La Roca Historia de un soldado

Por Paula Tagle
10 de Junio de 2012

“La Isla del Encantamiento, así la llaman, ¿cuál es el encantamiento?,  nunca lo supimos, será tal vez por los cactus o las iguanas, o por la cerveza verde”.

Baltra desde el aire no luce particularmente hermosa, especialmente para quienes asumen que Galápagos pueda parecerse a cualquier archipiélago
caribeño.

Es un pedazo de plataforma marina levantado sobre el nivel del mar, de 27 kilómetros cuadrados de extensión.

La Roca, o Beta, era el nombre con que la designaban los norteamericanos que durante la Segunda Guerra Mundial la usaron como base aérea.

Imagino entonces la gran decepción de los jóvenes enrolados a luchar en las filas de los aliados, al llegar a un lugar aislado en el mar, de colores monótonos y sin demasiada acción.

Los norteamericanos ocuparon la isla con la misión de proteger el Canal de Panamá y monitorear cualquier actividad de submarinos enemigos en el Pacífico Sur. Se trataba del escuadrón vigésimo noveno de bombardeo de la sexta Fuerza Aérea norteamericana.

Existen montones de historias sobre esos días. Esta es sobre la Navidad de 1943. Tengo una copia del menú, de los poemas, diplomas, dibujos y canciones que se regalaron a los hombres estacionados en la base para esas fechas.

Nos visitó la hija de un soldado asignado a Beta. La señora, de unos 70 años, llegaba con toda la ilusión de conocer La Roca, de la que tanto le había hablado su padre, el soldado Edward G. Hoover.

El menú navideño ofrecía varias delicias. La dama nos muestra un diploma, hecho de manera graciosa, en el que se confirma que “Edward G. Hoover sobrevivió un periodo de al menos tres soles sin la bendición de compañía femenina, sujeto a vicisitudes de naturaleza impredecible, en constante peligro ante la flora más amenazante, la peor de toda representada en los cactus Opuntia, en comunión cercana con los ermitaños de la isla, por tanto a Edward se lo nombraba miembro de la orden antigua y honoraria de los galapagueños de bigote de
chivo”.

Leemos también un poema: “La Isla del Encantamiento, así la llaman, ¿cuál es el encantamiento?,  nunca lo supimos, será tal vez por los cactus o las iguanas, o por la cerveza verde. No, el día del encantamiento vendrá pronto, cuando devolvamos este lugar de nuevo a los chivos, digamos adiós a esta isla de sol, y embarquemos en los botes que nos lleven de regreso al hogar. Pero la Navidad ha llegado a La Roca, chicos, y eso es igual en cualquier lugar del mundo. El próximo año ya estarán en sus hogares, sin embargo, hoy les extendemos nuestras felicidades y un pavo de Navidad”.

Los hombres del Ness Hall 2 escriben: “Hay una tierra de rocas escabrosas, volcanes retirados y los más extraños animales: las Islas Galápagos.  Nadan en el Pacífico azul, suficientes millas alejadas de la costa de América del sur para hacerte sentir solo en la noche, temeroso de los tiburones cuando piensas en nadar de regreso y enojado con aquellos que escribieron libros sobre islas paradisiacas tropicales. Pero es día de Navidad en 1943 y los que estamos lejos de casa nos sentamos para la cena.

Naturalmente, nuestros pensamientos viajan a felices momentos en el pasado, y también al tipo de navidades que otras personas han celebrado en estas mismas islas. Lo más temprano que conocemos fue en el siglo XVI, cuando fueron por primera vez reportadas por los españoles. A lo mejor ellos no se molestaron en pasar aquí unas navidades”.

No fue hasta que Charles Darwin, renombrado científico, publicara su controversial libro Origen de las especies que Galápagos atrajo mayor interés y atención. Después llegaron los noruegos, la famosa baronesa con sus dos amantes.

nalutagle@yahoo.com

 

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