La ballena y su ballenato: Aparición sorpresiva

Por Paula Tagle
04 de Diciembre de 2016

“En minutos la proa del barco se pobló de gente, con cámaras, binoculares y, sobre todo, con muchas ganas de disfrutar de este inesperado encuentro con un gigante de los mares”.

Es domingo 6 de noviembre, hora de siesta. La sagrada siesta a la que se abandonan tripulantes (los que no están de guardia) y pasajeros.

La mañana en Bahía Gardner (norte de la isla Española) ha sido bastante intensa. Muchos han buceado con lobos marinos y peces de colores. Otros aprendieron a hacer snorkeling por primera vez, en playa cristalina de arena blanca y agua turquesa. Varios exploraron el acantilado en kayak. Para que los huéspedes pudieran disfrutar de estas actividades, un callado ejército de tripulantes trabajaba atento proveyendo toallas, manejando pangas, enjuagando equipos de buceo y preparando el banquete con que se culminará la mañana.

Por tanto, la siesta era una necesidad. El barco navegaba en silencio hasta Punta Suárez (costa oeste de Española), con capitán y oficiales al mando, mientras la mayoría de sus habitantes estaba sumida en el ensueño.

Entonces un avistamiento despertó del letargo a todos por igual. Se divisaba ballena a babor, con ballenato. Estábamos dos millas al noroeste de Punta Suárez. En minutos la proa del barco se pobló de gente, con cámaras, binoculares y, sobre todo, con muchas ganas de disfrutar de este inesperado encuentro con un gigante de los mares.

Frenéticamente sonaban los disparos de los fotógrafos, se disputaban los mejores puestos al pie de las barandas. No sabíamos cuánto tiempo duraría el encuentro. Normalmente son breves. La ballena respira de cuatro a cinco veces, para sumergirse por hasta veinte minutos, pudiendo aparecer en cualquier lugar del océano.

Y en efecto, la jorobada sopló varias veces antes de mostrar su magnífica cola, casi blanca en su totalidad, y perderse en el azul, junto con el ballenato que la imitaba con gracia. Pero permaneció bajo el agua cinco minutos apenas, para luego ni siquiera volver a sumergirse. Hubo un momento en que me asustó la idea de que estuviera muerta. Flotaba muy cerca del barco, junto al ballenato que se mantenía sobre todo perpendicular a la madre. Asumo que lo estaba amamantando. La jorobada simulaba un gigantesco madero a la deriva, mientras, seguramente, su pequeño tomaba bocanadas de leche eyectadas con fuerza en el mar. No puedo decir que ninguno de nosotros viera el proceso, pero es nuestra conjetura, luego de una hora en compañía de ambas criaturas por completo ajenas a nuestra presencia. A ratos el ballenato se acercaba a rozar la cabeza de la madre, como jugueteando, y en dos ocasiones hizo un ascenso vertical para revisar el entorno, algo que en inglés se conoce como spy hoping.

Durante el invierno antártico las jorobadas migran a zonas ecuatoriales para parir. Los dibujos de la parte inferior de la cola sirven para reconocer individuos, y muchas fotos se tomaron en esa tarde de domingo. Normalmente, las jorobadas del sur tienen más blanco en la cola que las jorobadas del norte, en la que prima el negro.

Si bien no sabemos si la madre efectivamente amamantaba a la cría, no tenemos la mínima duda de que se trataba de una jorobada. Son las ballenas con las aletas pectorales más grandes, tanto que parecen alas, de allí su género Megáptero (alas gigantescas). Nuestra amiga medía hasta catorce metros de largo, y mostraba una distintiva mancha blanca al lado izquierdo de su aleta dorsal.

Fue un placentero encuentro, inesperado y dulce, como nacido del sosiego de una siesta en domingo. (O)

nalutagle@live.com

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