‘Nihao’

08 de Diciembre de 2013
  • El Palacio de la Armonía Suprema es el más importante de la Ciudad Prohibida.
  • Trono del emperador. La mayoría de los edificios tiene un trono que era usado cuando el monarca ocupaba el salón por cualquier motivo.
  • La Gran Muralla en la colina de Badaling, sector más visitado por la muchedumbre.
  • El Barco de Mármol reposa en el muelle del Palacio de Verano. Es visto como símbolo del poder feudal.
  • El Gran Corredor exhibe 14 mil pinturas que narran la historia china.
Texto y fotos: Moisés Pinchevsky

Esta palabra, que se pronuncia ‘ni jao’, significa ‘hola’ en chino. Al decirla lucía como un guayaco educado en este paseo por tres tesoros de Beijing.

Ya nos había advertido nuestra guía, la guapa Nieves. “Si algún chinito les pide tomarse una foto con ustedes, no piensen que es porque los vean guapos ni famosos. Lo que ocurre es que nosotros, los chinitos, somos de nariz pequeña (ella se toca la nariz), ñatitos, así que siempre llaman la atención los extranjeros que llegan con sus grandes narices”, decía en español apretado y con una sonrisa bajo su mínima estructura nasal.

Por eso no debí haberme sorprendido tanto cuando dando mis primeros pasos por la Gran Muralla, una señora oriental de unos 50 años me señalaba con su cámara fotográfica como queriéndome decir algo. Me sonrió. Le sonreí. Se acercó. Me asusté. Me señaló la cámara. ¡Y allí entendí! Con amabilidad y señas me solicitaba tomarse una foto con mi nariz occidental, a lo cual lógicamente accedí con tanto gusto que mis fosas nasales sonrieron para dos clics de su Panasonic digital, sostenida por un joven pariente de ella.

Aquella situación me hizo entender mejor que respiraba en otro mundo: estaba en China.

Llegar al país gigante de Asia me había costado 24 horas de viaje: desde Guayaquil, diez horas de vuelo hasta Ámsterdam, para luego esperar unas cuatro horas hasta tomar el siguiente avión que, diez horas después, aterrizaba en Beijing (capital del norte, en mandarín), también conocida como Pekín en nuestros países de América.

Esta ciudad, de unos 20 millones de habitantes, nos recibía con un tímido velo gris de neblina y contaminación, pero que al día siguiente se había disipado para exhibir los colores más azules sobre aquel muro de 8.851 kilómetros construido entre los siglos V y XVI, en la frontera norte del país, para proteger a este territorio de los invasores mongoles.

 

 

Huellas de los emperadores

Existen algunas “murallas” en las cercanías de Beijing, tres de ellas en los sectores de Badaling, Mutlanyu y Jingshalin. Visitamos el tramo más turístico y ajetreado: Badaling, a unas dos horas de Beijing, el cual fue restaurado a partir de 1957 para hoy acoger diariamente a miles de turistas que se desplazan a través de su camino superior para avanzar por las torres de vigilancia, separadas por unos 180 metros de distancia, recorrido que puede volverse harto difícil por las secciones más empinadas y escalones desiguales, que te invitan a resbalarte por ese sendero de unos tres metros de ancho y con unos siete metros de altura en promedio.

Caminar por este tramo puede compararse con avanzar por el Malecón Simón Bolívar de extremo a extremo, pero en lugar del río Guayas, el paseo está flanqueado por sinuosas colinas sembradas de bosques secos.

El camino te hace debutar con una sensación que se repite en todos los lugares turísticos de Beijing: sentirse parte de la masa.

China es el país más poblado del mundo, con unos 1.300 millones de habitantes, quienes ocupan los sitios más populares como una gran marea humana que te hace acostumbrar a la sensación de tener a legiones de chinos respirando a tus costados.

Dàoqiàn (perdón, pronunciado ‘dao chien’) habría sido la palabra adecuada para enfrentarse al momento de empujar al próximo, pero mi ineficacia en el idioma mandarín me resignaba generalmente a defenderme con un ‘sorry’ que muchas veces no era bien entendido por la víctima de mi golpe o pisotón.

 

Residencia del monarca

Tal situación se repitió con otra visita también anhelada: la Ciudad Prohibida, en pleno Beijing, con 72 hectáreas (como 72 campos de fútbol) de edificios de arquitectura tradicional que acogieron a los emperadores desde 1420, con la dinastía Ming, hasta 1924, con la última dinastía, la Qing.

Nieves, nombre con que la bautizó su profesor de español, porque su real nombre es impronunciable en castellano, nos explicaba que este es el complejo de edificios de madera más grande y mejor conservados del mundo, con unos 980 inmuebles que fueron abiertos al público recién en 1925, ya que esta urbe magnífica estaba reservada para las autoridades.

Hoy, nadie vive dentro de sus dos zonas: la política, donde el emperador despachaba los asuntos del gobierno, y la residencial, donde el monarca residía con su familia.

Los edificios lucían pintados con dos colores muy tradicionales para esta sociedad: el amarillo, que simboliza el oro y la riqueza, y el rojo, que significa la buena fortuna.

El paseo nos llevó de edificio en edificio, notando que la mayoría contaba con un salón principal dominado por un gran trono en el que se sentaba el emperador de turno.

El más reciente de ellos fue Puyi (1906-1967), de la dinastía Qing, quien inspiró la película El último emperador (1987), dirigida por Bernardo Bertolucci. Esta producción tuvo el mérito de haber sido la primera película extranjera que consiguió permiso del gobierno para filmar dentro de la Ciudad Prohibida, específicamente en el edificio principal y más elevado, llamado Armonía Suprema.

La historia de Puyi llamó la atención del cine porque ascendió al trono con solo 3 años de edad, siendo derrocado tres años después por una revolución burguesa liderada por el médico Sun Yat-sen, el 10 de octubre de 1911, lo cual significó el final de la última dinastía feudal, que había funcionado por más de 2.100 años.

Sin embargo, Puyi y su familia podían seguir viviendo entre los lujos de la zona residencial de la Ciudad Prohibida, pero sin acceso al área político-administrativa. Así ocurrió hasta 1925, cuando tras el fallecimiento de Sun Yat-sen le sucedió el general Chiang Kai-shek como líder del Partido Nacionalista Chino Kuomintang.

Chiang Kai-shek, quien sacó a Puyi de la Ciudad Prohibida, se mantuvo en el poder hasta que el Partido Comunista, de Mao Zedong, derrotó a los nacionalistas en 1949 durante una revolución histórica que llevó a la China continental al comunismo.

Tras ella, Chiang terminó refugiándose con su gobierno en la isla de Formosa o Taiwán.

Jardines de descanso

Las 70 hectáreas de la Ciudad Prohibida parecen pequeñas comparadas con las 300 hectáreas que ocupa el antiguo Palacio de Verano de los emperadores, construido desde 1750 por el emperador Qianlong en una zona ubicada a unos 12 kilómetros del centro del actual Beijing.

El escenario invita a la relajación a orillas del lago Kunming, junto al cual se despliega una singular pasarela techada de madera llamada el Gran Corredor, que permite una caminata de 750 metros contemplando algunas de las más de 14 mil pinturas que adornan la mayoría de los añejos trozos de madera que componen esta estructura magnífica.

Supuestamente, Qianlong, quien gobernó por 60 años, mandó a construir este camino para que su mamá, la emperatriz, pudiera disfrutar de los paseos junto al lago sin tener que preocuparse por el clima, por lo cual posee un desvío que se conecta con la pagoda del Buda Fragante, también visitada por la emperatriz.

Otra obra en el Palacio de Verano dedicada a los gustos imperiales es el Barco de Mármol, estructura de unos 36 metros de largo construida por Qianlong y que una posterior emperatriz, Cixi, mandó a restaurar en 1893 para devolverle su esplendor como símbolo de una dinastía poderosa.

Sin embargo, los ciudadanos locales a veces la señalan como el símbolo de un extinto poder feudal que no beneficiaba a la clase obrera.

La caminata por los contiguos jardines del Palacio de Verano evoca una magnificencia que aún respira en medio de esta sociedad de gente amable que a menudo es motivada por el gobierno central para recorrer turísticamente sus tesoros patrimoniales.

Por ello resulta muy común ver a legiones de chinos agrupados en estos escenarios ancestrales que solo pueden motivar alabanzas de mis ojos occidentales. Aunque una nueva solicitud de foto en el Palacio de Verano, ahora de un joven de unos 16 años, me sugiere que ellos en ocasiones están más interesados en mi nariz.

 

 

Más cerca del Ecuador

China es un destino que se acerca a los ecuatorianos a través de programas ofertados en las agencias de viajes del país. Un programa de quince días puede costar unos 8 mil dólares para visitar Beijing, Xian (hogar de los guerreros de terracota) y Shanghái. Puede combinarse con tours a Tailandia, Indonesia, India o Emiratos Árabes Unidos.

Álex Idárraga (en la foto con la bandera), gerente de la mayorista quiteña Viaje Hoy, comenta que los ecuatorianos están cada vez más volcados hacia Asia, por eso el mes anterior lideró un paseo que llevó a agentes de viajes de Quito, Guayaquil, Ambato e Ibarra. Nieves (de pie, tercera desde la izq.) fue la guía local. Moisés Pinchevsky (de pie, extremo der.) los acompañó.

 

 

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