El mundo en el puente

16 de Noviembre de 2014
Texto y fotos: Víctor Álvarez

Para los ojos de un fotógrafo, el puente de Brooklyn (Nueva York) es un modelo elegante, expresivo y repleto de detalles.

En la ciudad de Nueva York te encuentras con famosos monumentos urbanos que lucen mejor cuando entregan su imagen desde la distancia, como la estatua de la Libertad o el edificio Empire State.

Es como si la lejanía ayudara a pintarles esa inmensidad visual que a los turistas extranjeros nos deja con un “¡te veo!” susurrando para nuestro interior. Pero existen también gigantes citadinos que parecería que prefieren mostrarse en la cercanía, que nos miran a los ojos y hasta parecen enredarnos entre sus formas y escenarios.

Así es el puente de Brooklyn. No es suficiente contemplarlo a lo lejos. Hay que caminar sus 1,8 kilómetros de extensión en un rito casi obligatorio para buena parte de los más de 50 millones de turistas que anualmente llegan para saborear la Gran Manzana.

No me pregunten cuánto tardé en realizar ese paseo entre la isla de Manhattan y el barrio de Brooklyn. Una, dos o tres horas. Los minutos parecen volar sobre ese universo de metal y cemento que reúne conversaciones en inglés, español, francés, portugués, alemán, árabe, chino, hindú y de otras lenguas que se escuchan de visitantes del mundo.

El tiempo corre sobre el East River (río Este), aunque también camina, trota, anda en patines y pedalea bicicleta en la humanidad de sus visitantes. Así lo observo mientras en repetidas ocasiones me detengo para tomar fotografías de este panorama de texturas y líneas que parecen brillar ante los ojos de un fotógrafo.

Aunque ese deslumbramiento también me provocó algún llamado de atención de ciclistas que casi me atropellan porque, entre foto y foto, no me daba cuenta de que invadía su carril exclusivo.

Retomo el buen camino sobre la plataforma superior del puente (en la inferior circulan los carros), recordando que tras su inauguración, en mayo de 1883 y tras trece años de construcción, los habitantes sentían que su estructura colgante no soportaría el peso de varias personas.

Aunque tal desconfianza quedó superada cuando el empresario circense P. T. Barnum desfiló por el puente junto con una manada de 21 elefantes.

Otros protagonistas, mucho más pequeños, que se asoman en la vida del puente son los miles de candados que los enamorados han dejado sellados entre los fierros como símbolo de su fortaleza sentimental.

Me acerco y una foto de ese detalle me conecta hacia esas historias. Es mi manera de adentrarme en toda esta inmensidad.

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