Pasos del inca

21 de Diciembre de 2014

Dos miembros del Club de Exploradores del Ecuador nos narran su experiencia excursionista al cruzar de la sierra a la costa, a pie y en mula, en un solo día.

En Guayaquil existe un grupo de personas que combinan sus actividades profesionales y empresariales con expediciones al aire libre hacia sitios poco visitados, como la Cueva de los Tayos (Zamora Chinchipe), la Pirámide de Llanganati (Tungurahua) y los Paredones de Molleturo (Azuay).

En agosto anterior, estos excursionistas viajaron para acampar en Paredones de Molleturo, ruinas prehispánicas que por ubicarse en lo alto de las montañas permiten divisar a la distancia el litoral de la provincia de El Oro. Fue entonces cuando debido a comentarios de un guía local les surgió la idea de realizar a pie el tramo del ancestral camino inca que, desde allí, baja por la cordillera hacia la costa.

“Saúl Gutama nos dijo que había una ruta directa desde estas ruinas hasta el sector de Naranjal (Guayas), la cual cubría en seis horas a pie cuando era más joven, atravesando montañas, ríos y selva. Le preguntamos si estaba dispuesto a realizar dicha ruta y accedió, no sin antes advertirnos que eso él lo hacía cuando era un muchacho y que no sabía cómo estaba el camino hoy”, indica Winston Rumbea, miembro del Club de Exploradores del Ecuador.

Los excursionistas asumieron que la caminata les tomaría unas seis u ocho horas, así que quisieron aprovechar el día al máximo. Partieron a las 05:00 desde Guayaquil en una van hasta el caserío Pan de Azúcar (2.220 msnm, Azuay), cuyos habitantes fueron muy amables y sorprendidos de que el viejo camino hacia la costa fuera utilizado nuevamente, aunque la gente de la zona aún lo emplea por sectores.

Después de avanzar un tramo en una camioneta todoterreno, los seis miembros del Club quedaron listos para emprender la caminata.

La ruta los llevó cuesta abajo hasta una zona cubierta por una espesa neblina que los condujo hacia el ascenso a una montaña. “Luego bajamos nuevamente y así sucesivamente. Al estar uno en lo alto de estas montañas alcanzas a ver la dirección en donde está ubicado Naranjal. Daba la impresión como si el camino hubiese sido trazado en línea recta”, señala Rumbea.

Siempre hay riesgos

Tras seis horas de caminata estaban agotados, pero aún faltaba mucho por cubrir. Mario Cozzarelli, también miembro de la expedición, agrega: “Nos salvamos al habernos topado con gente que nos consiguió seis mulas o si no simplemente no llegábamos a Naranjal el mismo día, y no teníamos ni carpas ni nada para pasar la noche en la montaña”.

A lomo de mula cruzaron el verde y hermoso semitrópico durante cuatro horas más, “atravesando caminos difíciles gracias a la nobleza y fuerza de esos animales”, dice Cozzarelli, quien sufrió un percance.  “Durante el camino me caí de una mula que patinó en la bajada de lodo, porque no tenía montura ni nada con que sostenerme”.

El dolor fue fuerte y pensó que tenía fractura de hombro y costillas, pero afortunadamente no fue así, según lo confirmó un doctor horas después. Solo fue un dolor que lo acompañó mientras la oscuridad nocturna los observaba cruzando ríos, bosques y colinas que las mulas atravesaban con fuerza y habilidad.  A las 20:00 llegaron al punto donde un vehículo los recogería, a unos 15 minutos de Naranjal.

Winston Rumbea se siente satisfecho al recordar esa aventura, en la que la selva los recibió con “los ruidos de aves que se escuchaban a lo lejos, con toda una fauna y flora excepcional”, señala. “Contentos y un poco adoloridos, terminamos esta exploración, pero debo recomendar que si alguien desea hacer algo similar debe planificar bien: lean sobre el lugar y sus peligros, lleven suficiente agua, vayan con la ropa necesaria según el clima y contáctense siempre con un guía”.

Rumbea concluye recalcando: “Y recordemos siempre que la seguridad de los excursionistas siempre debe ser lo principal”. (M.P.)

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