Los ‘hombres Trump’

13 de Noviembre de 2016
Miguel Lorente

No es una excepción ni tampoco un hombre raro, tan solo hace y dice lo que muchos hombres normales dicen y hacen en el contexto donde se relacionan.

Los comentarios sexistas de Trump y su manera de presentarse ante el resto de amigos como un ‘hombre capaz’, es la forma habitual en que muchos hombres hablan de las mujeres que están cerca de ellos y a las que consideran en una posición inferior por ser mujeres y por estar situadas en una estructura de relación jerárquica donde ellos mandan: lo hacen empresarios con empleadas, directivos con secretarias, profesores con alumnas, chicos de fiesta con chicas en las fiestas...

Cuando las circunstancias permiten a los hombres interpretar que se encuentran en una posición de superioridad por ser hombres, por el cargo, o porque el espacio les pertenece, aunque en realidad no sea así, la idea de las mujeres como objetos que pueden usar se potencia de manera exponencial a la interacción de esos tres elementos (hombre, jerarquía, espacio), tanto más cuanto mayor sea ese factor objetivo de poder.

Y cuando esa superioridad se construye sobre el dinero y la política, la sensación de poder para hacer lo que uno quiera que refleja Donald Trump en sus palabras de vestuario de hombres es absoluta; porque dinero y poder político son dos elementos objetivos de poder en nuestra sociedad en cualquier circunstancia, no solo para determinados contextos.

Por eso, lo de Donald Trump no es una excepción, al contrario, es parte de la normalidad que cada hombre une a su espacio de relación de manera diferente en razón de sus circunstancias y posibilidades. Es cierto que lo hacen con hechos distintos en cada ocasión, pero el significado en todos esos espacios es el mismo.

Cuando Trump dice que si eres ‘rico y famoso’ puedes hacer lo que quieras con una mujer, lo que está diciendo no es que puedes hacer lo que quieras con cualquier mujer, sino que siempre encontrarás una mujer para hacer con ella lo que quieras. Es lo mismo que ocurre con el profesor y las alumnas, con el empresario y las empleadas o el directivo con las secretarias; no será con cualquier alumna, empleada o secretaria, pero parten de la base de que siempre habrá alguna mujer en esos espacios de relación con la que hacer lo que ellos quieran en virtud de su posición como hombres jerárquicamente superiores.

Por eso, el machismo ha creado una cultura que permite establecer una estructura de desigualdad y complicidad desde la que poder desarrollar conductas de acoso y abuso generalizadas sobre las mujeres, hasta alcanzar objetivos particulares en una determinada mujer del grupo acosado. Y de ahí, las trampas para que la cosificación de las mujeres continúe, jugando para que sean ellas mismas las que decidan hacerlo, como antes lo ha hecho para aceptar la violencia y la discriminación como algo normal.

Si no existiera esa normalidad cómplice basada en lo que la cultura machista ha interpretado como parte de la habitualidad, no sería posible que las palabras de Trump resultaran creíbles ni que el acoso formara parte de la realidad como parte de esas estructuras masculinas de relación en el trabajo.

Del mismo modo que tampoco sería posible que en mitad de las calles de una sociedad machista las mujeres aún tengan que soportar el hostigamiento de los piropos y el abuso de los rozamientos y tocamientos en los autobuses, el metro, las colas y en cualquier lugar donde la aglomeración de gente permita a los hombres camuflar su intención.

El diseño resulta tan eficaz que, cuando se denuncian estas conductas, se vuelven contra las mujeres que las sufren por exageradas, por provocadoras o por mentirosas.

Por eso el poder da poder, porque cuanto más poder se tiene, y Trump tiene mucho poder -como el profesor en la universidad, el empresario en su empresa, el directivo en el consejo-, más difícil resulta creer que el abuso se ha producido, no por la integridad del poderoso, sino por la cosificación de las mujeres que la propia cultura crea junto a los estereotipos apuntados alrededor de la maldad, la provocación, la manipulación...

El razonamiento que se hace cuando se conocen casos de abuso en estas circunstancias cuestiona su realidad, y sitúa la culpa en las mujeres mediante el encumbramiento del hombre. El argumento viene a ser algo así como que “la mujer, la alumna, la trabajadora, la secretaria...” lo ha denunciado falsamente (algo propio de la perversidad de las mujeres), porque un hombre con ese poder puede tener a cualquier mujer sin acosar a ninguna.

El diseño es perfecto porque está preparado para que el acoso, el abuso y la violencia se produzcan en contextos de relación donde los hombres, por ser hombres, cuentan con esa superioridad cultural de entrada, a la cual se unen las estructurales del contexto y las sociales del reconocimiento que la misma cultura propicia.

Ese tipo de conductas no son muy diferentes a lo que sucede a través del Whatsapp por medio de mensajes referentes al sexo y a las mujeres que comparten muchos grupos de hombres. Es cierto que en esos envíos y en las imágenes que muestran no son ellos los protagonistas, pero sí lo son del relato que cuentan a partir de ellas.

Trump no es una excepción, lo dijo otro hombre rico y famoso de la política que se comportó de manera similar. Me refiero a Silvio Berlusconi cuando descubrieron las fiestas que montaba en su finca de Villa Certosa. Berlusconi fue muy elocuente: “En el fondo, los italianos quieren ser como yo”. Lo triste es que tenía razón.

Pero también somos muchos los hombres que no pretendemos ser como ellos y que creemos que la igualdad nos hace mejor como hombres y, sobre todo, hace mejor a una sociedad donde la convivencia se base en el respeto, la paz y la igualdad.

Conseguirlo exige decir no al machismo y decir sí a la igualdad y al feminismo. (I)

MAESTROS Y APRENDICES

“Lo que menciona Trump tiene parte de verdad”, opina el psicólogo Samuel Merlano. “El hombre ha sido pintado como el que tiene la iniciativa sexual sobre la pareja y la relación afectiva”. Según este principio, el género femenino es visto como pasivo y cohibido en los temas sexuales. “Tanto así, que Sigmund Freud desarrolló un psicoanálisis para el hombre, no para la mujer, por no verla como protagonista”.

Cuando los hombres se reúnen, la conversación depende factores como su juventud, el alcohol, la carencia de valores. “Tratan de compartir sus historias de éxito para sentirse admirados por el grupo, ser vistos como un ‘gladiador’”.

Ese poder es otorgado al ‘líder’ por quienes lo escuchan. “Esta persona busca discípulos. Y el aprendiz es atraído por su desconocimiento y su deseo de llegar al nivel del líder. Así se refuerza este comportamiento”.

Desmantelando la educación machista
Para deshacer estas estructuras, opina el psicólogo Samuel Merlano, se necesita trabajar desde lo social, desde las bases, en la familia: que los padres puedan enseñar respeto a la mujer y sexualidad responsable, para que esto pueda manifestarse en la vida adulta. La presencia plena y consciente de los padres es fundamental. “Ahora debemos recordar que incluso las madres pueden ser machistas. Inconscientemente impulsan al hijo a tener comportamientos bruscos, agresivos, pobre comunicación. Pretenden que el chico descubra su mundo personal por su cuenta. Eso hace que los jóvenes desde el inicio se desconecten de los padres y busquen la información solos”.

*Médico forense y profesor en la Universidad de Granada, https://miguelorenteautopsia.wordpress.com

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