Canoa reactivada

Este turístico poblado del norte de Manabí, del cantón San Vicente, le grita al mundo que tiene la mejor energía (y servicios) para recuperarse como destino.

Los mensajes se elevan rumbo al cielo: “Gracias, thanks, merci”, “Canoa se levanta”, “Si luchas, puedes perder; si no luchas estás perdido”, “Cada día es una segunda oportunidad… Aprovéchala”.

Después de haber cenado en el restaurante del hotel Bambú (lugar recomendado), en el extremo norte de Canoa, me detengo para leer los mensajes instalados en los coloridos tablones de un poste frente a ese local, justo al inicio del largo puente que ahora marca el paisaje de esa zona.

Los mensajes se levantan como oraciones. Evocan optimismo. Ese es el espíritu que me transmite después el presidente de la Asociación Hotelera de Canoa, José Luis Rodríguez (no es el Puma). “Todos en Canoa hablamos de reactivación, de levantarnos. Estamos muy agradecidos por toda la ayuda que llegó después del terremoto (del 16 de abril de 2016), y ahora ansiamos volver a la normalidad”.

Eso significa atraer nuevamente al grueso de viajeros que buscan sol y playa en el norte de Manabí. Canoa merece seguir siendo uno de los destinos engreídos por los turistas de la Sierra. Tanto así que su pequeño territorio sumaba unos 110 hoteles y zonas de campamento. Ahora, un año después del terremoto, tienen 19 hoteles y 6 zonas para acampar, como para alojar a unos mil huéspedes. “Hoy recibimos quizás el 30% de turistas que venían antes del terremoto”, dice Rodríguez, quien es dueño del hotel Wonderland, frente al mar, el cual sufrió daños mínimos en el sismo. “Pero vamos a recuperar el 100%”.

La gran galería

A pocos metros del Wonderland se levanta la rústica y agradable estructura del Cocoa Inn. Su propietario es Rodrigo Miranda, vicepresidente de la Asociación, quien ratifica ese mensaje: “Todo el Ecuador debe saber que el sol sigue brillando en Canoa. La playa está fantástica. La comida también”. Resalta también que el poblado se ha convertido en una galería de arte al aire libre, ya que un grupo de pintores extranjeros dejó a finales del mes anterior una veintena de murales en varios sectores del pueblo.

Miranda tiene uno justo en los paneles que ubica en las noches para cerrar su negocio. La imagen luce como un demonio flanqueado por dos colibríes. “Antes de terminarlo, el pintor me preguntó qué me parecía. Yo le dije que no me gustaba. Los demás murales lucían tiernos, y yo tenía un diablo. Entonces me contestó que siempre tendría la opción de cubrirlo con pintura”. Pero luego, ya terminado, esa obra se mostró como una de las mejores de Canoa. “Ahora me parece genial”.

Esta galería pública invita a las fotos de los visitantes. También ayuda a levantar el espíritu de los canoenses. Los artistas llegaron de Puerto Rico, México, Estados Unidos, República Dominicana, Perú y permanecieron durante una semana en Canoa. Los hoteleros dieron el hospedaje. El evento fue organizado por el Movimiento Zonoro Manabí y Hotel Canoa Beach, con el apoyo del Municipio de San Vicente.

Espacios con emoción

Me hospedo en el Cocoa Inn, cuya fachada de madera aloja agradables balcones con sillas colgantes y hamacas que invitan a disfrutar de charlas con alguien especial. El cercano Wonderland comparte su fachada con una piscina abrazada por jardines.

Ese es el tipo de hoteles que me encuentro mientras camino por el malecón. Es la noche del sábado anterior. Observo una buena llegada de turistas, sirviéndose platos de mariscos en los comedores y tomando cocteles y batidos en los rústicos quioscos sobre la playa. Uno de esos locales tiene encendida la música para motivar pasos de merengue, bachata y reggaetón sobre la arena. También distingo bares con un look más cosmopolita, como el Surf Shak. ¿Otro bar-restaurante recomendado? El del hostal Amalur, junto a la zona de parqueo de los buses.

Con la luz de la mañana siguiente también se notan necesidades. El muy visitado malecón necesita pavimento o, quizás, adoquines, ya que las lluvias de invierno provocan charcos sobre esa vía lastrada. Esa sería una obra que apreciarían los viajeros. Además requieren de agua potable (los hoteles usan cisternas) y alcantarillado.

Con el apoyo de arquitectos

Este fin de semana coincide con la presencia de 150 jóvenes del Taller Social Latinoamericano (TSL), evento bienal de carácter académico promovido por la Coordinadora Latinoamericana de Estudiantes de Arquitectura (CLEA), con la intención de explorar el servicio social de la arquitectura, con la participación de entidades públicas y privadas.

El encuentro, que se desarrolla en el llamado “nuevo colegio” de Canoa desde el 7 hasta el 17 de abril, escogió esta localidad para desarrollar seis proyectos urbano-arquitectónicos que resuelvan problemas reales. “Los alumnos consultan a la comunidad sus necesidades y, de acuerdo a ello, les presentan opciones que desarrollan y construyen en una semana”, explica la ecuatoriana Carolina Rodas, una de las coordinadoras. Este fin de semana están entregando las seis obras a este poblado, incluido un puesto de información turística por instalarse en el parque central, por disposición del Municipio de San Vicente. La Asociación Hotelera de Canoa se compromete a cuidar esta obra.

En la playa

La última vez que estuve en Canoa fue hace unos 7 años, para un feriado de carnaval que saturó los hoteles con multitudes que reventaban las noches bailando en los bares de la playa. El reciente feriado de carnaval no fue de esos, me dice Javier Patiño, propietario del hotel Rutamar. “Los turistas comenzaron a regresar en el feriado de noviembre, y mejoró en el carnaval; el turismo se recupera de a poco”.

Los pobladores ya sienten que todo mejora. La propietaria del quiosco Las Delicias del Pacífico, donde me sirvo un arroz con pescado frente al mar, me cuenta que le va “muy bien”. Ella vivió mucho tiempo en Estados Unidos y hace menos de un año escogió a Canoa como su residencia. “Aquí nos gustó (con su esposo). La playa, la gente, el ambiente”. Dice que no cambiaría a Canoa por ninguna otra ciudad del Ecuador o de Norteamérica. “El negocio va bien. Tenemos tranquilidad. Tenemos todo”.

La playa luce con buen número de bañistas. Un hombre alquila su caballo para paseos de 20 minutos a $ 5. ¿Qué tal va el negocio?, le pregunto. “Bieeeeen”, responde. “Hoy ta’ bueno. Nos hacemos unos 30 dolaritos”.

Los bañistas juegan con las olas. Los cocteles se sirven frente al mar. Uno de los quioscos lleva 24 horas sin dejar de tocar música de todo tipo.

“Aquí los atardeceres son fantásticos. Tiene que quedarse a verlos”, me dice Rodrigo Miranda. Lo veo y me sorprendo por la manera cómo el sol enciende el océano, para darle paso a la noche oscura.

Y pocas horas después también viene el amanecer, luminoso, y cargado con las promesas de horas futuras llenas de esperanza. (I)