Puente bajo el agua: ¿Hay que esperar más?

Por Paula Tagle
01 de Marzo de 2015

“Es la imagen de un país, no de una institución, y de una nación que apunta a incrementar el turismo”.

Julián Blake y su esposa han madrugado para tomar puntuales su vuelo a Baltra. Pronto estarán en el archipiélago que ha sido una obsesión desde que estudiaran a Charles Darwin. Han elegido una embarcación pequeña, quieren sentirse cerca del mar, oler la sal.

Olivia Green viajará en un tour organizado por una compañía conocida mundialmente, de barco grande. Con sus 80 años de edad debe ser cauta y prefiere contar con cuantas comodidades como fueran posibles. Joseph Holyday es un experimentado aventurero que navegará en un tour especializado en fotografía.

Todos estos personajes viajan en el mismo vuelo. Desde el aire las islas se muestran inhóspitas, pero los pasajeros saben que en esta aparente desolación habitan especies que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.

El aeropuerto de Baltra los impresiona por igual. Moderno, de techo alto, fresco a pesar del calor del ambiente. Personal del Parque y Consejo de Gobierno revisa sus papeles, de manera eficiente y profesional. La aventura tiene, pues, un buen comienzo. Luego de recoger su equipaje, son bienvenidos por guías uniformados, con letreros que identifican a sus respectivas compañías. El bus es el mismo para todos, a pesar de que Julián, Olivia y Joseph tomarán diferentes embarcaciones.

Desde el bus divisan el muelle de Baltra, en la bahía eólica, de un turquesa divino. Pero, un momento, ¡el muelle yace bajo el agua! Ingenuamente, Olivia pregunta a su guía: “Tuvieron algún tsunami recientemente?”. Julián y su esposa se preocupan por el embarque. Pero el bus se estaciona un poco más allá del muelle hundido, junto a otro que aparenta serlo: una plataforma de cemento sobre lava con varios escalones.

Olivia se asusta. No parece seguro, se ve resbaloso, sin pasamanos, además, decenas de personas intentan embarcarse al mismo tiempo que gavetas llenas de comida y maletas de todos los colores. Joseph se queja: “¿Cómo es posible que se trate así a un pasajero que ha viajado con tanta ilusión y de tan lejos?”.

Los guías intentan calmar a sus huéspedes, les explican que desafortunadamente es la única manera de tomar pangas para llegar a los barcos fondeados en la bahía, y los ayudan a subir a los diferentes botes. En el pánico de caerse, la viejita Olivia termina con la compañía equivocada. La esposa de Julián resbala en los escalones y aunque no cae al agua, se corta la rodilla, sangra. Joseph ha logrado embarcarse sin ningún contratiempo, pero una vez que llega al barco descubre que una de las mochilas con su equipo fotográfico ha desaparecido. Reina el pánico. El guía de Joseph toma un bote y va, barco por barco, preguntando si por equivocación la mochila no ha parado en otro lado. Y tiene suerte, aparece en una embarcación que estaba a punto de zarpar.

Ha sido una pesadilla para estos huéspedes, de diferentes orígenes y destinos. ¿Cuánto tiempo tiene el muelle hundido? Nada más y nada menos que desde octubre. No fue un tsunami, ni una erupción volcánica, simplemente se hundió, y así ha permanecido, como si fuera su destino vivir por siempre bajo el agua.

Ni Joseph ni Julián ni Olivia saben, ni tienen por qué saber, si es responsabilidad de las capitanías de puertos, o si del Ministerio de Turismo, o si del Parque Nacional o municipios. Es la imagen de un país, no de una institución, y de una nación que apunta a incrementar el turismo. Joseph, que ha recuperado su mochila, recuerda la propaganda que había escuchado sobre el Ecuador, y repite: “All you need is… un muelle”. (O)

nalutagle@yahoo.com

  Deja tu comentario