Mantarrayas en Galápagos: Fascinantes y sorprendentes

Por Paula Tagle
11 de Septiembre de 2016

“Móbulas, rayas águila y las hermosas rayas doradas que invaden la bahía academia en las noches de Puerto Ayora siguen despertando en mí una mágica fascinación”.

La mantarraya es la especie más grande de los cientos de rayas.

La tarde de agosto 3, en las cercanías del islote Daphne, avistamos aletas negras, nadando erráticas en un mar rojizo. Las aves también se aglomeran: pufinos, petreles y piqueros. ¡Estamos frente a un frenesí alimenticio! Daphne aparece rodeada de una gran mancha de plancton, que peces y pájaros aprovechaban ¿y las aletas?

¡Mantarrayas!, casi una docena, de hasta cinco metros de ancho. Alternan direcciones, a veces nadan muy juntas, o viajan al revés, con su blanca panza hacia la superficie; otras se entretienen en repetidas vueltas, como si quisieran morderse la cola, y nos deleitan con su negro dorsal, para pasar al blanco ventral y así sucesivamente, sin parar.

La mantarraya es la especie más grande de los cientos de rayas que habitan el planeta; posee aletas cefálicas (en la cabeza) que asemejan cachos, por lo que también se la conoce como “diabla”. Son peces cartilaginosos (esqueleto no óseo) como los tiburones y quimeras, incluidos en la clase de los condrictios.

Es la única que tiene la boca en la parte frontal y la única que filtra plantón (a excepción de la raya diablo). Es decir, son completamente inofensivas, a pesar del tamaño, de la extraña cabeza y del vestigio remanente de arpón en su cola, heredado de sus ancestros, pero sin veneno y en forma de espina caudal.

Nadar con mantarrayas es, pues, un gran privilegio. Mi padre siempre recordaba con admiración a mi amiga Cindy Manning, filmando un par de ellas que no se cansaban de revolotear junto al barco, en Caleta Bucanero, tal vez involucradas en algún tipo de cortejo. Una dulce experiencia, muy distinta a la que yo viví con rayas de aguijón.

Mi encuentro fue con la raya sartén; realmente, con tres de ellas. Yo hacia buceo de superficie alrededor de roca Tortuga, frente a la isla Española. Un bello lugar que lastimosamente hoy se encuentra cerrado para el turismo.

En el fondo arenoso descubro una gigantesca raya, oscura e inmóvil, perfecta para convertirse en la estrella de mi video. Me sumergí los pocos metros que me separaban de ella, apuntando mi cámara bajo el agua, cuando la majestuosa decide moverse, y por supuesto, yo de un solo aleteo ya estaba en la superficie.

Iba a continuar mi camino, cuando dos pequeñas rayas sartén me acorralaron. Nunca supe de dónde habían salido, tal vez habían estado allí todo el tiempo; se acercaban demasiado para mi gusto. Yo intentaba seguir nadando hacia la panga, pero las rayas no me dejaban en paz, dándome vueltas, tan próximas que en varias ocasiones tuve que usar la cámara para apartarlas. Considerando que la gran raya era una hembra (que son hasta tres veces más grandes que los machos), especulo que tal vez la hembra me había impregnado de sus feromonas y los dos pequeños machos se habían “enamorado” de mí, o simplemente estaban disgustados por mi presencia.

En todo caso, me asusté. Cuando podía sacar la cabeza del agua (que no quería perder de vista a las rayas alteradas), llamaba a mi compañero guía, en la panga; pero por mala suerte, justo esa mañana habíamos tenido una pequeña discusión, y él se hacía el desentendido. “¡Lucho!”, gritaba yo, y él me ignoraba. Finalmente vinieron a mi rescate.

Fue una experiencia extraña, y desde entonces he perdido simpatía por las rayas de aguijón. Sin embargo, mantarrayas, móbulas, rayas águila y las hermosas rayas doradas que invaden la bahía academia en las noches de Puerto Ayora siguen despertando en mí una mágica fascinación. (O)

nalutage@yahoo.com

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