Naturaleza salvaje: Influencia de la luna

Por Paula Tagle
12 de Abril de 2015

“Después de varios minutos el mismo lobo estaba utilizando igual estrategia para capturar otro pequeño tiburón de aleta negra. Lo tenía acorralado en la arena...”.

León marino dando cacería a un tiburón en las islas Galápagos.

Cuando el perigeo de la Luna coincide con una marea viva de plenilunio o novilunio, ocurre la superluna, conocida también como perigeo-sicigia. Aquí los tres objetos cósmicos mas cercanos a nuestra realidad se alinean: Tierra, Sol y Luna, lo que se describe como sicigia. Y además la Luna, que rota de manera elíptica alrededor de la Tierra, está en su distancia más próxima al centro de su órbita, el perigeo.

Entonces la atracción del satélite es mayor que nunca, y las aguas sumergen costas que pocas veces se cubren de mar, y se retiran revelando invertebrados y rocas ajenos a la atmósfera.

Este año tuvimos una superluna, y no solamente que el litoral galapagueño lució distinto, pero sus criaturas parecían celebrar el efecto de la gravedad, mostrándose abundantes y prolijas (o tal vez mi imaginación me hizo interpretarlo de tal manera).

Bahía Urbina, al oeste de la isla Isabela, en la costa del volcán Alcedo, bullía de actividad marina. Pensé en una confabulación de la naturaleza, como si el mar reclamara los corales y rocas que antes del levantamiento geológico de 1954 yacían bajo sus aguas. Y cuando se retiró la marea, la playa negra se hizo intensamente extensa, y la bahía se llenó de pingüinos, piqueros, pelícanos, cardúmenes de ojones, tiburones pequeños, tiburones grandes y lobos.

Los piqueros se zambullían como suelen hacerlo cuando abunda el alimento, como kamikazes a velocidades de hasta cien kilómetros por hora, al unísono. Mientras los pelicanos, menos gráciles, intentaban imitarlos. Apenas un pelícano juvenil lograra hinchar su buche de varios litros de agua y pescado, cuatro pingüinos vinieron a asaltarlo. Lo rodeaban, lo picoteaban, lo aturdían haciéndolo girar sobre su propio eje; el pelícano, testarudo, nunca dejó escapar su presa, a pesar de que los pingüinos se empeñaron en el acoso por largos minutos.

Pero tal vez lo más extraordinario fue la cacería que un lobo macho, muy grande y fornido, diera a un par de tiburoncitos.

Una vez que el lobo eligiera a su presa, la fue acorralando entre su cuerpo y la playa, hasta que el tiburón salió por completo del agua para quedar varado en la arena. Allí lo mordió por la cola, lo sacudió ferozmente y lo llevó de vuelta al mar para golpearlo contra su superficie, una y otra vez, insistente, con fuerza. En un pequeño descuido, el tiburón, que parecía inerte a ese punto, intentó escapar, pero el lobo volvió a capturarlo para lanzarlo por los aires, y sacudirlo otra vez.

Las fragatas empezaron a llegar alborotadas, a ver si conseguían algún pedacito de carne. Entonces el lobo sacó al tiburón, al fin muerto, hasta la playa. A lo mejor no deseaba correr riesgos de que en el agua intentara escapársele otra vez, y allí se comió su cabeza, de un solo mordisco. Después de varios minutos el mismo lobo estaba utilizando igual estrategia para capturar otro pequeño tiburón de aleta negra. Lo tenía acorralado en la arena, y volvía a repetir los mismos pasos.

Mar viva, sicigia, perigeo, el cosmos ejerciendo su influencia, como desde el principio de los tiempos, en esta tierra hija de las estrellas. ¿Se volvieron locos los pingüinos, el lobo, los tiburones y pelícanos?, ¿o me volví loca yo? Prefiero creer que viví una manifestación de la gravedad lunar en aferes terrestres en un maravilloso día de superluna. (O)

nalutagle@yahoo.com

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