Con seguridad

26 de Agosto de 2012
Carla Ricaurte

Si estamos apuntando a esa demanda y promoviendo el turismo de aventura como producto prioritario,  es imperativo tomar acciones para salvaguardar la seguridad de visitantes nacionales e internacionales.

Llego apresurada, me registro en el counter  y me dirigen a mi asiento. La persona encargada empieza las recomendaciones de seguridad y explica las rutas de evacuación. No estoy en un avión. Tampoco estoy realizando una actividad de riesgo. Estoy en una conferencia académica dentro de un salón de clase.

Una de las cosas que me llama más la atención de estudiar turismo en Inglaterra son los estándares que hay en cuanto a seguridad.

Nunca debemos olvidar que en nuestros mercados meta (Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Canadá) están acostumbrados a exigentes estándares de seguridad, no solo cuando realizan actividades de riesgo, sino en todos los aspectos de sus vidas, incluso en la tranquilidad de un salón de clase.

Si estamos apuntando a esa demanda y promoviendo el turismo de aventura como producto prioritario, es imperativo tomar acciones para salvaguardar la seguridad de visitantes nacionales y extranjeros.

Esto no es tarea fácil si consideramos que el turismo de aventura incluye montañismo, canotaje, canopy, canyoning (barranquismo) y parapente, entre otras actividades, cada una con requerimientos de seguridad específicos y distintos entre sí.

¿Qué se puede hacer? De acuerdo con prácticas internacionales, básicamente hay tres escenarios. En la primera opción, el Ministerio de Turismo podría crear una unidad especializada para registrar y regular actividades de aventura de la misma forma en que se hace con establecimientos de alojamiento, alimentación, transporte turístico y, más recientemente, turismo comunitario. En Chile, por ejemplo, el Servicio Nacional de Turismo (Sernatur) registra a las operadoras de aventura en una categoría exclusiva, tras lo cual deben seguir una certificación especializada.

En el otro extremo estaría la autorregulación voluntaria del sector privado, que podría someterse individualmente a certificaciones internacionales de calidad o definir su regulación conjuntamente y presionar para que esta sea reconocida por el sector público. Un ejemplo es la Asociación Internacional de Touroperadores de la Antártica, cuyos miembros se unieron en 1991 para tener una ventaja competitiva y presionar a los gobiernos a que acepten las regulaciones autoimpuestas.

La tercera opción es conjunta, a través de alianzas público-privadas para la certificación de operadoras y guías de turismo, ya sea a través de empresas acreditadas para el efecto, o a través de una asociación que certifique a los establecimientos que cumplan estándares de calidad y que trabaje en conjunto con el gobierno para la regulación, mejora del marco legal, promoción prioritaria de los establecimientos certificados y la provisión de centros de salud, así como mecanismos de respuesta rápida en caso de emergencia.

Los accidentes que han sucedido en los últimos meses deberían fomentar la búsqueda de opciones para la gestión de las actividades de aventura en el país. En mi opinión estas soluciones requieren tomar responsabilidad conjunta sobre una actividad que así como nos beneficia, también nos puede afectar a cualquiera de nosotros.

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