A propósito de Jorge: Taxidermia y conservación

31 de Marzo de 2013

Jorge volverá embalsamado, ahora con la esperanza de que tal vez, en algún lugar remoto de Wolf, todavía existen tortugas de su misma especie.

Museos e institutos del mundo entero guardan colecciones de especies embalsamadas. Son inventarios exhaustivos de lo que tenemos, y lastimosamente también, de lo que tuvimos, ya que muchas de esas criaturas no existen más. Darwin y sobre todo, el capitán Fitzroy, llevaron a Inglaterra una muestra completa de pinzones y cucuves que descansa en el museo de Historia Natural de Londres.

La última de las tortugas encontradas en Fernandina, el equivalente a Jorge para la isla más occidental de Galápagos, fue capturada en 1905 y embalsamada para formar parte de la Academia de Ciencias de California. Si bien es importante contar con un inventario taxidérmico por bien de la ciencia, matar y conservar son conceptos completamente antagónicos, y el segundo no justifica al primero. En Galápagos solo se permite si es muy necesario, y no con especies en peligro.

Pero el caso de Jorge es diferente. Murió de forma natural y al ser el último representante de la isla Pinta, el Servicio Parque Nacional Galápagos decidió embalsamarlo para que sea un símbolo de lo que no debería ocurrir: la extinción de una especie en nuestras propias narices.

El 11 de marzo, el cuerpo de Jorge viajó hasta el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. El periplo tardó 18 horas, para lo cual iba preparado en caja de madera, fibra de vidrio y material aislante, que mantendría la temperatura necesaria de 50 grados centígrados en que se lo había conservado hasta entonces. El proceso de embalsamamiento tomará hasta nueve meses, luego de los cuales va a retornar a las islas para ser exhibido en las mismas instalaciones del Parque donde transcurrieran sus últimos cuarenta años de vida.

¿Será que con Jorge murió la esperanza de rescatar Chelonoidis abingdoni? Un artículo publicado en noviembre del 2012 en Biological Conservation infunde optimismo; puede ser que aun existan representantes de esta especie y no precisamente en Pinta.

En un estudio del 2008 se encontraron en Volcán Wolf, isla Isabela, 17 individuos (de una muestra de 1.667 tortugas) con información genética muy similar a la de Jorge.

Se comparó su ADN con otro de referencia, basado en especímenes fósiles y del mismo Jorge. Cuatro de los mismos tienen una proporción significante de ancestros de Pinta, tratándose tal vez de una primera generación de híbridos. Algunos tienen menos de 25 años de edad, lo que sugeriría que uno de sus padres, un “pura sangre” de Pinta se podría encontrar todavía vivo en la isla. ¡Hay esperanzas!

Es cuestión de ir a Volcán Wolf y empezar la búsqueda. Si se encuentran “pura sangres” qué mejor, pero incluso con los híbridos se podría iniciar un programa piloto para repatriar tortugas a Pinta, que en este momento no cuenta con el herbívoro necesario para restaurar su equilibrio.

¿Por qué estos híbridos habitan la costa oeste de Volcán Wolf? Si se hubieran dispersado de manera natural deberían hallarse en la costa Este, cerca a la isla Pinta y más en relación a la dirección en que corren las corrientes marinas. La hipótesis potencial es que los balleneros, en sus avatares por aguas galapagueñas, ocasionaron una mezcolanza de especies.

Por cada isla que pasaban se aprovisionaban de tortugas para contar con comida fresca en sus largos viajes. De necesitar espacio en las bodegas, arrojaban tortugas por la borda. Y justamente Bahía Banks, al oeste de Volcán Wolf, era un sitio popular de anclaje. Esto lo describe, por ejemplo, el capitán Porter, en la bitácora del USS Essex, que navegó nuestro archipiélago en 1812.

nalutagle@yahoo.com

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