Matrimonios de apariencias

17 de Febrero de 2013

Hay parejas que se mantienen juntas, aunque la relación se ha deteriorado. El prestigio social, el miedo o la dependencia emocional o económica, son razones que pesan.

Cuando las parejas se comprometen en matrimonio siempre desean vivir la relación de la mejor forma. Pero durante la convivencia se dan cuenta de que tienen diferencias y que deben llegar a acuerdos para poder entenderse y seguir adelante.

La psicóloga clínica Glenda Pinto Guevara, con la especialidad de Terapeuta TREC (Parejas, Niños, Adolescentes y Adicciones), explica que no existe una descripción única para una relación matrimonial saludable, porque depende de la interacción de los integrantes de la pareja y sus personalidades.

Pero lo que básicamente los caracteriza es la ausencia del miedo a perder o perderse en la relación. Es decir, es la ausencia de apego psicológico o dependencia emocional. Por tal razón, no tienen temor de expresar sus emociones, ni tampoco la necesidad de mentir sobre su relación matrimonial a nadie, ni a sí mismos.

La mayoría de las parejas atraviesan varias crisis a lo largo de la relación y cambian con el tiempo, así como sus necesidades, sus deseos y sus sentimientos, lo cual es muy natural. Sin embargo, algunas empiezan a deteriorarse.

Para Cecilia Chávez Bowen de Larrea, psicóloga clínica y experta en terapia de pareja, hay matrimonios que se van transformando en apariencia, porque se van distanciando emocional y físicamente, en lugar de buscar ayuda para reforzar los lazos que los unieron. Estos permiten que los resentimientos se agraven y se acostumbran a este estilo de vida.

También existe la parte cultural que presiona a todos a no romper el matrimonio para que los hijos no sufran. Pero este tipo de enlace, agrega, es un mal ejemplo que se les da. “Los hijos van a crecer pensando que así son todos los matrimonios. No podemos olvidar que la pareja de los padres es el referente que los hijos guardan”.

Pinto explica que no siempre el amor une a la pareja, sin embargo, se mantienen juntos por miedo a la soledad, la dependencia emocional o económica, el prestigio social, y con ello el miedo al qué dirán si se rompe la relación, entre otras.

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Las creencias sobre los roles de ambos miembros de la pareja en la sociedad también influyen en la decisión de continuar con la relación de apariencias, a pesar de todo. Esto se asocia a los conflictos que nacen de las crisis económicas, las cuales cobran cada vez más fuerza como otro motivo, y es el referido a la dependencia económica. “Hay casos de cónyuges que no se separan porque no pueden vender su casa y terminan por compartirla, fingiendo ante todos que viven juntos y felices”.

Chávez observa en su consulta a parejas que han llegado a vivir separadas dentro de la misma casa, y cada uno respeta el espacio del otro. Incluso, los hijos se acostumbran y cuando hay reuniones de escuela, fiestas familiares y eventos importantes asisten juntos y desde afuera nadie lo podría notar.

“En la mayoría de estos casos hay un acuerdo implícito, de que pueden “hacer su vida” mientras sean discretos. Generalmente, el esposo tiene otra (s) pareja (s) y la esposa, no. Y raros casos se dan a la inversa. Este acuerdo a veces funciona, cuando ninguno está enamorado, pero si uno de los dos lo está va a sufrir cada vez que su cónyuge salga con otra persona”.

Para el psicoanalista Juan de Althaus, los matrimonios de apariencias no necesariamente causan daño a los hijos. Es mejor que los padres les hablen sobre el porqué no son felices, pero tampoco es una regla general. “Los vástagos no son tontos y se dan cuenta de muchas situaciones. Un hijo con problemas constituye un síntoma de los padres, y cada caso es muy particular”.

Él piensa que no hay matrimonios sanos y otros enfermos, porque cada cual es diferente al otro. Incluso que toda persona vive de las apariencias en alguna medida, porque son parte consustancial de la subjetividad humana, y nos permiten relacionarnos con los otros.

Cuando se le pregunta ¿quién vive más de apariencias dentro del matrimonio? Indica que, desde el punto de vista masculino, la mujer, porque su atractivo tiene mucho peso. Y desde el ángulo de ella, la mascarada femenina es inevitable para atraer al hombre.

Crisis de apariencias

Según Pinto, los motivos más habituales de las crisis de apariencia son la incompatibilidad de caracteres y los problemas sexuales. En el primer caso se producen cuando los miembros de la pareja no se entienden o no consiguen crear en su relación un espacio común satisfactorio; y en el segundo, son las consecuencias de la falta de sexo.

Cuando uno de los dos siente un deseo que no es correspondido, agrega, podría desarrollarse en él cierto resentimiento o rabia, que puede contaminar la relación hasta un punto sin retorno. En ocasiones, ocurre cuando la mujer acaba de ser madre y pone casi todo su cariño y atención en el hijo; y si, además, las relaciones sexuales disminuyen, muchas veces el hombre busca fuera de la relación lo que no encuentra en ella.

Otra de las causas más frecuentes de una crisis, es “la infidelidad”. La persona a lo largo de los años puede sentir deseos hacia otras personas, es un hecho natural. De ahí, que desee consumarlo. Generalmente, se produce cuando la intimidad que une a la pareja ha desaparecido o la tiene en cuestionamiento.

Un motivo más de las crisis, dice Pinto, es la falta de comunicación con la pareja, y si no se guarda el respeto necesario o no se tiene en cuenta al otro, es lógico que surja la crispación y el conflicto.

El solucionar estos conflictos o pretender solucionarlos requiere de claras convicciones sobre la relación de pareja, que pocas están dispuestas a asumir. Por ello, muchos matrimonios, asegura Pinto, deciden y se convencen de que aunque sea incómoda la convivencia, es preferible “fingir ante los demás”, que no está sucediendo nada malo con la relación matrimonial.

Asistir a terapia

Según Chávez, las parejas que viven el matrimonio por conveniencias suelen asistir a consulta por problemas de sus hijos, más que por ellos mismos. Incluso, pocas suelen ir porque aparece una tercera persona que pone en riesgo su estabilidad, y generalmente sucede cuando uno de los dos ha vivido insatisfecho con la falta de amor de este tipo de relación.

Para De Althaus el psicoanálisis puede ayudar a las parejas que viven de las apariencias si es que la relación hace un síntoma insufrible. Si es así sus integrantes pueden acudir donde este profesional que sabrá escuchar a cada uno en su singularidad para que elaboren alrededor de ese síntoma y puedan minimizar el sufrimiento y manejarse cada uno mejor con su propio síntoma.

Pinto explica que los psicólogos o psicoterapeutas ayudan a las parejas que no son capaces de resolver los conflictos que afectan a la relación. Pero sugiere no
acudir a terapia cuando ya es demasiado tarde. Muchos van cuando llevan años en crisis, y si una pareja está enquistada en esta puede ser muy difícil salir de ella. El profesional intentará que descubran cuáles son sus deseos y si realmente quieren continuar o no con su unión. (S.M. de C).

 

deciden no cambiar

La psicóloga Glenda Pinto asegura que actualmente son más las parejas que deciden no cambiar de una situación mala pero conocida a otra que podría ser mejor, aunque demasiado incierta. Esto estimula los temores que son propios de seres altamente inseguros y que se aferran de manera rígida a creencias en las que perciben “la unión matrimonial como un logro personal”. De ahí que perder dicha unión amenace su psiquis como un fracaso doloroso e intolerable, y por ende, preferible de evitarse a cualquier costo.

“No tiene sentido mantener una relación que no satisface, por los años pasados o por los hijos, o cualquier otro motivo. El final de una relación no quiere decir que se acabe la vida o que uno no podrá ser feliz de nuevo. Puede ser la oportunidad para mejorar aspectos de uno mismo o aprender a estar solos”.

Permanecer con la relación cuando no existe afecto solo contribuye a deteriorar más las seguridades personales y junto con ello la autoestima de las personas involucradas. Además, constituye un desgaste de energía, aporta estrés, irritabilidad, baja de concentración, cansancio, sensación de infelicidad, angustia y depresiones, entre otros.

 

 

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