Traumas de la infancia

18 de Enero de 2015
Sheyla Mosquera

Las experiencias perturbadoras que ocurren en la niñez tienen impactos de por vida. Los padres deben prestar atención.

Conflictos familiares y violencia doméstica, enfermedades graves, quemaduras, secuestros, abuso sexual, robos, huracanes, mordeduras de animales, accidentes, abuso físico o emocional, muerte de algún ser querido son, entre otras, algunas de las causas más comunes de un trauma infantil.

Según la psicóloga clínica Evelyn Brachetti, un trauma es una experiencia emocional extremadamente perturbadora, que puede causar o agravar un trastorno mental. Cuando un niño pasa por un evento violento o una amenaza de vida, puede tener memorias que se repiten una y otra vez, afectando la calidad de vida.

“En estas personas el miedo ‘normal’ que tenemos todos ante un evento traumático aparece exagerado o distorsionado, al percibir estímulos amenazantes y responder a ellos en forma irracional, activado por memorias del miedo traumático que se activan una y otra vez. Un niño expuesto a un evento traumático debería recibir apoyo terapéutico inmediato, porque el trauma se afianza más cuando no se recibe la ayuda a tiempo”.

Por eso es necesario, dice, que los padres o adultos aprendan a reconocer cuando los hijos han sufrido algún trauma. Los niños presentan cambios en la conducta (irritabilidad), alteración del apetito o el sueño, miedos y temores irracionales, resistencia a quedarse en un sitio o con una persona determinada, bajo rendimiento, agresividad.

Los causales de traumas muchas veces son situaciones o eventos inevitables. No toda persona expuesta a un evento que amenaza su vida desarrolla un síndrome postraumático. Hay diferencias individuales en el efecto y las secuelas que deja. Podría haber un componente genético asociado con la sensibilidad al estrés que hace que la situación perdure y deje secuelas.

El Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos menciona que el trauma infantil es un evento emocionalmente doloroso o angustiante que experimenta un niño, y que a menudo resulta en efectos duraderos mentales y físicos.

Según los resultados de una investigación publicada en enero del 2013 en la revista Translational Psychiatry, un equipo de investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) en Suiza, dirigido por la profesora Carmen Sandi, miembro de los Centros Nacionales Synapsy, demostró por primera vez una correlación entre el trauma psicológico y cambios concretos en el cerebro, a su vez vinculados con el comportamiento agresivo. En otras palabras, las heridas psicológicas sufridas en la infancia dejan una huella biológica duradera, que persiste en el cerebro adulto.

Situaciones estresantes

Los traumas, dice Brachetti, afectan de forma significativa la capacidad para manejar situaciones estresantes, para adaptarse a cambios y al estado de ánimo. La situación, menciona, puede marcar una amenaza abrumadora a las creencias que se tiene sobre seguridad en el mundo, a la certeza, predicabilidad, orden y control de situaciones, convirtiendo al mundo en un lugar peligroso para vivir.

Según la psicóloga clínica Linda Coronel, como la adolescencia es un periodo de transición de la infancia a la adultez trae como consecuencia muchos cambios físicos, psíquicos, sociales y afectivos, en los que se da la búsqueda de la identidad personal, pues todo estos cambios producen en los adolescentes confusión, contradicción y temor. Y si a ello se suman los traumas que arrastra desde la infancia, como son el resultado de la violencia intrafamiliar, vivencias humillantes, violación, castigos fuertes, inadecuados, abandono, eventos desagradables, separación de sus padres, entre otros, se tendrá un adolescente muy complicado e infeliz presentando problemas emocionales y conductuales considerados anormales.

Estos son, agrega, trastornos de la afectividad, son indiferentes, desamorados, inseguros, se ven en ellos patrones de conducta desagradables, son agresivos, crueles, aburridos y en ocasiones depresivos. Además, muchas veces son tímidos, acomplejados, suelen ser irresponsables, se sienten incomprendidos, tienen dificultades en conciliar el sueño, son temerosos, y en casos graves pueden caer fácilmente en el alcoholismo y en la adicción a las drogas.

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Mecanismo de defensa

Según Coronel, todas estas manifestaciones en los adolescentes producto de algún trauma infantil no son otra cosa que un mecanismo de defensa para evitar sufrir nuevamente experiencias dolorosas experimentadas en su niñez. Todos estos conflictos sin resolver acuden una y otra vez a su memoria, negándoles la oportunidad de desarrollarse normalmente y disfrutar de su entorno. Por lo que se aconseja a los padres o representantes estar muy alerta a cualquiera de estas manifestaciones, para que a su vez los apoyen y busquen la ayuda especializada que el caso requiere.

Es muy importante, menciona, que mientras más pronto se detecten las anomalías, inmediatamente se busque la solución para evitar de esta manera que dicha sintomatología destruya su vida. El paso del tiempo no soluciona el trauma, sino que más bien este se manifiesta con las características propias de la evolución del individuo. Por ello se encuentra que ya en la adultez toman un giro mayor, como agresiones en el ámbito familiar de grandes proporciones, piromanía (por la quema de los hogares), pedofilia (atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes), femicidio (asesinato de una mujer por su condición de género), psicópatas (trastorno antisocial de la personalidad), entre otros.

Terapias aplicadas

Para el psicólogo clínico Óscar Nieto, los traumas se establecen precisamente en la infancia e incluso antes del nacimiento, en el cual también se pueden observar situaciones traumáticas. Por ejemplo, el psicoterapeuta alemán Bert Hellinger describe la separación temprana de los hijos antes de los 14 años, de uno de sus progenitores, como un “movimiento de amor interrumpido”. La capacidad del hijo de ir al encuentro del amor cuando crezca ha sido bloqueada.

La forma de abordar estos traumas, dice Nieto, pasa por la psicoterapia con sus diferentes corrientes, el psicoanálisis, e incluso la farmacología psiquiátrica. “En la actualidad hay tres espacios que se han desarrollado durante las últimas tres décadas en quienes estos eventos traumáticos han dejado huellas en el inconsciente: las Constelaciones Familiares, de Bert Hellinger; el Abrazo Terapéutico, de Jirina Precop; y la Biodescodificación, desarrollada por varios autores como Corbera, Bouvier y Flèche”.

Todas desde distintos movimientos ofrecen recuperación, equilibrio y salud espiritual, emocional y física a partir de un ejercicio de “renacimiento”, de hacer consciente aquello que estaba inconsciente y que se expresa en el dolor emocional y en la enfermedad física.

“El reconocer lo que es, el ubicarse en el árbol genealógico, y mirar la historia y las posibles raíces de los traumas generan un movimiento liberador, sanador, que permite al adulto obtener permiso para vivir con felicidad, amar y tomar su camino hacia delante, hacia su propio destino, sin culpas, sin repetir con una lealtad ciega e inconsciente el dolor o las enfermedades de sus ancestros”, asegura. (F)

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