Terapia empática: el psicodrama

12 de Marzo de 2017
Dayse Villegas

‘No me lo cuentes, ¡muéstrame!’, es una de las frases clave de esta psicoterapia.

En 1914, Sigmund Freud dio una charla sobre el análisis de los sueños en la escuela de Medicina de la Universidad de Viena. Al finalizar, preguntó a los oyentes en qué estaban trabajando. Entre ellos estaba Jacob Levy Moreno, un estudiante descendiente de judíos sefardíes nacido en Bucarest, quien por entonces ya estaba interesado en el potencial de formar grupos para hacer terapia.

“¿Qué está haciendo usted?”, preguntó Freud, según relata Jonathan Moreno, hijo de Jacob Levy. “Mi padre contestó: Profesor, yo empiezo donde usted se quedó. Usted analiza los sueños de las personas, y así las desilusiona. Yo les enseño a volver a soñar”.

Jonathan Moreno extrae esa cita de las memorias de su madre, la psicoterapeuta holandesa–americana Zerka Toeman, cofundadora y mayor defensora del psicodrama. Ella y J. L. Moreno emigraron a Estados Unidos, donde dieron a conocer su naciente terapia a la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, “como una respuesta al psicoanálisis”, dijo Jonathan en una entrevista del 2014 para la estación de radio norteamericana WHYY-FM.

“La idea del psicodrama es poner en acción, dramatizar, externalizar los sentimientos que tenemos encerrados. Contrario a Freud, mi padre pensaba que los seres humanos son básicamente buenos, que el amor platónico no solamente es posible, sino que es común, y que la espontaneidad y la creatividad son los dos más grandes principios del ser humano; incluso decía que Dios es espontaneidad, y por eso entrenaba a la gente a ser más espontánea, como hacen los actores en los juegos teatrales”.

Para J. L. Moreno, sea uno creyente o no, la cosa más espontánea y creativa que ha sucedido es la creación del universo, compartió Jonathan durante la entrevista, “y decía que esa es la parte de nosotros semejante a Dios; el problema es que crecemos, y las fuerzas de la sociedad y las dificultades nos hacen ser menos espontáneos y creativos”.

Invocando a Shakespeare

J. L. Moreno (1889–1974) también solía llamar a su método la ‘psiquiatría shakespeariana’, y creía que tenía el poder de construir entendimiento y empatía, sea para un cónyuge problemático o para un mendigo de la calle. “Póngase en el lugar de la víctima de la injusticia y comparta su sufrimiento”, era la primera regla. “Revierta los roles”. Y creía que esto podía hacerse incluso entre líderes de naciones en conflicto.

J. L. Moreno y Zerka Toeman establecieron el Instituto del Psicodrama en Beacon, Nueva York, donde encontró refugio un grupo de pacientes cuyos casos iban de la adicción a la esquizofrenia. A diferencia de otros hospitales psiquiátricos, en este había un gran escenario, donde los pacientes debían actuar sus conflictos, más que hablarlos.

Además, los Moreno vieron el nacimiento de Jonathan, en 1952, como una oportunidad de crear la primera familia psicodramática y educar al niño con técnicas inventadas por su padre, como el juego de roles o la silla vacía.

En sus memorias, Zerka dejó en claro que su meta no era hacer un experimento con el niño, sino darle una vida más colorida e interesante. Cuando Jonathan cumplió dos años, ya le habían enseñado el concepto de la reversión de roles. Si peleaba con un amigo por un juguete, lo hacía representar el papel del amigo. La pelea terminaba pronto y el juego continuaba.

Jonathan Moreno, ahora de 65 años, rara vez aplica el psicodrama con su familia, como dijo a la revista del New York Times; sospecha, sin embargo, que su crianza agudizó su capacidad de observación y sus habilidades interpersonales, aunque considera que esto último podría venir tanto de su naturaleza como de su educación. Es filósofo e historiador, profesor de Ética Médica y Políticas de Salud en la Universidad de Pensilvania, miembro del Comité de Bioética de la Unesco y miembro sénior del Centro para el Progreso Americano. Es también autor del libro J. L. Moreno y los orígenes del psicodrama, cultura de encuentro y la red social.

Actualizado y en Ecuador

La historia del psicodrama en Ecuador está ligada a la doctora brasileña Esly Regina Carvalho, quien llegó en 1990 a Ecuador, “certificada como supervisora por el Consejo Estadounidense de Psicodrama”, indica el psicólogo clínico Santiago Jácome Ordóñez, director del programa de formación del Centro Ecuatoriano de Psicodrama – Campus Grupal, en Quito. De ellos se originó la Escuela de Psicodrama de Guayaquil (Epsig).

Aunque existe la forma clásica de hacer psicodrama tal como lo concibió J. L. Moreno, han surgido nuevos desarrollos teóricos y técnicos, por lo cual Jácome habla del psicodrama contemporáneo, en el que encuentran cabida la teoría de los Clusters y la del Núcleo del Yo, de los argentinos Dalmiro Bustos y Jaime Rojas Bermúdez, respectivamente. Además, practicantes de otras orientaciones y escuelas psicológicas emplean técnicas originarias del psicodrama, como la silla vacía, el juego de roles, la escultura familiar, el test sociométrico, los centros de evaluación, el teatro espontáneo.

¿Por qué es importante involucrar a los niños en el psicodrama? “Uno de los pilares es el concepto de espontaneidad, entendida como la capacidad de dar respuestas nuevas y adecuadas ante situaciones conocidas o nuevas”, argumenta Jácome. “La espontaneidad está ligada a la creatividad, y desde el psicodrama se concibe a los niños como seres eminentemente espontáneos y creativos que no están aún limitados por las conservas culturales, esas estructuras sociales que van reprimiendo su creatividad y espontaneidad. El psicodrama es muy natural para ellos, y les ayuda a desarrollar su potencial creativo para enfrentar los desafíos de la vida”.

Pero el psicodrama también toma de la espontaneidad del teatro. “En esta modalidad teatral es el público quien trae las historias que luego son representadas por actores profesionales. Moreno se dio cuenta de que el auditorio se identificaba con las historias, y vio que la resolución en el escenario producía un beneficio no solo al protagonista sino al público; así nace la terapia de grupo. El psicodrama”, amplía Jácome, “incorpora muchos elementos y términos del teatro”.

Fórmulas, grupos, mundos

La estructura de una sesión de psicodrama, indica Jácome, puede resumirse con una fórmula: 3–5–3. El primer número hace referencia a los tres contextos del psicodrama: el social (el mundo y sus reglas), el grupal (con reglas más flexibles) y el dramático (la libertad de lo imaginario). El segundo número habla de los instrumentos: “Un protagonista, un director, yo-auxiliares, escenario y una audiencia. Y, finalmente, hay 3 etapas: la de caldeamiento o preparación, una segunda de dramatización o puesta en escena, y la tercera, la de compartir”.

Aunque el psicodrama es una terapia de grupo por excelencia, se ha desarrollado una modalidad minimalista, con un terapeuta y un paciente. Jácome pide tener en cuenta que no es solamente una forma de psicoterapia, “sino también una metodología que puede ser aplicada en contextos sociales, comunitarios, educativos y organizacionales”.

Como dijo Zerka Toeman en una entrevista con Psychoterapy.net, la psicoterapia es solo una de las aplicaciones del psicodrama. “Otra forma muy útil de emplearla es en el juego de roles, que se usa en educación, en administración y en otros campos. Pero la fuente es tu mente. Vivimos en el mundo de la realidad objetiva. Pero tú tienes otro mundo, y yo tengo otro, que es invisible. El psicodrama lo hace visible”. ¿Para qué? “Para hacerte una persona más completa. Para hacerte más productivo, más integrado. Creemos en la personalidad integrada”. (F)

LA SILLA VACÍA

Jonathan Moreno confirma que creció con técnicas desarrolladas por su padre, como la silla vacía. “Mi padre la estaba usando hace cien años con niños y con actores en Viena; ahora se ha convertido en parte de la rutina de la psicoterapia”, afirma, y añade que ha visto que se la utiliza de manera incorrecta en espectáculos o discursos públicos.

El ocupante de la silla vacía podría ser un padre, un hijo, un profesor, un jefe, alguien con quien se tiene un conflicto o un asunto no resuelto; incluso alguien a quien no se ha conocido todavía: un futuro cónyuge o hijo no nacido: “Hable con la persona de la silla vacía y conviértase en esa persona”. Esa reversión de los roles, comenta Jonathan Moreno, ese ponerse en el lugar del otro es la parte que, si no se hace, resulta en un ejercicio vacío.

 

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