De Cerro Blanco a Puerto López: Tres días en dos ruedas

05 de Abril de 2015
Ronald Game, especial para La Revista | Fotos: Eduardo Jaime

El presidente del club Ciclistas sin Fronteras narra una aventura que repetirán en las próximas semanas para resaltar la importancia de la conservación de los espléndidos paisajes de la cordillera Chongón Colonche.

A menudo me preguntan cuál ha sido la mayor aventura ciclística que hemos cumplido dentro del país. Hay varias, pero con especial interés recuerdo la I  Ciclotravesía entre el Bosque Protector Cerro Blanco y el Parque Nacional Machalilla.  

La realizamos desde el día viernes 23 al  domingo 25 de mayo del año anterior para difundir los esfuerzos por la conservación del patrimonio natural de la zona y el establecimiento de un corredor biológico para la conservación de la cordillera Chongón-Colonche.

Asimismo, quisimos rendir un homenaje al recordado conservacionista Eduardo Aspiazu Estrada y los ecologistas estadounidenses Theodore Ted Parker (ornitólogo) y Alwyn Gentry (botánico),  accidentados en una avioneta hace 20 años justamente en la zona de la cordillera, sector de Loma Alta, mientras realizaban una labor de reconocimiento.

La travesía tuvo el auspicio de las  fundaciones The Nature Conservancy (TNC) y Pro-Bosque, que administra Cerro Blanco, y fue organizada por Ciclistas Sin Fronteras con la coordinación del ecologista Pier Maquilón Lípari.

Participaron 22 ciclistas con un equipo de apoyo logístico de cuatro personas en dos vehículos (camioneta y furgoneta), que con gran destreza de los conductores pudieron seguir a los deportistas por casi todo el trayecto.

Con los dioses huancavilcas

El primer día no fue el más difícil, pero sí cubrimos la mayor distancia. Se inició en el Bosque Protector Cerro Blanco, a la altura del kilómetro 16,5  de la vía a la costa. Luego, continuamos por la ciclovía por unos 8 kilómetros, pasando por el interior de Parque El Lago, después del peaje, para tomar un camino lastrado hacia la comuna Limoncito, en el cual experimentamos ascensos y descensos medianamente pronunciados.  

Estábamos en el denominado Camino de los Dioses Huancavilcas, llamado así porque atraviesa poblaciones y paisajes de ruralidad muy profunda, en donde se han encontrado monolitos tallados en tiempos de la cultura Manteño-Huancavilca (600-1532).

Solo desde Limoncito hasta la comuna Juntas del Pacífico la vía es asfaltada, y después el camino se vuelve de tierra, más áspero y dificultoso de transitar.

Hasta el recinto Julio Moreno habíamos cubierto la mitad del camino programado para ese primer día. A partir de ese punto, la ruta se tornó más difícil, con cuestas mucho más pronunciadas y algo de pozas de agua y lodo.

Pasando Ceibitos, el sendero se vuelve algo plano y más fácil de transitar; sin embargo, pasando Corozo vinieron una serie de ascensos que parecían interminables, hasta llegar a la represa de San Vicente, donde, a eso de las 18:00, exhaustos todos, y algunos con calambres en sus piernas, cumplimos con la primera parte del recorrido.

Habíamos pedaleado por más de seis horas para cubrir en bicicleta  97 kilómetros. ¡Una distancia nada despreciable para un ciclista de montaña! Los vehículos de apoyo nos llevaron a Ayangue a pernoctar.

Muchas cuestas

Al día siguiente, los carros nos devolvieron a la represa San Vicente para iniciar la segunda etapa, la cual tenía a su vez dos subetapas. Primero, el pedaleo hasta Loma Alta, donde debíamos estar aproximadamente a las 10:00 de la mañana pues los comuneros habían organizado un homenaje a los conservacionistas accidentados justamente en esa zona hace 20 años.

El pedaleo hasta Loma Alta no fue tan difícil, aunque para llegar a esa población tuvimos que trepar por algunas “lomas altas”,  pero nada comparable a las que vendrían después. Después de Loma Alta,  y ya pasado el mediodía, continuamos hasta los recintos La Unión y La Ponga.

En ese sitio, el invierno había cambiado un poco el aspecto de los caminos, y nos perdimos un par de veces, a pesar de que teníamos GPS, por lo que debimos regresar varios tramos de senderos ya recorridos, y empezamos a cansarnos.

En función del tiempo y de la certeza de la ruta, decidimos efectuar un rodeo, mucho más largo, pero de caminos más transitables y conocidos.  Así, salimos a la carretera a la altura de Libertador Bolívar, en la Ruta del Spondylus, y pedaleamos hasta Manglaralto en esa hermosa vía junto a la playa, lo cual nos permitió conectarnos a un paisaje costero que nos hablaba con el susurrante canto de las olas.

En Manglaralto tomamos un camino secundario hasta Sitio Nuevo, para continuar hasta Pajiza. La vegetación se había vuelto cada vez más exuberante y los caminos cerrados y algo angostos. Los carros de apoyo ya no podían continuar acompañándonos, siendo el único tramo en que no lo hicieron.  

Eran las 16:30 y nos faltaban menos de 8 kilómetros para cumplir la etapa.  El camino se había vuelto más difícil desde Sitio Nuevo, pero casi nadie, quizás solo algún conocedor del grupo, se imaginaba lo que depararía el “pequeño” tramo desde Pajiza a San Vicente de Loja, que los más expertos aspiraban hacerlo en no más de media hora.

Ocurrió que ni bien los ciclistas habían salido de Pajiza empezó el lodo en el camino, que virtualmente imposibilitaba pedalear. Pero además del lodo, las largas e interminables cuestas, que no había como recorrerlas, sino a pie con bicicleta al hombro. Eso fue una verdadera prueba de esfuerzo para los participantes, que terminaron cubiertos de lodo, y con las bicicletas llenas de barro en sus engranajes más recónditos.

Cubrimos ese breve espacio de la ruta en dos horas, llegando a la última cima casi a las 18:30, en que se descendieron los últimos 2 kilómetros, ya en bicicleta, al poblado de San Vicente de Loja. En esa segunda jornada habíamos cubierto, con desvíos y pérdidas de ruta incluidos, unos 73 kilómetros.

Hacia la meta final

Pernoctamos las dos noches de la travesía en el hostal Sun Beach de Ayangue, un sitio confortable en el que se facilitó la lavada de las bicicletas y su mantenimiento.

Desde aquí nos trasladamos en los vehículos de apoyo hasta los alrededores de la comuna Río Blanco del Sur, desde donde empezamos a pedalear esta última jornada.

Si las cuestas de los dos días anteriores lucían duras para algunos, todavía debíamos enfrentar a las peores.

Pasando San Francisco empezó un tramo de 5 kilómetros de cruce por los cauces rocosos del río Ayampe, que serpentea en forma longitudinal por ese sector. Luego de ese tramo, la mayoría de las bicicletas empezaron a traquetear por efectos del agua y la pérdida de lubricación, excepto las de aro 27,5 y 29,  que probaron su mayor eficiencia a lo largo del viaje.

Pasando por el recinto Matapalo hubo la oportunidad de cruzar por un extenso y angosto puente colgante de más de 300 metros, con una vista panorámica impresionante.  Luego del cruce de los cauces de río, nos dirigimos a Guale, donde nos tocó “escalar” por las más acentuadas pendientes.

La furgoneta de apoyo nos siguió por esas laderas cual oruga, pero a ratos resbalaba y retrocedía con riesgo de caer al abismo.  

Llegamos finalmente a la comuna Guale, donde descansamos más de media hora,  para luego continuar por los recintos El Triunfo, Río Blanco del Norte y Pital, donde siguieron otras cuestas ya menos acentuadas, pero no menos esforzadas para nuestras piernas.

La larga travesía ya empezaba a cobrarnos factura. Pasando El Pital, los últimos kilómetros fueron solamente de vertiginosos descensos hasta llegar a nuestro destino: Puerto López. En esas bajadas uno de los ciclistas se accidentó, pero no de gravedad, recordándonos al final el cuidado que debemos tener en esos caminos silvestres.

Finalmente, hicimos nuestra entrada triunfal a ese poblado manabita tras haber pedaleado por más de 250 kilómetros por una buena causa,  realizando nuestro deporte favorito.  Fue una travesía inolvidable, que volveremos a repetir en mayo o junio,  y cuya descripción está a disposición de los ciclistas que quieran realizarla. (I)

 

En bici por la vía costera... con precaución

Por: María Cristina Romo-Leroux

Pedalear con un grupo de amigos siempre viene bien. Ese es mi lema, no importa cuál es el destino, para mí importan la buena onda, la bici  y el grupo. Esta historia data del 7 de abril del 2012 cuando un fin de semana mi estimado amigo Ronald Game nos invita a su casa de Ballenita y propone llevar las bicis. Partimos aproximadamente a las ocho de la mañana desde Ballenita. Nuestro grupo estaba conformado por tres mujeres y dos hombres.

Nunca me había percatado de la cantidad de poblaciones que quedan entre un punto y otro, pero por suerte están allí ya que nos servían de punto de acopio  (reagrupamiento) y de abastecimiento. Nos acompañaba un sol canicular que ponía a hervir el pavimento y este a nosotros, lo que hacía que nos deshidratáramos rápidamente. A mi parecer fue uno de los mayores desafíos, además de los cientos de elevaciones en la ruta, que cambian drásticamente los niveles de velocidad: en subida iba a 7 kilómetros por hora, pero en las bajadas lograba bordear los 50 km/h. Pero el paisaje me hacía olvidar el cansancio, el dolor del cuerpo y la deshidratación. Observaba divinas playas sobre mi lado izquierdo, mientras sentía la brisa marina que me refrescaba el rostro, aunque a veces luchaba contra ella.

Fuimos dejando atrás sitios como Capaes, Punta Barandúa, Punta Centinela, Punta Blanca y Punta 7 hasta llegar a San Pablo con un recorrido de unos 18 km. A esta altura el sol me mataba y me preguntaba: ¿por qué no disfruto de la playa y abandono el trip? Inmediatamente regresaba mi espíritu luchador y el alma de Rocky Balboa se apoderaba de mí. Así que tenía que llegar. Para ello, llegué a amar cada sitio en que nos detuvimos para guarecernos del sol, estirarnos un poco y tomar impulso para continuar.

Mientras avanzábamos, me llamó mucho la atención que los autos pasaban a mi lado a alta velocidad y, en ocasiones, muy cerca. Eso me asustaba y me obligaba a ser mucho más cautelosa, sobre todo cuando había lodo en la vía. Los conductores deberían tener mayor consideración con sus hermanos menores, es decir, los ciclistas que compartimos la carretera. Así fuimos avanzando a Ayangue, Monteverde, Cadeate y Manglaralto, haciendo paradas estratégicas hasta llegar a Montañita. Grité de la emoción cuando vi el letrero y la calle principal. Fueron 59 km a puro pedal en cinco horas con paradas obligadas para hidratación y descanso. Pero también de una experiencia inolvidable.

Contacto: Ronald Game, 099-700-9822,

rgame@ecuaenlace.com

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