son culpables de los delitos de los que están adentro porque jamás se ocuparon de la promoción y la educación de las personas más vulnerables. Me dicen que eso es garantismo. ¿Será?

Nunca me expliqué por qué el ser humano es capaz de quitar la libertad a sus semejantes. En realidad lo que no me explico es que nos horrorice la tortura y hasta la pena de muerte –por lo menos en nuestros países– mientras quitamos el don más preciado a nuestros congéneres. ¿Nadie piensa que privar de la libertad es la peor de las torturas y que muchos preferirían estar muertos a no tenerla?

Para colmo las cárceles se han convertido en universidades del delito, caldo de cultivo de terribles enfermedades y cámara de tortura por el dedicado esmero que ponen en hacer sufrir los propios colegas de infortunio y a veces también los malos carceleros. Tampoco me explico, por eso, la expresión “que se pudra en la cárcel” que implica el deseo de un castigo extra, además de la falta de libertad y como si eso no fuera suficiente.

Algún día las cárceles serán lo que ahora las mazmorras de tortura de los castillos medievales o los campos de exterminio nazis que visitamos asombrados cuando andamos de turistas por Europa. Será cuando la humanidad descubra que hay que perdonar a los delincuentes y tratar de averiguar qué les pasa.

gonzalopeltzer@gmail.com

  Deja tu comentario