El amor más cercano… incluso en lejanía

10 de Mayo de 2015
Diana J. León y Moisés Pinchevsky

La naturaleza lo planeó así: que las madres permanezcan con sus hijos. Cultivar y proteger ese vínculo es una misión diaria y más en tiempos adversos.

Rosa Montero no tiene hijos. La autora española permanece sin descendencia, pero sabe que un alumbramiento nos cambia la vida. “Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina (escarcha)”, se lee en su novela La ridícula idea de no volver a verte, publicada en el 2013.

El tiempo se detiene por instantes llenos de asombro y júbilo y, cuando retoma su marcha, el reloj de la nueva mamá camina, y así será desde ahora, marcando también cada momento de la vida de su hijo. Este vínculo tan íntimo comienza desde el vientre. Así lo explica Rosita Sánchez, psicóloga clínica y máster en terapia familiar.

“Las madres tienen una conexión directa por el cordón umbilical con el bebé. Y es un lazo muy fuerte porque todas las sensaciones y emociones de la madre se transmiten al niño”.

Tras el nacimiento, continúa, los niños atraviesan una etapa de absoluta dependencia a su madre, hasta los tres años. Luego de esa edad, el menor manifiesta cierta independencia en su conducta.

Sin embargo, la necesidad de su madre es una sensación innata. “El niño tiene un mayor uso de razón desde los 7 años, pero el bebé ya es consciente de que le hace falta. Si la mamá se le desaparece, el niño llora”, explica la especialista refiriéndose a la teoría del apego.

Esta tesis, desarrollada por el psicoanalista inglés John Bowlby, expone que el recién nacido necesita identificar la figura de un cuidador con quien mantener una relación cercana. Este rol pertenece por naturaleza a la madre, pero no se limita exclusivamente a ella.

Dependiendo de las circunstancias de cada familia, la ausencia física de la progenitora puede ser mitigada por quienes permanezcan junto al menor. “Pueden existir personas que actúen como sustitutos y compensen esta situación”, dice Sánchez. “Pero la madre siempre será el vínculo más importante. Cuando el niño crezca sabrá que no es su madre la que está con él, y se preguntará qué pasó con ella o por qué no pudo quedarse a su lado”.

La causa de la separación puede tener distintos orígenes y las consecuencias serán más serias para el infante. “Cuando sus necesidades afectivas no han sido nutridas adecuadamente, pueden existir problemas de autoestima, dependencia emocional y otras patologías”, sostiene. “Las explicaciones posteriores no borran los efectos”. Quizá solo puedan reducirlos.

Mantenerse cerca

Si la separación madre-hijo resulta inevitable, hay mecanismos que pueden implementarse para atenuar la añoranza. “Cuando la madre deba ausentarse, debe ser por una causa realmente indispensable. No siempre lo económico justifica una separación”, sostiene la psicóloga clínica Cecilia Chávez Bowen de Larrea, especializada en orientación familiar y terapia de pareja.

Una de sus sugerencias es usar la tecnología para mantener la comunicación. “Con internet no hay pretextos para no conversar y verse cada día. Si fijar el momento para la conferencia es difícil por los horarios, se debe acordar conversar una vez a la semana y, por correo electrónico, ponerse al día de lo que cada uno ha vivido. Así la madre seguirá siendo parte de las actividades del hijo”, sostiene.

Aunque el correo electrónico es una alternativa, Chávez recomienda no limitar la comunicación a lo escrito, pues los estímulos visuales y auditivos son indispensables. “Es importante observar las reacciones, la relación no puede llevarse solo por e-mails”, aclara.

Si existen asuntos importantes que necesiten conversarse, se los puede anotar previamente para no pasarlos por alto debido a la emoción del momento.

También debe cuidarse el tono de la conversación y esforzarse porque resulte productiva. La especialista advierte sobre la importancia de escuchar, sin interrumpir. Si el hijo no se siente atendido, o si percibe que la mamá solo lo regaña, el menor puede empezar a poner pretextos y no querer conversar con su progenitora por ninguna vía. Allí el lazo está realmente en peligro.

Para evitar eso, la madre deberá decirle a su hijo que lo ama, a menudo, pase lo que pase, y demostrárselo con actitudes precisas, como mostrando interés en su deporte favorito o por aquella película que desea ver en el cine. Esto se aplica con igual razón si la mamá llega a enojarse y debe corregirlo. Aclarar que el amor continúa firme a pesar del coraje.

Los adultos al cuidado del menor también pueden contribuir a que la relación con su madre se fortalezca.

“Deben estar atentos e informar si hay alguna novedad que la madre deba conocer y, por otro lado, permitir que cuando conversen tengan suficiente privacidad”, dice Chávez.

 

Distancias dentro de casa

La lejanía entre la madre y sus hijos no siempre es física. ¿Cómo se consigue un acercamiento con los hijos cuando su cuarto se convierte en la frontera? Rosita Sánchez, psicóloga clínica y máster en terapia familiar, cree que el secreto está en las riendas de un caballo: Aflojar (permitir que los hijos construyan su propio espacio social) y tirar (cuando sea necesario intervenir en decisiones que los expongan al peligro). “Por ejemplo, hay familias en las que no se les permite que cierren la puerta de su cuarto. Eso es un extremo”, dice. “Lo que no se puede autorizar es que estén todo el día, todos los días, con la puerta cerrada y con seguro. Pero si el adolescente quiere tener un momento a solas, deben permitírselo”, aclara.

Sánchez cree que la primera misión de las madres siempre será proteger a sus hijos, pero sin asfixiarlos.

¿Se trata entonces de ejercer un rol de amiga? No necesariamente. O al menos los límites también deben estar claros. “Veo a madres que tratan a sus hijas como amigas, les cuentan sus inquietudes y las ponen en el papel de consejeras, esperan que les digan cómo solucionar sus problemas”, comenta. Este tipo de relación puede menoscabar su autoridad en el hogar y convertirlas en madres complacientes. “El hijo es hijo y cada uno debe ubicarse en su propio rol”, enfatiza.

Dicha jerarquía, sin embargo, no limita las oportunidades de acercarse. “Es importante escuchar lo que los hijos piensan, sus sugerencias y esforzarse por entender qué necesitan”.

Mamás absolutas

La ausencia de la progenitora es una situación antinatural, pero puede aliviarse en algo cuando en esas familias encuentran la manera de ponerlo todo en orden, resolver vacíos, consolar distancias, curar lejanías.

Aunque a veces el consuelo también llega gracias a la confianza de que tal separación apunta para el desarrollo económico y profesional del hijo o la hija.

La mamá de Cristhian Guerrero vive a siete horas de distancia. Ella reside en Quinindé, Esmeraldas, y Cristhian en Guayaquil, desde los 15 años. Terminó aquí el colegio e ingresó a la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol) para estudiar Ingeniería Electrónica y Telecomunicaciones.

Cristhian Guerrero (d) junto a su mamá, Adalid Proaño y su hermano.

“Decidimos que en Guayaquil o en Quito habrían más oportunidades de crecimiento profesional”, relata. “Fue duro, pero las palabras de mi madre me fortalecían: Quiero que seas un gran profesional y consigas lo que tus padres no pudieron”. En Guayaquil, Cristhian fue recibido por la familia de su tía materna. “Fueron mi segunda familia y creo que ese ambiente hogareño me ayudó a continuar”.

El contacto con su madre se limitó a llamadas telefónicas y visitas en feriados, pero no siempre era posible, sobre todo en épocas de exámenes. Hoy Cristhian ya terminó su carrera, se casó y tiene una hija, Noelia, de un año.

“Al ver el rostro de mis padres lleno de orgullo, sentía que el esfuerzo valía la pena. Ahora que tengo a mi hija, entiendo que un padre siempre espera lo mejor para sus vástagos”. Su mamá sigue en Quinindé y ahora recibe también la visita de su nueva familia: su nieta y su nuera.

La joven Lady Curillo, de 27 años, siente también que tiene a su mamá cerca, aunque la perdió cuando tenía 12. “Mi mamá (Marjorie Paredes) se fue a trabajar a Venezuela en busca de mejores ingresos. Y tres años después, a pocas semanas de que regrese, en un accidente falleció allá”, dice ella, quien entonces quedó a cargo de su papá, junto a sus dos hermanos menores. También ayudaron en su crianza sus abuelos paternos y tíos.

“La familia de mi papá se acercó más a nosotros, tuvieron un papel más importante en nuestras vidas”, recuerda sobre esos tiempos.

En los tres años que su progenitora residió en el extranjero, Lady recuerda que ella siempre intentaba estar cerca de su familia. “Ella nos llamaba siempre por teléfono. Hablábamos bastante. Lo que más le preocupaba era que yo me enamore, porque decía que entraba a la edad del burro. Siempre me aconsejó bien”, dice esta licenciada en publicidad, quien desde adolescente se convirtió en la mamá postiza de sus hermanos menores, ya que el menor tenía solo 11 meses de edad cuando su mamá se fue a Venezuela.

“He intentado enseñarles los valores que mi mamá me transmitió. Por ejemplo, cuando quería salir a jugar, ella me decía que debía ganarme el permiso, limpiando mi cuarto o haciendo los deberes. Ella decía que con trabajo debemos ganarnos las cosas buenas”, dice, destacando que la confianza entre familiares es algo que debe ganarse.

Ahora que su papá tiene otro compromiso, Lady vive con sus hermanos. “Los años sin mi mamá han sido difíciles. Siempre la recordamos. Pero la vida te va enseñando el camino adecuado para seguir adelante. Y seguimos con nuestra vida”.

Y aunque ya han pasado casi 15 años desde su fallecimiento y 18 desde que la vieron por última vez, Lady la abraza cada día con el pensamiento, le brinda aquellos minutos de ternura que ha acumulado durante todo este tiempo. Así el mundo se detiene para ella. Es como si ella volviera a nacer, dice, y siente percibir nuevamente aquel primer abrazo tibio de esa madre que tanto recuerda. (F)

 

Las abuelitas, madres eternas

Las mamás jóvenes a menudo encuentran en las abuelas a aquella persona que las apoya en la crianza de sus hijos. Hipatia Álvarez, de 53 años, se siente orgullosa del papel que desempeña en la vida de sus nietos, seis en total, ya que residen en su vivienda, dividida en departamentos independientes donde viven sus tres hijos varones.

“Dicen que las abuelas somos más consentidoras, pero en mi caso creo que sigo estricta porque me siento cercana a la crianza de mis nietos”, indica Hipatia, quien se convierte en “Bita” (palabra que nace de ‘abuelita’) para sus adorados niños, de entre 9 y 2 años de edad. “Las abuelas siempre debemos fomentar el cariño que nuestros nietos tienen hacia sus padres, ya que eso les brinda una mayor seguridad en su desarrollo. Nunca debemos hablar mal de ellos frente a los niños”, comenta esta viuda de semblante afroecuatoriano, contextura delgada y maciza.

Hipatia sonríe al decir que la vida consideró que hizo un buen trabajo criando a sus cinco hijos, por eso la volvió a “contratar”. “Yo pensaba que con la edad una mujer podía ‘retirarse’ de la maternidad, ya que los hijos crecen, se casan y tienen hijos. Así que creía que podía dedicarme un poquito más a mí, a mis cosas. Pero ahora todo se repite, porque veo en mis nietos la cara de mis hijos pequeños. Y vuelvo a hacer el papel de mamá en ciertas horas del día”, manifiesta. “Y lo hago con mucho cariño, porque amo a mis hijos, a mis nueras y a mis nietos”.

 

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